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Antón Castro

MÁS ALLÁ DEL DESIERTO. CRÓNICA CULTURAL DE LA SEMANA / 1

 

MÁS ALLÁ DEL DESIERTO. DIARIO CULTURAL / 1

Antón CASTRO

 

 

SÁBADO, 11 de mayo

En Tarazona, en la I Feria del Libro, que se celebró en la misma ribera del Queiles, hubo momentos magníficos: la lectura de poesía de Joaquín Sánchez Vallés y Luis Alberto de Cuenca, el desparpajo y la sinceridad de Carmen Amoraga, algunos debates. Me llamó la atención especialmente el diálogo de José Luis Corral, el padrino del evento, y de Luz Gabás, a quien la sacudió un golpe de suerte que le ha transformado la vida. Luz Gabás, luminosa y sincera, dijo que le debía la trama de su novela ‘Palmeras en la nieve’ a su padre: él le había contado una y mil veces la historia, hasta tal punto que el éxodo a Guinea ecuatorial, que es común a mucha gente del valle de Benasque y que es casi una conseja oral adornada de leyenda, era una historia íntima, llena de complicidad con su familia. Redactó el texto, las casi 700 páginas, y empezó a buscar editoriales: desde Planeta hasta la autoedición. Todo el mundo le dijo que no. Que no interesaba. Por fin ocurrió lo que ocurrió: se publicó el libro, ha tenido y tiene un éxito constante, se está adaptando para una emisión en televisión con Mario Casas en el papel principal, y le llegan cartas de todo el país. Por ejemplo: un señor le escribe y le dice: “Yo soy el Kilian asturiano”, y le cuenta una narración casi idéntica a la de sus personajes. Ahora Luz publica ‘Regreso a tu piel’ (Planeta, 2014), un libro sobre el mundo de la brujería y la crueldad de los pueblos contra sus mujeres. De los pueblos, no de la inquisición. En un lugar de 200 personas, fueron asesinadas 24 mujeres en 1592. Luz Gabás, que ha leído a Ángel Gari y a María Tausiet, enlaza esa trama con otra contemporánea en un libro que querría ser reivindicativo, pero también neorromántico, casi el ‘Cumbres borrascosas’ oscense.

 

DOMINGO, 11

Yuja Wang (Pekín, 1987) tiene el aire de una estrella de rock y la osadía de una actriz de Hollywood. Apareció en el Auditorio de Zaragoza con un vestido negro, que le dejaba ver el ombligo, bajo cuyo velo parecía ocultarse una minifalda. Llamaba la atención su pelo, pespunteado aquí y allá, moderno, y sobre todo sus altísimos tacones. Más de quince centímetros. Entraría y saldría sobre ellos al escenario más de quince veces, lo cual resultaba casi una exhibición de heroísmo. Al final del concierto, una mujer entendida en modas y complementos y conocedora de los secretos de la intérprete, dijo que costaban 3.000 euros.

Yuja Wang saluda de una manera especial: como una gimnasta olímpica. Se sentó al piano y atacó un tema tras otro: primero Prokofiev, que posee una enorme variedad de graves y agudos, de cambios de ánimo, de sonoridades bellas y oscilantes. Y luego tocó a Chopin, hasta en tres ocasiones, un tema de aromas de jazz de Kasputin y, finalmente, con primor y energía, con un vértigo imparable de manos y de tensión plástica, ejecutó los tres movimientos de ‘Pretrushka’ de Igor Stravinski. Seguro que el creador de ‘El pájaro de fuego’ o de ‘La consagración de la primavera’ se estremeció en su tumba y en el reino del silencio. Qué maravilla: Yuja parecía la música misma y sus diabólicas variaciones, su dramatismo, y encarnó a una orquesta completa. Qué virtuosismo matizado, qué forma de atrapar la suprema hermosura y desleírla a toda velocidad, incontenible, en veinte minutos inolvidables. Seguidora como es de Vladimir Horowitz, y quizá de Arcadi Volodos (que sostiene que el silencio es la esencia de la música), a quien homenajeó con sutileza en dos de los cinco bises, dejó temblando el Auditorio y al público.

