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Antón Castro

MEMORIA DE FERNANDO CASTRO

MEMORIA DE FERNANDO CASTRO

[Recibo esta carta de Pepe Giral: Querido Antón: Después de tanto tiempo sin contactar contigo, me animo al fin. Sólo era para comunicarte que mañana lunes 26 de noviembre se cumple el primer año del fallecimiento de nuestro querido Fernando Castro Cardús.]

FERNANDO CASTRO CARDÚS:

CONTADOR IRREPETIBLE DE HISTORIAS

Por Pepe GILAR

¿Cómo explicarme Madrid, sin los ojos de Fernando? Tenía la retina empapada de una ciudad ya desaparecida a golpe de piqueta. No en vano, pasó buena parte de su infancia y juventud en Génova número diez, esquina a Campoamor. Por eso, cuando caminábamos por esta vía, él la sentía como una herida abierta y me hablaba de la inexistente Casa Palacio de los Señores de Parrent y Cía; del Palacio de Medinacelli y de muchos otros palacetes que han sido remplazados por rascacielos o edificios de hormigón.  Fernando conocía mi interés por aquel pasado perdido, motivo que le incentivaba a seguir explicándome inagotables historias de tantos y tantos rincones de la capital. Era asombrosa su capacidad para retener tal cantidad de sucesos, vividos en primera persona. Y enormemente enriquecedor el valor de su testimonio, tratándose de alguien  que superó los 91 años y con la cabeza intacta.  El hecho de ser de carácter extrovertido y con un espíritu siempre abierto a la curiosidad, le mantenía en un deseo perenne por aprender. Y junto a esta pasión sin límites, tenía también una generosidad inconfundible, que le predisponía a regalarte todos esos conocimientos. Por eso, no tiene nada de extraño que se hiciese voluntario, ya cumplidos los 77, para actuar como guía en el Teatro Real de Madrid.

En mi tarea de ordenar documentos, me di de bruces con algunos papeles dispersos, que al parecer eran nuevas obras de teatro. Le pregunté a Fernando y me respondió que debían corresponder a Julio. Cuando le dije que la caligrafía no era la de su hermano, sino la de él, se encogió de hombros y cambió la conversación (él, que tan feliz era hablándote de los logros de otros, prefería silenciar los propios).

Fernando había sido Secretario de la Cámara de Comercio de Avilés, además de la Junta de Obras del Puerto, entre los años 1948 y 1984, desde cuyo puesto, fue testigo de primerísima línea de los cambios y progresos que transformaron Avilés y su comarca. Me consta, además, que fue una especie de agitador cultural. Por ejemplo, y gracias a su esfuerzo y entusiasmo, la Cabalgata de Reyes llegó a ser una realidad. Además, consiguió llevar al Teatro Palacio Valdés una serie de espectáculos, como comedias o compañías líricas, bajo su propia dirección artística. Por otra parte, y debido a su gran afición por el ballet, mantuvo una estrecha colaboración con Roberto Ximénez y Manolo Vargas (bailarines que habían pertenecido a la Compañía de Pilar López). Incluso llegó a viajar con ellos por Europa, escribiendo argumentos para algunas de sus obras como el “Ballet en dos cuadros” o “Apuntes para la Petenera (ballet flamenco en dos partes sobre temas populares)”.

Fernando era el menor de los cinco varones que tuvo la familia Castro. Santiago, el primero de ellos “era el mejor de todos nosotros con diferencia”, según palabras de Fernando; el segundo, Julio Alejandro, 14 años mayor que él, pero que encontró en Fernando un gran colchón, a su regreso de México; poco que decir del tercero, José, un niño que falleció a la edad de cuatro años; el cuarto era Enrique, Capitán de Infantería muerto en Rusia por acción de guerra en  1943, y que fue inhumado en Podolowo. Los admiraba a todos ellos. En cuanto a la colección artística de su hermano mayor, luchó aunque sin éxito hasta el final, por la creación de una Fundación que llevara el nombre de Santiago. Respecto a Julio, tras más de treinta años de ausencia, volvió a encontrarse con el hermano pequeño, que le acogió sin reservas y que se convertiría en su mejor valedor, así como el mayor entusiasta de toda su obra. Por último, y referente a Enrique, tuve la oportunidad de acompañar a Fernando, en un viaje a Rusia, hasta el cementerio donde se encuentra el cuerpo de su hermano. Pocas veces vi llorar a Fernando como en aquella ocasión.

¿Pudo influir el hecho de ser el menor, para que le costase hacer valer sus propias ideas? La verdad es que no le gustaba hablar de sí mismo. Yo pude escuchar en numerosas ocasiones como se le pedía que plasmase todo ese enorme caudal de experiencias personales en un libro. A lo que Fernando respondía: “Lo que interesa no se puede contar, y lo que se puede contar no interesa”. Como era de prever, el libro nunca vio la luz y ahora ya no hay vuelta atrás. Sin embargo, existe algún testimonio vivo suyo, como es el caso de la entrevista que le hizo Javier Espada en Zaragoza; o el documental “Un mar de letras” de Emilio Casanova; o lo que le grabó Feliciano Llanas, durante una comida con Asunción Balaguer, y que debe andar circulando por internet. Tal vez por ser demasiado exigente consigo mismo, o bien porque lo de permanecer en la memoria le daba exactamente igual, lo cierto es que Fernando, con una formación exquisita (me atrevería a decir de educación renacentista), eligió otro camino. Él fue un extraordinario relaciones públicas y un contador irrepetible de historias. Los que tuvimos la suerte de conocerle no olvidaremos fácilmente verlo sacar de su cuenco rebosante, aquellas vivencias que, como cerezas, se le enredarían traviesamente unas con otras. Anécdotas y más anécdotas para quien quisiera escuchar, extraídas de un cuenco que, ¡oh milagro!, continuaba deliciosamente lleno, sin punto y final. ¡El cuenco de nunca acabar!: su verdadera herencia, su mejor recuerdo.

 (Pepe Gilar, en Madrid 13/04/2012)

 

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