MILES DAVIS: REBELDÍA DE JAZZ
Miles Davis, la revolución del jazz
Don Cheadle le dedica una película al trompetista que experimentó nuevos registros sonoros en bebop, cool, jazzrock y fusión
Antón CASTRO
"Sólo soy un trompetista. Sólo sé hacer una cosa: tocar mi instrumento y esa es la base de toda la confusión. No soy un hombre de espectáculo y no quiero serlo. Soy un músico", dijo Miles Davis en 1963, cuando ya era uno de los más grandes del jazz. Algunos lo han considerado el Picasso o el Stravinski de la disciplina, y quizá no sea exagerado. Fue un hombre complicado, posiblemente bipolar, hiperactivo y prolífico, y a la vez estaba lleno de demonios. Tenía en su interior, en parejos porcentajes, la semilla de la autodestrucción y la del talento. Fue un renovador absoluto, alguien a quien le gustaba experimentar, buscar nuevos sonidos, emocionarse. Aunque podía ser irascible, para muchos fue el trompetista del silencio, el jazzmen de las suavidades, de la pausa, de esos sonidos casi inefables –líricos, melancólicos, poseídos por la ambivalencia del drama y la serenidad- que marcaron una época. O varias épocas. Porque si hay una cosa muy clara con Miles Davis –recuperado ahora por Don Cheadle en ‘Miles Ahead’, a los 25 años de su muerte- es que en él hay muchas tentativas, una personalidad torrencial que persiguió una y otra vez, en las grabaciones y en directo, apresar “el espíritu de la música”.
Miles Davis es un tipo muy contemporáneo. Insatisfecho, radical y cambiante. Enamoradizo e hipercrítico. Nació en 1926, tuvo una vida más o menos fácil en su infancia, era hijo de un odóntologo y de una profesora de música. Aprendió a tocar desde muy joven, quizá desde los nueve años gracias a Elmood Buchanan. Aunque fue un hombre enrabietado con casi todo, escéptico ante el mundo (sí creyó en Desmond Tutu y en Mandela, a quienes les dedicó su disco ‘Tutu’), vivió plácidamente, sin estrecheces ni grandes amarguras.
No tardaría en hacer sus primeros pinitos y tocar en clubs locales de St. Louis. Cuando dejó atrás de la adolescencia, convenció a su padre para que lo matriculase en Juilliard School of Nueva York. Tenía una obsesión: quería conocer a su admirado Charlie Parker, ‘Bird’, e invirtió casi un mes en dar con él; hasta que lo hizo se bañó en la música y la fantasía de los clubs de jazz, vio tocar a muchos de los grandes y aprendió por observación e inquietud de saber. En esos días, y más tarde, se haría asiduo de las bibliotecas: estudió a Stravinsky y a Rachamninoff, a quienes les destinaría palabras de cariño, o Alban Berg. Parker le dio la oportunidad en su grupo, aunque tenía a otro músico increíble: Dizzy Gillespie. Y allí, a su arrimo, en aquel clima posbélico, Miles Davis asimilaría el sonido de los maestros y un estilo que más adelante trabajaría: el bebop, al que sucedería el cool…
Algún tiempo después, con grupo propio ya, grabó uno de sus primeros grandes discos: ‘Birth of the cool’, la primera obra maestra de Miles Davis, que nació de su colaboración con uno de los grandes arreglistas de jazz: Gil Evans. Será su apoyo permanente, un cómplice, alguien que asimila su deseo de experimentar y de arriesgarse; ayudó a Miles a crear algo que anhelaba: que “el sonido flotase como una nube”.
En 1949, Miles David vino con su banda a Europa. Y se desplazó a París, donde viviría una de los mejores momentos de su vida: su historia de amor con la mujer de negro, la musa del surrealismo, Juliette Grèco. En su ‘Autobiografía’ de 1989, Davis lo explicó así: "La música era toda mi vida hasta que conocí a Juliette Gréco. Me enseñó lo que significaba querer algo distinto a la música. Probablemente, Juliette fue la primera mujer a la que amé como un ser humano, en un pie de igualdad. Era hermosa. Teníamos que comunicarnos mediante expresiones, con el lenguaje corporal. Ella no hablaba inglés y yo no hablaba francés. Nos hablábamos con los ojos, los dedos. Con este tipo de comunicación, uno sabe que el otro no le cuenta mentiras. Tienes que moverte por los sentimientos. Era abril en París. Sí, y estaba enamorado." La cita es larga, pero es oportuna, porque ninguno de los dos perdieron oportunidad de recordar aquel amor que se volvió imposible. Fue Sartre quien le preguntó a Davis por qué no se casaba con ella. Su respuesta fue: “La amo demasiado para hacerla infeliz”.
La carrera de Miles Davis fue formidable, sin duda. Grabó discos excepcionales y fue decisivo para abrirle ventanas al jazz y mezclarlo con otros sones. Él, que odiaba a Los Beatles y a Elvis Presley, descubrió a Jimi Hendrix y eso le ayudó a crear un estilo de jazz rock y también se acercó a la fusión. Fue un inconformista: tocó con todos (Herbie Hancock, John Coltrane, Bill Evans…), aprendió, buscó nuevos sonidos, y no dejaron a aparecer grandes álbumes: ‘Bitches Brew’, ‘Miles in Antibes’, ‘Kind of blue’, anterior a su gran crisis.
En 1975, con 50 años, después de haberse convertido en un mito, atravesó una gran crisis: estuvo seriamente enfermo, aumentó su dependencia de las droga, no hallaba su camino. Fue un lustro de rabia, desesperación y silencio, en el que se ha centrado Don Cheadle. Volvería más tarde con ‘We Want Miles’ y ‘You’re under arrest’, donde colaboró con algunos roqueros. Poco antes de morir cumplió un sueño: grabó algunos temas de Prince. Murió demasiado joven. Con 65 años.
*Fotografía de Michel Comte.
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