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Antón Castro

JAVIER REBOLLO Y SU CINE

JAVIER REBOLLO Y SU CINE

A noche fui a ver, con Carmen y Daniel, la película ‘El muerto y ser feliz’ de Javier Rebollo. Una película insólita, que transcurre en un extraño clima de misterio constante y de alucinación. Cuenta la historia del español Santos que reside en Buenos Aires y tiene tres tumores, uno de los primeros detalles de humor negro. Es un asesino a sueldo que nunca ha matado a nadie y al que le encomiendan un crimen. Con un buen cargamento de morfina (para medicarse) huye en su coche Camborio, en compañía de una mujer de 40 años, de Salta. Recorren, desde Buenos Aires, distintos lugares: Tucumán, desiertos inacabables, o lugares que evocan ciudades sumergidas, y llegan a Salta. La película es insólita, de una estremecedora poesía, existencialista y desgarradora, y a la vez tiene una ternura nada sentimental, emoción, tránsito, perros al acecho. Está llena de bromas y de guiños, posee un color muy especial (que hace pensar en Gus Van Sant, en Wim Wenders, tal vez), y es, ante todo, un nuevo ejercicio de riesgo creador de Javier Rebollo, uno de los cineastas españoles más desconcertantes y subyugantes. A veces, me hace pensar en el mundo de Enrique Vila-Matas y, muy especialmente, en el Juan Carlos Onetti.

Todo parece discurrir en una atmósfera de espejismo y de mitología como si los personajes fueron extranjeros en el mundo que recorren. El cartel de esta película, realmente precioso, es de Riki Blanco. Los actores están estupendos: todos (me ha encantado volver a ver a Valeria Alonso, una de las chicas de ‘Todas las canciones hablan de mí’), pero Santos-José Sacristán se sale. Tiene más dignidad en pijama este ser marginal que muchos caballeros vestidos de Armani..., o algo así dice Javier Rebollo, que maneja una curiosa voz en off, como también lo hace su coguionista Lola Mayo; también ha trabajado en el guión Salvador Roselli.

Javier Rebollo es raro, original, insobornable, y posee un talento conmovedor, hecho de vivencias, de búsquedas, de conocimiento y quizá de locura. Nada fácil de definir. Es una película muy distinta que estrangula las leyes de la verosimilitud con toda la intención del mundo y apela, sin duda, a la pasión por el cine del espectador. Hay muchas maneras de hacer películas, y esta, tan telúrica, es una de ellas.

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