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Antón Castro

VITO SANZ, ACTOR: UNA ENTREVISTA

VITO SANZ, ACTOR: UNA ENTREVISTA

“No hay que hacerse el gracioso todo el rato”

 

“El romanticismo es esencial para mí y es

necesario en estos tiempos tan difíciles”

 

El actor oscense Vito Sanz es uno de los protagonistas de ‘Los exiliados románticos’ de Jonás Trueba

 

 

Las fotos son del archivo del autor

 

Antón CASTRO

Vito Sanz Pérez (Huesca, 1982) posee encanto, humor, ironía, desparpajo, naturalidad y un candor que parece desmañado y primitivo. Es uno de los tres amigos que viajan a París, Toulouse y Annecy en ‘Los exiliados románticos’, la película de Jonás Trueba que está conquistando al público y a la crítica y que enamoró en el Festival de Málaga.

¿Qué le parece si empezamos? ¿Desde cuándo es actor?

-Desde los quince años. Mi padre es aparejador y trabajaba en Almudevar. Allí tenía un compañero de trabajo, cuya esposa era apasionada del teatro. A los quince años me incorporé a la Compañía de Teatro de Almudévar; con ella, haciendo obras cómicas de Jardiel Poncela y Mihura, obras de repertorio, recorrí en furgoneta bastantes lugares de Aragón. Casi como sucede en la película. En los veranos hacía cursos de teatro en Madrid y Barcelona, de quince días... Y luego estuve tres años, entre los 18 y los 21, en Barcelona. Estando allí me ocurrió una cosa muy simpática...

-¿Cuál?

Que me contrataron de figurante en el Liceo y participé en grandes montajes como ‘Aída’, donde salía maquillado de árabe. De Barcelona me fui a Madrid y estudié con el argentino Fernando Pierna. Vivía como podía; de repente trabajada de limpiacristales, de recepcionista o en Cortefiel. Me llamaron para una película chilena, ‘Desierto sur’, y con el dinero me fui a Argentina, sobre todo a Buenos Aires, y a Chile.

¿A seguir estudiando?

Más bien a vivir. A la aventura, a crecer. Tenía muchos amigos por allá. Estuve unos cinco meses y me llamó Fernando Pierna para que trabajase en una obra de teatro: ‘Trampolín’.

¿Se siente, ante todo, un actor cómico?

Me gustan el humor y la comedia. Para que funcione una comedia tiene que haber drama, y viceversa. No soporto esas actuaciones subidas de tono, histriónicas. Ni hay que provocar la risa todo el tiempo ni hacerse el gracioso, hay que esquivar la caricatura, el estereotipo, porque si no los papeles están vacíos... En los matices, en la complejidad y en la profundidad es cuando el público se identifica con un papel.

¿Cuándo conoció al director Jonás Trueba?

Fue hace algunos años a través de la actriz Ana Risueño. Trabajábamos juntos en una pieza de microteatro. Jonás estaba preparando ‘Los ilusos’, su segunda película, me vio actuar y me llamó. Concertamos una cita y Jonás no venía, no venía. Lo llamé varias veces. Finalmente me cogió el teléfono: había tenido una mala noche y se había olvidado por completo.

¡Vaya inicio!

Sí, ja, ja, ja. Jonás es fundamental en mi vida. Ha supuesto mucho. Somos muy amigos y, poco a poco, he accedido a su peculiar mundo: a su núcleo de afectos, a su pasión por el cine y por la literatura. Yo procedía del teatro, sabía poco, muy poco del cine, y él cambió mi perspectiva, el foco y me enseñó a entender la gran mentira que es el cine, el gran truco, comparado con el teatro. A veces hablas apasionadamente y ante ti no hay nadie: luego en el montaje aparece que estás hablando con alguien. Cosas de este tipo te llevan a enfrentarte a un gran vacío que acaba por volverse apasionante. Jonás, por otra parte, además de sensibilidad y conocimiento, contagia entusiasmo, pasión y le encanta hacer las películas en equipo.

Bueno, desde ‘Los ilusos’ (2013), no ha parado.

No me puedo quejar. Sigo haciendo teatro, tengo la Compañía Club Caníbal y acabo de hacer la película ‘María y los demás’ de Nelly Reguera, con Bárbara Lennie y Pablo Derqui, que se estrenará en 2016. Una película sobre una mujer en crisis.

Vayamos con ‘Los exiliados románticos’. ¿Es verdad que no tenían guion?

No del todo, pero sí es cierto cómo nació la película. Un día nos reunimos Jonás, el actor Luis Parés y yo, y empezamos a hablar así como quien no quiere la cosa de hacer una película en francés, una historia de amor... Cada vez estábamos más bebidos. Nosotros no le dimos demasiada importancia, pero Jonás sí y decidió hacer eso... Con pequeñas pruebas e improvisaciones fuimos haciendo la película, salvo algunas partes que Jonás había coreografiado y que estaban escritas: la historia de Francesco y Renata, mi historia con la joven en los Jardines de Luxemburgo...

Maravillosa y difícil escena. ¿Lo pasaron tan bien como parece en la película?

Es una película inolvidable, pero cometimos algunos errores. Calculamos mal algunas distancias... La furgoneta amarilla que empleamos es de mi madre, Cristina Pérez, y una amiga suya y no puede ir a más de 80 kilómetros por hora... Las distancias se nos hicieron eternas y, aunque conducíamos casi todos, hubo momentos de mucho cansancio. La película se rodó en París, en Annecy y en Toulouse y nada fue tan fácil como aparenta.

-¿Cómo la define usted, cómo la ve?

Es una película sobre la juventud, el amor, la amistad y la aventura, las relaciones que quieres recuperar, las pasiones soñadas y fugaces... Y luego es muy bonito como está siendo todo. Es una película pequeña, de mínima producción. Jamás pensamos que iba a tener esta repercusión, la publicidad ha surgido del boca a oído y fue un gran espaldarazo el eco del Festival de Málaga. Sé que se ha estrenado en Zaragoza, me encantaría que se estrenase en Huesca.

-¿Qué tipo de actores le interesan o le marcan?

A mí me emocionan Saza, Fernando Fernán Gómez, Agustín González. Esos grandes actores españoles que pertenecen a una tradición y se manejan a la perfección en el teatro y en el cine, que forman parte de nuestra historia. Actores versátiles, que le dan valor a la palabra, que resultan creíbles y que saben estar en su sitio. De ellos se aprende siempre.

¿Se siente usted romántico?

A veces demasiado. El romanticismo es esencial en mi vida, es necesario en estos tiempos tan difíciles. Lo he heredado de mi madre.

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