ADIÓS AL ARTISTA PASCUAL BLANCO
Un artista del hombre y sus sombras
Ha fallecido Pascual Blanco (Zaragoza, 1943-2013), Premio Aragón-Goya de Grabado 1998 y objeto de una antológica en el Palacio de Sástago. El entierro será hoy martes por la mañana, a las once, en el cementerio de Torrero de Zaragoza
“Pascual Blanco es un grande, grandísimo, dibujante. Pocas veces podemos ver la perfección y la forma en algo que parece menos relevante que un torso o una cabeza: las extremidades son trazadas con una simplicidad casi de signo en los trazos, pero sin abandonar su forma, su expresividad, su movimiento y, por qué no decirlo, su belleza. Quizá en toda nuestra pintura actual no encontremos pies o manos más hermosas, más bellamente ejecutados”, escribía el historiador del arte Federico Torralba Soriano en el catálogo de ‘Del Génesis o el Paraíso Perdido’ de Pascual Blanco, que falleció el domingo de un infarto, a los 69 años.
Pascual Blanco Piquero había nacido en Zaragoza en 1943; se definió alguna como un “escolar díscolo”, pero pronto se sintió subyugado por el arte, e ingresó en la Escuela de Artes. Estudió con profesores como Luis Berdejo, de quien pareció heredar la atracción por el cuerpo humano, Félix Burriel, Dolores Franco y Alejandro Cañada. Se licenció en Bellas Artes en la Escuela de Artes ‘Sant Jordi’ de Barcelona, y pronto empezaría a mostrar su inquietud y su deseo de participar en proyectos artísticos de los inquietos y radicales años 60 y 70. Participó en el colectivo ‘Tierra’, y en 1969 expuso en Kalos, una pintura geométrica, de tamiz lírico y un gran sentido del color, algo que caracterizaría su producción. Si Pascual Blanco fue un buen pintor, encontró en el grabado un campo de pruebas para sus óleos, y al revés, halló en el óleo, en el dibujo y el gouache un terreno de experimentación para el aguafuerte.
Pascual Blanco se definía como un pintor solidario y solitario a la vez. Esa era la ecuación que definió su carrera: quería ser un pintor honesto a carta cabal, auténtico, pero jamás se olvidó de las malandanzas del mundo, aunque también era un pintor metafísico, habitado por las sombras. Dijo: “Mi búsqueda plástica es una búsqueda de la libertad en la creación. Yo deseo evolucionar. Mi vida se justifica por mi propio trabajo y siempre he deseado desarrollar, estéticamente, una coherencia íntima y vital. Por ello he intentado estar al margen de las modas, de los encasillamientos”.
Sin embargo, intervino en la agitación creativa y política de los grupos pictóricos. E integró en 1972 y 1973, por un espacio de apenas seis meses, un colectivo que daría que hablar: ‘Azuda-40’, formado por otros siete artistas reconocidos como Natalio Bayo, José Ignacio Baqué, José Luis Cano, Vicente Dolader, Antonio Fortún, Pedro Giralt y José Luis Lasala. Su empeño, que conoció varias exposiciones y algunas intervenciones conjuntas, sería recordado y recreado en 1983 en la Lonja. Para entonces, Pascual Blanco había desarrollado una pintura comprometida, de denuncia social, resistente, de alegorías políticas, inicialmente abstracta y cada vez más figurativa.
Poco a poco, despojado ya de las contingencias históricas y de la crítica del franquismo, Pascual Blanco irá deslizándose hacia la figuración y el ser humano –indefenso y fuerte a la vez, melancólico y vitalista, herido, doliente, desesperado en ocasiones, soñador casi siempre- se irá convirtiendo en el centro de su obra plástica, tanto en el óleo como en el aguafuerte. Pascual Blanco ha sido uno de los grandes grabadores del siglo XX y XXI en Aragón: con un clásico como Manuel Lahoz, como Mariano Rubio, como Natalio Bayo, Maite Ubide, Mariano Castillo... Confesaría: “Rembrandt es el monstruo total del grabado. Dios bajó a la tierra y se puso a grabar con la mano de Rembrandt. En su caso, el grabado es plenitud de vida. Durero es la perfección visible. Y Goya es la revolución máxima (...) En mi caso, el grabado introduce la vertiente de la tragedia y es una exigencia de mi propia necesidad plástica, una indagación en mis propios instrumentos de artista”.
En 1992 es uno de sus años claves con su presencia en la Lonja, con la ya citada muestra ‘Del Génesis o el Paraíso Perdido’, que él definió como “un ejercicio de riesgo”. Constaba de 25 gouaches, 25 aguafuertes y 25 óleos de gran formato, de dos metros por dos metros, que era como la llegada, la consumación de una meditación que incluía el desamparo, la añoranza, el dolor, tenía algo de compendio de una vida que no había sido fácil nunca. Pascual Blanco fue un creador con demonios y angustias, casi a la manera de Dostoievski, Van Gogh o Unamuno: la muerte de su esposa Encarni Izar, también pintora, la conciencia de la fragilidad, el intento de crear una obra intensa, comprometida, que refleja “la difícil y compleja condición de ser hombre”. Dijo en una ocasión: “Quiero reflejar el sentimiento y la emoción”.
Pascual Blanco ingresó en la Escuela de Artes en 1972 y allí impartió, hasta su jubilación en 2008, clases de dibujo y grabado. Fue un trabajador incansable y apasionado. En 1998 recibió el Premio Aragón-Goya de Grabado. Colaboró con el Museo del Grabado de Fuendetodos, donde expuso y donde dio talleres, y en 2005 fue objeto de una antológica en el Palacio de Sástago: ‘Pascual Blanco. Imágenes para el recuerdo, 1964-2005’. La exposición de su vida, que se suma a otras exposiciones en Montemuzo, Fuendetodos, la CAI-Luzán, A del Arte o en Italia, más recientemente. Se ha ido un hombre entrañable y próximo, un artista que se buscó obsesivamente y que se encontró en sus hijos Sergio y Begoña, en Encarni y Maite, sus compañeras, en tantos y tantos amigos como tuvo, y en su invencible vocación artística.
*Este texto se publicó ayer en Heraldo.es. La foto es de Vicente Almazán.
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mariapilar -