LOS DIARIOS, SEGÚN PEPE MELERO
José Luis Melero (Zaragoza, 1956), que es sabio en muchas materias, es autor de 'Manual de uso del lector de diarios' (Olifante). Me encuentro por casualidad con esta entrevista que le hice con motivo de la edición del libro y la vuelvo a colgar en vísperas de la Feria del Libro.
Dices: “He sido siempre un apasionado lector de diarios”. ¿Por qué? ¿Qué encuentras en ellos?
Encuentro en ellos la misma pasión que uno siente por los libros y la vida. Antes que los diarios muy íntimos y personales, esos en los que el escritor habla mucho de sí mismo, de sus sentimientos y estados de ánimo, pero muy poco de la vida, yo prefiero los diarios que miran más al exterior y, por encima de todos, los literarios, aquellos en los que la literatura está presente en cada página, esos que nos hablan de otros libros (para recomendarlos o denostarlos), de otros escritores, de las relaciones del diarista con estos otros escritores, de sus gustos literarios…
¿Qué diferencia hay entre diario y dietario?
Se llamaban “dietarios” -y así los define aún el Diccionario de la Academia- a los libros en los que los cronistas de Aragón escribían los sucesos más notables. Tal vez lo que diferencia al diario del dietario es que en este último hay una mayor exigencia literaria y el autor tiene una mayor conciencia de género. Además, en él no están tan marcadas como en el diario las secuencias temporales. En el diario uno escribe más para sí mismo, lo que supone que cuando el escritor decide entregar ese diario al editor suele suprimir aquello que le parece irrelevante para los demás, mientras que el dietario se escribe ya con vocación de publicación y pensando ya en unos futuros lectores. El dietario es, para simplificar, menos íntimo que el diario. Pero en realidad ambos términos suelen utilizarse como sinónimos.
¿Y entre diario, memorias y autobiografía? Ponnos algunos ejemplos claros de ello, y de ese concepto del que hablas del contexto, del paisaje...
El memorialista, el autobiógrafo o el diarista trabajan con la misma materia: la intimidad, la experiencia personal, el deseo de escribir o reflexionar sobre uno mismo, pero mientras en las memorias y en las autobiografías se nos habla de tiempos pasados con la mirada y la perspectiva que nos da el paso del tiempo, y no en cambio de las vivencias o experiencias más recientes, en los diarios se habla de lo inmediato, de lo próximo y carecen por tanto de una visión reposada de los acontecimientos. De ahí, por ejemplo, que la presencia del paisaje, del entorno físico, sea frecuente en los diarios y apenas aparezca en memorias y autobiografías.
Las entradas son muy arbitrarias. ¿De qué depende que te extiendas, que seas lacónico, que busques detalles y anécdotas jugosas? ¿Hay un criterio específico?
Hubiera sido imposible que me extendiera comentando todos los libros inventariados. Necesitaría diez volúmenes como éste. Lo importante era hacer una selección, arbitraria y caprichosa sin duda, pero fundamentada en muchos años de lectura. En el libro están presentes la mayor parte de los diarios que me han interesado.
También hablas de dos conceptos: confesionalidad y crítica. ¿Qué quieres decir? ¿En quién estás pensando?
Jordi Gracia hablaba de la fragilidad de las fronteras entre los dietarios y los libros de artículos y llamaba la atención sobre el hecho de que un autor como José Carlos Llop, uno de nuestros grandes dietaristas, consiga un mayor grado de “confesionalidad y vigor crítico” en libros de artículos como Consulados fantasmas que en aquellos otros en los que practica “la más desfalleciente escritura privada”.
Vayamos con las curiosidades. Hablas de un diario de Alberti en verso y recuerda un recital en el Principal...
A Rafael Alberti lo conocí tras un recital de versos en el Teatro Principal. No debió de quedarse muy contento con la respuesta del público durante aquella lectura, pues en Versos sueltos de cada día, una especie de diario en verso que publicó en 1982, escribió: “Llovizna y frío en Zaragoza. / Como el clima, la gente / que siento en el teatro el primer día. / Incluso con llovizna en el aplauso”.
Otro bien curioso: el de Chacón y Calvo... Por ejemplo, se entretiene en describir las calles de Zaragoza...
Sí, describe muy bien Zaragoza. Y también lo hace José Antonio Muñoz Rojas en un diario suyo de 1995, en el que llama a Zaragoza “tosca” y “desarreglada” y dice del Ebro que es un “río fangoso”. Ángel Crespo también recogió en su diario ‘Los trabajos del espíritu’ un viaje a Huesca y Zaragoza en 1979.
