EDWARD HOPPER: PRIMERA VISITA
Edward Hopper es uno de los pintores más famosos del siglo XX. Ha sido copiado por doquier: ha sido utilizado en portadas y en el cine. Y ha sido imitado por los pintores realistas; pocos como él han creado un sello propio, unos lugares comunes, un discurso ya aprendido incluso antes de haberlo visto al natural. El Museo Thyssen está logrando un gran éxito con una selección de sus obras: no están todas las mejores, pero sí exhibe un corpus amplio que muestra su forma de trabajar, sus líneas de inspiración y su virtuosismo. Hopper hizo mucha ilustración, grabado, magníficas acuarelas y algunos espléndidos cuadros. Y de todo ello hay en Madrid.
En primer lugar está ese paisajismo norteamericano, que procede del realismo, que Hopper hizo muy bien: casas, en el campo o junto a la vía, urbanizaciones, gasolineras o estaciones. En algunas logra piezas espléndidas, casi inolvidables, como ‘Casas en Squam Light’. También ha hecho marinas, que no parecen lo mejor de su producción, pero algunas resultan originales, de composición y cromatismo arriesgados. Están sus célebres interiores: de oficina, de hotel, de la casa, y ahí siempre sucede algo. Sucede el silencio, se agazapa un secreto, alguien lee una carta mientras las maletas ni se han deshecho, se tienden los cuerpos o se confían, en su desnudez, ante la pura luz de la mañana; en algunos de ellos, tan expresionistas, con la piel arañada por el pincel, mordida por una claridad matizada, Hopper corre al encuentro de Lucian Freud.
También hay algunos retratos, que quizá no sean lo mejor, pero están equilibrados de luz, de materia y de hondura. De perplejidad. Y no podemos dejar al margen sus cuadros teatrales. Tienen humor, desolación, fuerza, atmósfera y son muy narrativos. Edward Hopper es el pintor del asombro, del desarraigo, de la soledad, de la esperanza. Una primera contemplación es toda una aventura.
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