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Antón Castro

GEORGINA JELICIÉ: IN MEMORIAM

GEORGINA JELICIÉ: IN MEMORIAM

Cuentos de domingo 

 

El álbum de Gina

 

Georgina Jelicié (1923-2015), argentina de padres yugoslavos y uruguayos, tenía una cabeza fabuladora. Le gustaba adornar sus recuerdos, embellecerlos, quizá porque su marido, el pianista Luis Galve (1908-1995), cuya vida glosó Alfonso Zapater para TVE, era modesto, suave y un tanto lacónico. Se habían conocido en una fiesta hacia 1947. Él había sido un auténtico galanteador con diversas aventuras; ella, veinteañera, nacida en una familia de nueve hermanos, era pícara y elegante: le sentaban bien las gabardinas y las boinas grises. Se vieron y se produjo el flechazo. Vivieron juntos 46 años: alrededor del mundo, de concierto en concierto, en Buenos Aires, en Madrid, en Montmorency y París, en Madrid de nuevo y finalmente en Zaragoza, en la calle San Jorge. Octogenario ya, Luis Galve decidió recuperar la ciudad de su memoria; aquí fue niño prodigio, estudió con el violinista Rafael Martínez, se fue a Madrid y descubrió el mundo en París. Acompañó a Antonia Mercé ‘La Argentina’, que le hacía sitio en su programa y, según la propia Gina, en su corazón. Estalló la Guerra Civil cuando regresaba a casa y vio cómo le arrojaban el piano por la ventana. Estuvo en la contienda y reinició su carrera con Scarlatti, Falla, Albéniz, Granados... Apareció Gina y se convirtió en su musa, en su agente, en su administradora de más de 3.000 conciertos en más de 60 países, en la bella esposa a la que le gustaba hacer amigos, ver arte, ir al cine y al teatro, salir y lucir hermosos trajes. En un instante de charla con ella, te hablaba del escultor Victorio Macho, del pintor Quesada, de su amistad con Joaquín Rodrigo y Andrés Segovia, de Ataúlfo Argenta y la historia de amor que le costó la vida cuando era el director de moda en España. Le encantaba mostrar fotos y recortes, recorrer el álbum de los sueños y de la música, evocar viajes en su Citroën Tiburón. En su casa, Luis y Gina conservaban libros firmados por Pérez de Ayala, Cela y autores franceses. A ella le gustaba decir que le habían puesto su hombre por un famoso poema, legendario, de Juan Ramón Jiménez en el que se decía: “El cónsul de Perú me lo dice: Georgina Hübner ha muerto / Has muerto. Estás, sin alma, en Lima”. Gina murió en Zaragoza veinte años después que su marido, el pasado domingo. Una de las cosas que más le emocionaba era mostrar la habitación que habían compartido, hablar del mar “que a él le hacía soñar” y acariciar el piano Yamaha con la foto de su único amor. Si le pedías que te repitiese una anécdota, con teatral cansancio respondía: “Te digo lo mismo que decía Luis con los bises: el corazón no se puede dar dos veces”.

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