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Otra curiosidad. Dices: “A Mansfield no le gustaban nada los médicos: el 22 de enero escribe ‘he visto al médico: un imbécil’, y al día siguiente anota: ‘He visto a dos doctores, un asno y otro asno?” ¿Es es humor, mala baba, certeza de que nadie le va a leer a uno?
Hay algunos diarios muy descarnados, en los que el autor escribe todo lo que piensa sin pasarlo por tamiz alguno. Son, en realidad, los mejores diarios. El de Katherine Mansfield es uno de ellos. Pero también el de Sylvia Plath o el de Géza Csáth, siquiatra, escritor y morfinómano, que se suicidó en 1919, a los 32 años, tras asesinar a su esposa disparándole tres tiros con una pistola, en presencia de su hija. Csáth escribía en su diario cosas como ésta: “Soy tan detestable, débil y patético que hasta me extraña que Olga siga queriéndome y no me engañe. Que no se haya hartado definitivamente de mi voz débil, apagada…, de mi pene cínico y arrugado, de mi cara demacrada…”.
Por cierto, ¿para quiénes se escriben los diarios?
Hay diarios de todos los tipos. Hay quienes los escribieron para sí, sin imaginar que alguna vez serían publicados, y quienes los escriben ya para sus lectores sabiendo que van a ser editados. Estos son hoy los habituales, pero durante muchos años buena parte de los diarios se escribieron sin intención de darlos a conocer y de ahí que se puedan leer en ellos las confesiones más íntimas y desgarradoras. Pensemos, por ejemplo, en el diario de Víctor Botas que dio a conocer José Luis García Martín. Botas escribía en él en febrero de 1987: “todos mis apuros económicos de los últimos años se deben únicamente a aquel inicial error que cometí cuando, en 1975, renuncié a seguir en el Banco. De no haber sido esto, ahora sería al menos director de una oficina y no tendría apreturas ni me estaría considerando -como a menudo me autoconsidero- un inútil que vive casi por completo del trabajo de su mujer”.
Uno de los personajes más impresionantes es John Cheever. ¿No?
Sí, su diario nos descubre su tormentosa vida interior. Ignacio Martínez de Pisón, que lo estudió muy bien, ya contaba que tras el marido y padre ejemplar, el vecino amable, el ciudadano de orden, se escondía el alcohólico compulsivo y un homosexual secreto que al final de su vida, libre ya de prejuicios, mantuvo relaciones con hombres más jóvenes. Contó Antonio Muñoz Molina que Cheever escribía a máquina su diario en hojas sueltas que luego encuadernaba y que escribía tan borracho que ni siquiera acertaba a golpear las teclas ni a formar frases coherentes.
¿Cuál es su diario favorito, el que se llevaría a una isla si solo pudiera llevarse un libro?
Me llevaría varios: Julio Ramón Ribeyro, Pavese, Kafka, Miguel Torga, el ‘Borges’ de Bioy Casares… Y no me llevaría nunca los de Robert Musil o Saramago. Aunque lo que habría que llevarse no son diarios, sino una barca hinchable para salir de allí rápidamente.
¿Cuál es la presencia de aragoneses en la compilación?
Importante, pues en Aragón ha habido y hay muchos y buenos diaristas: Ramón Acín, Antonio Ansón, Pepe Cerdá, Mariano Esquillor, Antonio Fernández Molina, Ismael Grasa, Benjamín Jarnés, Raúl Carlos Maícas, Víctor Mira, Julio José Ordovás, María Sánchez Arbós, Santiago Sancho Vallestín, Fernando Sanmartín, Gabriel Sopeña, Chusé Raúl Usón y Edmon Vallès. Por no hablar de Faustino Casamayor, de los diarios que Juan Carlos Ara acaba de recuperar de Joaquín Costa, del diario en imágenes de Isidro Ferrer ‘La galería legítima’ o de un curioso diario de la guerra de Antonio Blasco del Cacho.
¿Para quién es este libro?
Para todos los aficionados al género y para aquellos que, sin serlo, quieren acercarse sin prejuicios a él y conocerlo mejor. La “literatura del yo”, lo que algunos llaman los “egodocumentos”, está de moda. Cada día se publican más diarios, los blogs son ya una nueva forma de dietarios y son muchos los que quieren contarnos sus vidas, sus impresiones, su forma de estar en el mundo. Internet ha revolucionado y popularizado esta especie de literatura de la intimidad.
*La foto grande la tomo de aquí:
http://2.bp.blogspot.com/-EgAFNfVTSyg/UM5gQJ8-fBI/AAAAAAAAGBM/T9BhsC7QjOk/s1600/Pepe+Melero.jpg
1 comentario
Fernando Jáuregui -
Gracias.