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Antón Castro

RECUERDO DE J. A. LABORDETA

RECUERDO DE J. A. LABORDETA

[El pasado martes, 10 de marzo, fue el cumpleaños de José Antonio Labordeta: habría cumplido 80 años. El jueves 19 se inaugura la Fundación José Antonio Labordeta, que preside su viuda Juana de Grandes. En este artículo se recordaba poeta, cantautor, profesor, político...]

 

Recuerdo de José Antonio Labordeta

 

El cantautor, político y profesor habría cumplido hoy 80 años. Pronto se abrirá su Fundación

 

Antón CASTRO

José Antonio Labordeta (1935-2010) habría cumplido hoy 80 años, la cifra que hizo hace unos días su amigo y casi hermano ‘el nubepensador’ Emilio Gastón. Labordeta ha sido tal vez el aragonés más popular y más querido del último medio siglo. Él se sentía un ciudadano del mundo y un aragonés de las tres provincias: de Zaragoza, donde nació y donde vivió, donde paseó con el fantasma de San Lamberto y donde compuso sus canciones, sus poemas, donde dio clases y donde conversó con sus amigos: mayores, de su edad y más jóvenes; Labordeta fue, como Eloy Fernández Clemente o Emilio Gastón, un hombre que tendió puentes a las diversas generacional, un compañero de viaje intergeneracional. Era un aragonés de Huesca: descansaba en Villanúa y en Canfranc (donde pasó parte de su infancia y adolescencia), lugares en los que buscaba la belleza deslumbrante del paisaje, la cercanía de los Pirineos y el solaz junto a su mujer Juana de Grandes y a sus hijas Ana, Ángela y Paula. Labordeta se sintió turolense: en la capital pasó años inolvidables. Los vivió en la capital mudéjar, pero también en sus incursiones por el Maestrazgo, en el Javalambre o en Albarracín. Como un andariego o un buhonero somarda recorrió todos los caminos con esa lentitud cachazuda que no era insolencia, sino amor a las pequeñas cosas, a la paciencia ajena, al deseo de oír a los otros. Esa era una de sus virtudes y un rasgo de su modestia: tenía una insólita capacidad de escuchar con bonhomía y sin paternalismo. Mirando hacia la serranía y la soledad de las masadas, los campos solitarios o los collados, dio con la vieja, con los leñeros, los emigrantes o los masoveros que le inspiraron.

Labordeta poseía el código secreto de la empatía y la comunicación. Era llano y rudo a la vez, humanísimo y tierno, visceral y levantisco. Solía decir que, en el fondo, más que escritor, periodista, cantante, historiador, político de izquierdas o compañero de viaje de aventuras culturales y cívicas, era un ser que dudaba. No presumía de casi nada y lo daba todo por una conversación, por las confidencias de café (El Niké, El Ángel Azul, El Babel, El Universal) o de restaurante (Casa Emilio), por las bromas, aunque siempre pareció el ciudadano más serio del mundo y, a veces, según él mismo dijo con humor, “también el más triste”. Aquel bigote trabajaba a favor de esa imagen equívoca.

Llegaba al corazón por su actitud y su rebeldía, por su nobleza y sus contradicciones, por su sencillez y por su constante batallar con la música, con la literatura o en el Congreso de los Diputados. Era fácil percibir: “Labordeta es como nosotros y uno de los nuestros”; la frase tenía algo de compendio del sentimiento más popular. El propio ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero le dijo que se le iba a echar en falta en el Parlamento. Su amigo Félix Romeo (Zaragoza, 1968-Madrid, 2011) escribió de él: “Fue capaz de llevar la poesía al Congreso: rechazó la participación de España en la guerra de Irak leyendo un poema de su hermano Miguel, que es de los pocos poetas que ha publicado en el Boletín Oficial del Estado. Ese gesto, que tiene algo de surrealista, engarza con una tradición de humor zaragozano, bastante somarda, en la que le encantaba sentirse integrado, con el propio Miguel, Luis García Abrines y Julio Antonio Gómez, incansable bromista”.

 

Labordeta fue un creador de himnos, de canciones que muchos saben y tararean como ‘Somos’, ‘Aragón’, ‘Regresaré a la casa de mi padre’, ‘La albada’ o ‘Mar de amor’. Paco Aguarod, uno de sus cómplices de grabaciones, conciertos y bastantes arreglos, trabaja en la edición completa de todas sus canciones grabadas y rondan el centenar. Antonio Pérez Lasheras y Nacho Escuín y Javier Aguirre han analizado y editado su poesía, quizá su pasión más intensa. Labordeta, como músico e intérprete, logró casi lo imposible: crear un tema en el que muchos se reconocen. Un canto de identidad, de raíz, de fraternidad y de utopía como es el ‘Canto a la libertad’; a veces parece superado, pero en estos tiempos de corrupción y de continuos desengaños democráticos pronto nos damos cuenta de que seguimos en ese camino. El himno sentimental de su país de polvo, viento, niebla y sol (ese Aragón de la realidad y de la canción). Hay seres tocados por el cariño unánime: Labordeta fue uno de ellos. Dio y recibió afecto. No fue perfecto ni lo necesitó: incluso en sus contradicciones y en sus mudanzas políticas, siempre en la esfera de la izquierda, parecía ferozmente humano. De carne y hueso. De latido y memoria. Monegrino hasta la médula, pirenaico desde el corazón. Y zaragozano como el Ebro, al que cantó y al que contó en algunos de sus mejores cuentos.

 

*Labordeta por Pepe Cerdá...

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