POESÍA Y CINE EN LA ALMUNIA
Esta mañana, en La Almunia, dentro de las Jornadas de Cine, se ha organizado un recital de poemas de cine. En mi libro ‘Vivir del aire’ (Olifante) aparece éste que leeré dentro de un rato: ‘El río de la poesía’, basado en mis recuerdos del cine Real de Arteixo y de la visión de una película maravillosa: ‘El río’ de Jean Renoir.
EL RÍO DE LA POESÍA
Nunca recuerdo la primera vez que fui al cine.
Pero sí veo aún la sala del Cine Real, sus butacones de madera, el gallinero,
aquella mujer grandiosa y enlutada que vendía pipas y manises:
aún no sabía entonces que se había escapado de una película de Fellini.
Me ocurrió algo sorprendente: vi unas imágenes de un cementerio
subterráneo, cerca de una bahía, y estuve diez noches sin dormir.
Mi padre se levantaba, se enfurecía tras la puerta y me veía desvelado,
casi con un rictus de pánico: “No vuelvas al cine.
Estamos gastando un mundo de luz”.
Dejé de frecuentar películas de miedo, aunque creo que vi otra
que me estremeció de otro modo: “El carnicero”.
Allí aprendí que no hay mujer más hermosa
que la fea que sabe mirar y sentir. Aún amo a Stephane Audran.
Iba al cine todos los fines de semana como un ritual inexcusable.
Me enamoraba locamente de Gene Tierney y de Margaret Sullavan,
esas mujeres que parecen construidas con seda y con lágrimas.
Y de los poderosos muslos de nardo de Concha Velasco,
y de sus ojos negros, y de Inma de Santis, dulce amor mío.
Así empezaba la carta que le envié.
Era otro durante la semana, como un alucinado.
Como un forastero en mi propio corazón.
Un día le dije a la hija del cronista local: “Cristina, por ti me atrevo
a colgar las botas del fútbol y a ver el mundo con tus ojos”.
Nos hicimos algo novios. Y lo fuimos, en tándem,
por la arboleda de Compostela. Ella llevaba un short inolvidable.
Al atardecer, cuando el viento y la llovizna peinaban las torres,
Ladeó la cabeza, esparció el cabello y dijo: “Quiéreme como en el cine.
Bésame como si fueras a morirte, bésame como Jean-Paul Belmondo”.
Aquello acabó pronto, antes de 67 días y mucho antes de los catorce años.
Un día me dijeron que se iba a cerrar el Cine Real, 25 de agosto de 1974,
y quise despedirme de la máquina de proyección, del operador
y de la señora que vendía pipas y cacahuetes: Elisenda Tommassi.
Miré la cabina desde la puerta entornada, vi los haces furiosos de luz,
oí esa letanía mecánica que cobija el sueño.
El proyectista me dijo: “Quédate un rato. Esto es como morirse
antes de llegar a viejo y para siempre. Sabía que pasaría,
pero nunca he sabido prepararme para el fin”.
Lo que ocurrió entonces creí haberlo visto en el cine, soñé que lo volvía a ver
en “Cinema paradiso”. Empezaron a pasar imágenes, fragmentos de películas:
paisajes, ciudades increíbles, ciudades de cine negro, mujeres que fuman,
desiertos, caballos al galope, casas señoriales con escaleras vienesas.
Para el último adiós, el maquinista se guardó lo mejor:
Instantáneas de ríos, cascadas, rápidos, lagos y pantanos.
“Fíjate bien”, me dijo. Un niño despertaba a una cobra con la flauta
Y jugaba con ella. Tras el mordisco letal, vi el río, turbulento y homicida.
El Ganges lodoso de El río de Jean Renoir, cuyo nombre no retuve.
Paco Leirós, el proyectista, resumió: “Esta es mi película favorita. Tiene algo
cuyo nombre he tardado más de 25 años en encontrar. Poesía.
La poesía de la imaginación, la luz de los sueños. No lo olvides”.
*Las tres actrices son: Margaret Sullavan, Stéphane Audran y Gene Tierney.
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Marcos Callau -