Fue generosa, entusiasta, simpática. Posee magnetismo, recogimiento, y se maneja a la perfección en las suavidades de la partitura, en esos sonidos que envuelven el alma y el corazón, y en las agitaciones que sacuden la inteligencia. En la segunda parte cambió de vestido: se puso otro, negro y con abertura, que hizo pensar en Sharon Stone. Sin perder la melodía, sin desasirse del pentagrama, y los memorizó todos, fue sensual, con la picardía justa: ella demuestra, sin concesiones, que la música clásica siempre es moderna y puede ser muy ‘cool’.

 

LUNES 12

Juan María Marín formaba parte del paisaje de la ciudad. Cultivaba cierta forma de exotismo: leía, sobre todo, en inglés, le apasionaba el cómic, había sido un crítico cultivado en las páginas de ‘El País’ y adoraba tanto la música clásica como el cine. El pasado sábado Fernando Aínsa, presentador de su libro ‘Querido caos’ en Cálamo este lunes, junto a Fernando Villacampa y a Enrique Murillo, recordaba ante el río Queiles que poseía un finísimo humor ‘british’ y que le volvía loco el cine. Y las actrices hermosas. Oía siempre los diálogos en versión original.

Juan Marín murió hace pocos días, casi antes de saber que estaba enfermo. Pero es uno de esos ciudadanos que dejaban huella: por su ironía, por su conocimiento del mundo, por su tendencia a la soledad (así lo retrataba el fotógrafo Vicente Almazán, otro solitario que pasea y “que pasaba por aquí”) y por su ingeniosa escritura. El libro –que mimó Murillo, editor de Los libros del Lince y amigo suyo de los años 60, en aquellos días de vendaval de ideas e imágenes de Antonio Maenza- que recoge muchas de sus columnas en HERALDO lo delata y lo retrata: la Visi, su personaje más conocido, era como un ‘álter ego’ que le permitía reírse de la ciudad, mirarla con ternura y compasión, y reírse de sí mismo. En el fondo, Juan Marín tenía veta de humorista. Y así lo han entendido muchos: Guillermo Fatás, amigo y lector incondicional, Encarna Samitier, cómplice y editora y “jefa”, o Isidro Gil, su ilustrador.

Mariano Esquillor (Zaragoza, 1919-2014) decía que el humor había sido consustancial a su vida. Quien lo conozca solo por sus versos o por sus textos, textos radicales de poeta que se adentra en la alucinación, pensará que ese no es un rasgo de su personalidad. Pero sí tenía humor, cultivaba la fantasía, se adentraba como pocos en una veta existencialista, simbólica y a la vez casi mística. Escribió mucho: de sí mismo, de sus sueños inquietantes, de sus amigos, de su amada Fuensanta Lardiés, de las muchachas jóvenes a las que oía cuando paseaba o se tomaba un café en algunos de los bares del entorno de la Casa de Amparo. Publicó una treintena de libros y deja inéditos bastantes más. Solía decir que en Zaragoza había sido feliz. Su libro favorito lo publicó hace 33 años: ‘Desde la torre de un condenado’.

 

MARTES, 13

El bibliófilo y escritor José Luis Melero recordó que el equipo de Rolde de Estudios Aragoneses se mueve con la idea de ser útil a la sociedad. Agregó que el asociacionismo no está de moda pero que ellos trabajan con entusiasmo absoluto por la cultura aragonesa. De ahí, de nuevo, que hayan publicado otro libro: ‘¿En qué país vives’. Breve historia de Aragón para chavalas y chavales curiosos’, firmado por el historiador Carlos Serrano, el titiritero Paco Paricio y la ilustradora Blanca BK.

