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Antón Castro

RENÉE PERLE: LA MUSA DE LARTIGUE

RENÉE PERLE: LA MUSA DE LARTIGUE

Renée Perle, la musa moderna de Lartigue

 

Historia de un misteriosa, elegante y fotogénica mujer a la que Lartigue le hizo 340 fotos

 

Antón CASTRO

Jacques-Henri Lartigue (1894-1986) fue fotógrafo, pintor, cineasta y escritor. Solía escribir muchas notas en sus 130 álbumes de imágenes y firmó unas memorias: ‘Instantes de mi vida’. Fue un hombre de frases sencillas y a la vez hondas: “La vida es algo maravilloso que baila, salta, vuela, ríe y pasa”. He aquí una perfecta síntesis de su universo. Fue el fotógrafo del mar, del vuelo, del movimiento, de la moda, de los deportes, del paseo, de la belleza femenina y de esos instantes que se vuelven inolvidables al ser fijados por su cámara. En 2011 llegó a la Lonja su exposición ‘Un mundo flotante’, más de 200 fotos de un archivo impresionante, al margen de modas y escuelas, compuesto por más de 100.000 instantáneas. El título aludía a algunas de sus características: la levedad, la ausencia de conflicto, la exaltación de la alegría y del placer. Allí se veía muy claro que Lartigue, de suaves maneras, un rostro angelical y mirada de pícaro, era el fotógrafo de la felicidad. En uno de sus álbumes escribió otro autorretrato: “Ser fotógrafo es atrapar el propio asombro”.

Lartigue se casó tres veces: en los años 20 con Bibi Messager, con la que vivió hasta 1929; con Mancella Paolucci, ‘Coco’, en 1932, convivieron durante casi una década, y con Florette Ormesa, se conocieron en 1942 y se casaron en 1945. Las tres aparecen continuamente en sus fotos. Quizá sea Florette, de una belleza delicada, quien le inspirase algunos de sus mejores retratos, mientras Bibi le sugirió algunas tomas más orientales.

Jacques-Henri Lartigue fue un enamorado del amor y de las mujeres. Tiene algo de criatura de François Truffaut. En marzo de 1930, tras la ruptura con Bibi, se cruzó con Renée Perle (1904-1977), modelo de la casa Doeuillet. La vio en la calle de la Pompe, con otra amiga, y ya no le pudo quitar el ojo de encima. Llevaba guantes. Escribió en sus notas: “Me gustaría ver sus manos. ¡Son tan importantes las manos!”. Concertaron una cita para el día siguiente a las cinco. El fotógrafo, de unos 35 años, espera impaciente: “Cinco treinta y cinco. ¡Ahí está ella! ¿Puede ser realmente ella? Deslumbrante, alta, delgada, de boca pequeña, labios gruesos y ojos oscuros, de porcelana. Deja a un lado su abrigo de pieles en una ráfaga de perfume cálido. Vamos a bailar. ¿Mexicano? ¿Cubano?”. Lartigue observa como su pequeña cabeza se alza sobre un cuello muy largo. Anota: “Cuando bailamos mi boca no está lejos de su boca. Su cabello roza  mi boca. “Soy rumana. Mi nombre es Renée Perle. He sido modelo de Doeuillet”, dice. Delicioso. Se quita los guantes. Manos largas, de niña. Algo en mi mente empieza a bailar ante la idea de que un día tal vez ella quiera que yo le pinte las uñas de esas manos...” Vivieron su amor, con sus vaivenes, sus viajes y sus lujos, durante casi dos años. Gozaron a sus anchas, de lugar en lugar: Cannes, San Juan-les-Pins, Antibes, Biarritz, Annecy, Villerville, etc. Eran una pareja ociosa, un tanto teatral en ocasiones, que parecían disfrutar de la belleza, de los paisajes y del erotismo. Y de la atracción recíproca. Lartigue no dejó de hacerle fotos todo el tiempo que vivieron juntos, hasta 1932.

Esos álbumes son realmente excepcionales. Renée Perle encarna a la mujer moderna, atractiva y segura. Usa pamela o sombrero, vestido largo o corto, de corte o de esport, con joyas o sin joyas. Da igual que lleve pantalones amplios o ajustados, posa en cualquier sitio como si fuera una actriz excepcional. Soporta todos los planos, y conserva siempre ese espíritu independiente y misterioso. Parece la musa y la modelo de los mil rostros, y es también la amante, la compañera, la rebelde, esa criatura que le exige al fotógrafo atención una y otra vez y lo mejor de sí mismo, lo mejor de su arte. Como mínimo, Lartigue elaboró una impresionante colección de 340 fotos, que fueron las que años después exhibió la familia y probablemente subastó en los años 2000 y 2001. En esos lotes también iban algunos retratos al óleo que le hizo el artista.

La fascinación de Lartigue fue absoluta. Sus fotos tienen algo de tratado de seducción y quizá de idolatría, al nivel de las Harry Callahan a su esposa Eleanor, las de Alfred Stieglitz a Georgia O’Keefe o las de Edward Weston a Tina Modotti. Algunos años después, su tercera esposa, Florette, dijo que esas fotos tenían elegancia, fotogenia y sofisticación. Han sido varios los diseñadores y fotógrafos que han dicho: “El estilo de Renée Perle es la perfección”. Ella hacía escenas teatrales encaminadas a provocar celos en el fotógrafo porque las reconciliaciones eran otro ritual. Lartigue escribió: “Renée quiere jugar conmigo”. Y tras el adiós, se preguntó: “¿Con quién podré hablar de amor después de que Renée se haya ido?”.

De Renée Perle, judía, apenas se supo nada más. Al parecer tuvo un hijastro, se dedicó a la pintura y se centró sobre todo en el autorretrato. Cayó en el olvido, hasta que Jacques-Henri Lartigue fue recuperado en 1963 en el MOMA de Nueva York y luego en toda Europa. Y entonces, en su mundo flotante y amoroso, se descubrió su fulgor, su hermosura y su modernidad. 

 

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