EVA ARMISÉN, HOY, EN A DEL ARTE
[Esta tarde, a las 20.00 horas, en la galería A del Arte, se inaugura la exposición ’Un día especial’ de Eva Armisén. Le he escrito este texto para la web de la galería.]
UNA INVITACIÓN A LA FELICIDAD
Antón CASTRO
Eva Armisén (Zaragoza, 1969) defiende la alegría. Como el poeta Mario Benedetti está empeñada en “defender la alegría como un destino / defenderla del fuego y de los bomberos / de los suicidas y los homicidas / de las vacaciones y del agobio”, y hace de su pintura un laboratorio permanente de emociones que derivan de las cosas sencillas, de las pequeños gestos que nos pautan las horas. Su pintura es esencialmente narrativa, una pintura con historia y con personajes, matizados con una palabra o un mensaje: andando, leyendo, ideas, enamorada; a veces va un poco más allá y pone ‘para ti’. O ‘un día especial’. Es así como se titula esta muestra: ‘Un día especial’. A menudo, en sus mensajes arroja una confidencia, una poética o un aforismo autobiográfico: “seré más mala que el lobo feroz”, “cada día un poco de magia”.
Eva Armisén tiene la facultad de convertir, a través del arte, cada día en una jornada particular: le concede gracia, encanto, desinhibición, candor; le otorga algo casi indefinible: afirmación de la vida contra cualquier forma de agresividad. Como Luis Buñuel debe pensar que un día sin risa es un día perdido, y llena sus cuadros de sonrisas: el espectador se acerca a uno de sus cuadros y lo primero que le asoma al rostro es una sonrisa. La sonrisa es una forma de empatía. Un estado perfecto de comunicación. La de Eva Armisén es una pintura con sonrisa. Los que sonríen ven el mundo de otro modo: menos ceremonioso, más antojadizo, con la frescura del aire, incontenible en su libertad. Cotidiano y fluido en su expansión. Y ella, que es moderna y que posee un desparpajo radical, se inclina casi siempre hacia esos estados de ánimo que tienden a la felicidad.
Eva Armisén juega con muchos elementos. Desde el punto de vista iconográfico parece buscar en su interior la niña perdida. La niña soñadora que resumía el mundo mediante trazos sencillos, la niña que carecía de límites, la niña-mujer que se atrevía a lanzarse por los aires, con su vestido de lunares o un paraguas contra la tempestad. Esa niña-mujer ha sido afianzándose y creciendo en contención y en firmeza. Sabe lo que quiere. Sabe dialogar con los objetos y su representación más simplificada. Eva conoce las claves de su oficio: una curva hacia arriba o hacia abajo lo dice todo. Habla de la exultación o revela el drama. Los ojillos chisporrotean con una mancha sabiamente administrada.
En su obra son muy importantes la atmósfera, el contexto y el color. La atmósfera, cabría decir, abraza la ingenuidad: no hay estridencias, ni dolor, propone con sencillez un universo que tiene algo de aleteante y de artesanal. Un mundo liviano y muy femenino: la pintora suele decir que su obra “es una declaración de amor permanente” y que las mujeres poseen una certidumbre, una disposición y un instinto que les lleva a cambiar el mundo a cualquier hora. La vida llega como un pájaro o una nube y nos envuelve. El amor vuela con su corazón desarbolado y nos inunda. Eva Armisén huye de cualquier forma del desgarro. El dolor existe, anda por ahí, nos estremece a todos, pero Eva busca otros estados ánimos y otra forma de contagio: realiza una pintura optimista. Una pintura de luz entusiasta. Contra la noche y sus cuchillos de tiniebla, el fulgor.
En esta exposición, Eva Armisén, que también es una potente ilustradora, combina el dibujo y la pintura. Uno de sus dibujos se titula ‘Amor’: representa a un hombre con los ojos cerrados, los ojos de alguien que sueña e interioriza la energía de su pasión, al que le sale el corazón por la boca. Así de elemental y directa puede llegar a ser la artista. Todo está resuelto con un esquematismo próximo al primer trazo infantil: ella sabe que una buena parte del arte contemporáneo ha pugnado por recuperar la fuerza primitiva de la niñez, aquella espontaneidad indomable, y eso lo hicieron Miró, Picasso, Antonio Fernández Molina, el García Lorca dibujante, y muchos artistas surrealistas.
Eva desnuda al máximo su trazo y logra lo que quería: una emoción inmediata, un impacto que alegra, un temblor sin afectación. A menudo el contexto es más complejo y sitúa a sus personajes en su habitación, al aire libre, en la cocina o en el baño, en un circo o en el salón de casa, donde una mujer lee a la luz de una lámpara. El contexto también tiene mucho que ver con la actitud de sus criaturas: parecen poseídas por el goce, por la inocencia, por sensaciones inefables; a veces parecen vivir en un trance ligero, nada místico, como si la vida fuera un cuento de hadas. Y la pintura un puro sortilegio o la varita de un mago.
El arte de Eva Armisén está repleto de detalles. De sutileza. Las mujeres del cuadro pueden llevar bata de cola, moño o cabellos al viento, en controlado desorden, pueden llevar vestidos floreados o con lunares. Las mujeres del cuadro exhiben una rosa o un clavel en el pelo, pasean por la calle con un ramo entre las manos y poseen una determinación especial. Hay algo en sus rostros, apenas bosquejados, que vence la frontalidad y el hieratismo. Hay algo que les confiere embeleso, simpatía, ternura. El color no es estridente: está ahí, muy elaborado, dialoga en cada elemento y se reparte con ritmo y equilibrio, y con un punto de humor. El humor es importante en la obra de Eva Armisén: fíjense en los gestos, en los zapatos, en la tensión entre las flores y la ropa, en el tratamiento de los fondos, en ocasiones, como si fueran papeles pintados.
No vamos a descubrir aquí la trayectoria de Eva Armisén. Su capacidad para investigar, para asumir retos (pintar tazas, abanicos, diseñar portadas de discos o ilustrar libros de su compañero Marc Parrot...), sus viajes alrededor del mundo con sus lienzos y dibujos, la creación de esa familia tan particular que son los Armisén, con sus animales y todo. Ella lo dijo alguna vez: tiene la cabeza llena de pájaros. Y eso le permite desplegar su combate incesante contra las sombras y nos que enseña que la vida, tan vulnerable y tan pendiente de un hilo, puede ser bella, amorosa y alegre. Si nos afanamos en ello, todos podemos tener en cualquier instante un día especial.
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