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Antón Castro

MANUEL RICO: DOS POEMAS

DOS POEMAS DE MANUEL RICO: 'LOS DÍAS EXTRAÑOS'


[Manuel Rico es poeta, ensayista y narrador. Dirige colecciones de poesía como la de Bartleby y es un sinvivir de las letras. Un letraherido inagotable. El siete de octubre, en La Central de Callao, acompañado por Emma Rodríguez, presentará su último poemario: 'Los días extraños', que publica Valparaíso. Ofrezco aquí, gracias a su cortesía, una pequeña selección de poemas.]

 

EN TREN

I

Avanza el tren, trenza la vida en fuga, enciende
el pensamiento con ritmo inverosímil, rasga 
el aire, es veloz como nunca pudiste imaginar. 
Otras veces
fue la oscuridad de los abrigos
en interminables esperas o en andenes
helados en las más altas horas 
de cualquier madrugada. Fue el sueño no vivido o sólo
levemente apuntado por encima del humo 
en viajes de una noche y tensos duermevelas.

Avanza el tren por la memoria, con el dolor
de todas las huidas, de los viejos espantos,
de las separaciones y de los crecimientos.

Siempre. En cada regreso al mar,
el tren me habla de mis miedos de antaño, 
de la eternidad manchada de otros viajes.

II

La vida, quieta, apenas se dibuja en las casas perdidas de la tarde, 
en la proximidad de los rebaños, en la intuición
de las alcobas o en la muerte fronteriza
del tapial lejanísimo
de algún cementerio entre olivares,
de la noche que entrega acres olores y carbonilla,
viajantes sin destino y carne frágil,
olvido y nieve, soledad de invierno
y resol de un verano que, vivo todavía, apunta
en las lomas lejanas donde el sueño convive
con los campos de Córdoba.

III

Imagino tormentas sobre campos batidos
por el halcón de la soledad. El agua,
encendiendo las ramas con su brillo de tránsito.

El hombre solo, como el testigo
de tormentas antiguas, temeroso en la tarde,
tocando la raíz
de los antepasados, rozando el miedo
de los niños oscuros, desvalidos
y solos contra el relámpago o el vendaval
o los armarios desconocidos.

IV

Soy memoria de viajes y reencuentros:
campos entre la niebla cruzados por un tren
y viejas devociones soñadas en la voz y en la música
más joven. Viento deshilvanado,
cartas jamás escritas, dormitorios
adolescentes de primer adulterio
y decepción primera. 
Y allí,
la voz y su envoltura
creciendo sobre el viaje y el tren y atizando el estío,
lamiendo los retratos evocados,
lloviendo en estaciones
nocturnas, en sueños
de un tiempo venidero que, quizá,
te la juegue
con la luz engañosa
de una felicidad que siempre huye.

EL TELESCOPIO

Sabía de aquel cielo de antracita y de frío.
Sabía de otras noches casi idénticas.
De momentos azules, olorosos
a mies recién cortada y al relente 
de agosto en la montaña
y observaba a mi hijo, absorto entonces
en la noticia que llegaba del jardín de enfrente.

Ramón, amigo de aquel tiempo, tenía
el telescopio abierto al infinito del verano nocturno.

Mi hijo cruzó el camino y se asomó con miedo
al círculo temido y deseado. 
Descubrió una luz distinta a la soñada.
Viajó por nebulosas, tocó cráteres
e imaginó una noche diferente, 
quizá sin cicatrices ni carencias.

Era agosto. Quizá mil novecientos
noventa y cinco. Y la luna parecía la misma
que pisó un tal Neil Armstrong una noche
en que mi padre me enseño que era frágil la vida,
que madurez y muerte a veces se contemplan,
se saludan de paso, casi huyendo, 
o se asoman, como en la noche aquélla,
al círculo de luz de un telescopio.

*Textos de Manuel Rico. De 'Los días extraños'. Valparaíso. 2015. La fotografía es de Gustavo Cuevas, de EFE. La tomo de una página de 'La Vanguardia'. 

 

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