Melero dijo que la idea había nacido de una sugerencia de Eva Cosculluela, librera de Los Portadores de Sueños: “se echa en falta una historia de Aragón para los más menudos”, le dijo. Bizén Fuster, diputado provincial de Chunta Aragonesista y animador de escritores y lecturas en Zaragoza y alrededores, dijo que las instituciones tenían que expiar sus culpas por no haber acometido antes el proyecto. Carlos Serrano subrayó que Aragón, y el libro, era un escenario en la historia marcado por un río; añadió que se había hecho con voluntad de que sea un caramelo, que se saboree hasta el final, un caramelo y no un chicle, que se expulsa, y recordó que “solo se ama lo que de verdad se conoce”. Y ya inclinado hacia la metáfora, precisó que ‘¿En qué país vives?’ tiene un tono acuoso.

Blanca BK apenas habló: dijo que era un privilegio muy grande para ella haber hecho ilustraciones históricas y que se habían entendido los tres a las mil maravillas por on line. Paco Paricio trajo su maleta de titiritero y reconstruyó la historia a través de los dibujos, a los que acompañó con diversas músicas con los más pintorescos instrumentos. Por cierto, en el Principal se oyeron caballos al galope que desembocaron en el llano gris.

 

MIÉRCOLES, 14

Salvador Victoria (Rubielos de Mora, 1928-Madrid, 1994) fue un pintor de la luz y de la geometría lírica, tras el paso por un informalismo sombrío. Al informalismo le dedicó su tesis doctoral, con la que inauguró Eloy Fernández Clemente la Biblioteca Aragonesa de Cultura (BArC). Su viuda Marie-Claire Ducay donó una importante colección de sus obras al IAACC Pablo Serrano, que acaba de inaugurar una muestra. Victoria ha sido uno de los grandes artistas de la posguerra en Aragón: le apasionaba la circunferencia y la calidez de los colores. Era un gran conversador: le gustaba recordar la atmósfera onírica de la carpintería de su pueblo, sus años de aprendizaje y exorcismo en París; le gustaba explicar su estética y su veneración por las constelaciones, la simetría. Hablaba de la espiritualidad y la poesía de su pintura que él deseaba que fuera anónima, pero que llegase a “la máxima emoción”. Este domingo es el Día Internacional de los Museos: es un buen pretexto para ver sus obras. La melodía del equilibrio.

 

JUEVES, 15

Ejea. Teatro Municipal de la Villa. Los profesores Alfonso Cortés y Patxi Abadía ejercen de anfitriones: se presenta el número doce la revista ‘Ágora’, que coordina el segundo, historiador, y se entregan los premios literarios de un concurso de poesía y relato para escolares, a cuyos galardonados publica la revista. El teatro, como en ‘Cinema paradiso’ de Giuseppe Tornatore, está a reventar: se percibe la siembra creativa del futuro, una felicidad inefable.

Un niño, Josué, asegura que él tiene una certeza de mago: el sábado, el Barcelona ganará la liga de fútbol. Está seguro. El escritor y profesor de francés de Ejea José Ramos Sánchez firma algunos microcuentos inquietantes como este: “Los habitantes de Carroña están condenados cada cuatro años a pasar por las urnas. Su opción es simple: entregar el país a los buitres leonados o a los negros”. El cuento se llama ‘Carroña’.

 

VIERNES, 16

Leopoldo María Panero moría hace algunas semanas. Antes de partir entregó a su editor, Huerga & Fierro, un libro: ‘Rosa enferma’, que saldrá el 22 de mayo. Onírico, abismal, doliente, de grandes intuiciones. El poeta, de nuevo, anticipaba su muerte: “Ya los pájaros comen de mi boca / como si estuviera por fin solo / colgado del último verso”. En el reverso de la muerte está la vida; cuando cerraba esta nota me llegaba una buena noticia: la escritora Aloma Rodríguez (Zaragoza, 1983), colaboradora de HERALDO, daba luz a una niña, Greta.

 

-La foto de Luz Gabás la tomo de aquí:

https://antoncastro.blogia.com/upload/externo-b192968f87c79021163a028a6fe29cfb.jpg

-Félix Broede retrató así a Yuja Wang.

https://antoncastro.blogia.com/upload/externo-13e19920015f745f4713781ca1df8f24.jpg

1 comentario

carmen serrano -

Disfrutad esta bonita y nueva etapa de vuestra vida.