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Antón Castro

EL QUINTO PERRO VÍCTOR MIRA (1949-2003)

EL QUINTO PERRO VÍCTOR MIRA (1949-2003)

El quinto perro Víctor Mira

 

ANTÓN CASTRO

“Me arrodillo y espero hasta que siento que puedo pintar como un ángel”. La frase no pertenece a Zurbarán ni a Caspar David Friedrich ni siquiera a San Juan de la Cruz, el hombre que levitaba con sus visiones poéticas, sino a Víctor Manuel Miragaya, nacido “accidentalmente” en Marruecos, aunque él siempre diría que había nacido en 1949 en la “Madre Zaragoza”. En su infancia y su juventud retendría varias imágenes: las afueras de Juslibol y sus celajes, muy especialmente, y la inmensa culebra del río Ebro. De ambas escribiría en sus poemas y en algunos de sus diarios como ‘Humus. Diario, 1994-1998’ (DPZ, 1999).

Víctor Mira, el nombre que eligió como artista, fue un creador por vocación. Sintió como pocos el drama de la insatisfacción más radical. Buscaba y buscaba, y trabajaba sin sosiego, con furia y alucinación. Así, con intuición y poseído por un don inefable, fue realizando su obra: sus óleos, sus dibujos, sus grabados, sus esculturas. Piezas que están impregnadas de pesadillas, de visiones inquietantes, de figuras poéticas que hallaba en el corazón de la noche y en los textos del Romanticismo, en la vida o en la historia del arte mismo. Víctor Mira pertenece a esa categoría de artistas que persiguen la trascendencia, el más allá, que se sienten “los elegidos” del destino y a la vez se perciben como un pájaro solitario que se adentra, de cabeza y quizá a ciegas, en el abismo. Él anhelaba “ser un artista capaz de sentir el espectro, la metáfora de la muerte” y a veces, tan paradójico y tan doliente, tan imprevisible, decía que no había vida en su interior.

En su juventud, realizó varios empleos pero pronto se trasladó a Madrid, a principios de los años 70. Algunos años después elegiría Barcelona para vivir: allí ahondó en sus temas, en sus sobresaltos y profundizó en el estudio de la historia del arte. Una mirada a su trayectoria de 35 años revela la complejidad de sus fuentes: el Barroco español, sin duda, la pintura holandesa, la huella de Friedrich, tan persistente, algunos surrealistas como Yves Tanguy, Miró o Salvador Dalí, los expresionistas alemanes, desde George  Baselitz a Otto Dix, por citar algunos, Antoni Tàpies y otros pintores quizá  más inclasificables como Vincent Van Gogh, Cézanne y Goya, claro. Fue uno de los artistas importantes de los años 80 con su paisano José Manuel Broto, José María Sicilia y Miquel Barceló. En esos años contactaría con uno de sus galeristas más constantes, Miguel Marcos, que lo presentó en Zaragoza, en Barcelona y Madrid, en ARCO y en diversas ferias europeas. Marcos dijo de él: “Mira era un animal pictórico, un hombre entregado a su trabajo, un monje en su taller que vivía por y para el arte”.

En la carrera de Víctor Mira se perciben una serie de obsesiones, de temas o de figuras claramente simbólicas.  Ahí están el ‘Caminante’ con su farol en la mano, las ‘Hilaturas’, los ‘Estilitas’, donde parece encontrarse con su pariente Luis Buñuel y su ‘Simón del desierto’, piezas como ‘Montserrat’, las crucifixiones, algunas grandiosas, que evocan por igual a Velázquez o a Dalí pero también a pintores más inquietantes como Brueghel, o los ‘Antihéroes’, otra creación suya que se inspiró en la ‘V Sinfonía’ de Beethoven y cuyo protagonista es un muerto que reposa en un somier y que tiene una herida en el centro del abdomen.

Mira también se sintió atraído por Bach a través de una serie muy depurada, presentaba bajo el formato de ‘variaciones sobre un tema’, donde predominan el negro y el azul. Toda su obra es un intento personalísimo para descifrar la complejidad del mundo, una complejidad que empezaba en él mismo: era provocador y airado, comprometido y pugnaz, satírico y rebelde, y a la vez era vulnerable, candoroso, incluso de una ternura desarbolada. En 2002 presentó en el Museo Pablo Serrano la exposición ‘Apología del éxtasis’ y en 2003 fue elegido el mejor artista español en ARCO.

Vaticinó su muerte tal, como había de ocurrir, en uno de sus dibujos. El 18 de noviembre de 2003, tras haber sufrido un incendio en su taller, Víctor Mira decidió despedirse de su última compañera Esther Romero y del mundo arrojándose a un tren en Breitbrunn. Desde hace una década descansa en el cementerio de Montjuic. En ‘Humus’ había escrito: “Sabía que no estaba loco, sabía que no era un santo, pero respiraba cada vez más con el respirar veloz de los suicidas”.

 

LAS ANÉCDOTAS

 

El quinto perro. Una de las facetas de Víctor Mira es la de poeta y ensayista. En uno de sus mejores textos le escribe a Antonio Saura: “Goya, Buñuel y tú, y aún añadiría al primero de todos, a Gracián, perro agudísimo, cuyo ingenio fue ladrar en mudo para mejor dejarse entender. Sería yo, pues, quinto perro y sordo, y aún me querrían ver sin dientes por no ser de sitio alguno que no sea mi origen propio en la perrera de Zaragoza”.

Presencia. En esta década no puede decirse que Mira haya caído en el olvido. Pepe Navarro, desde Zaragoza Gráfica, ha rescatado periódicamente su obra, con importantes novedades, y ha creado un espacio específico. La galería A del Arte ha mostrado una colección de grabados que donó Mariano Santander al Museo del Grabado de Fuendetodos. Y en el IAACC Pablo Serrano, que trabaja en un ambicioso proyecto sobre el artista, pueden verse algunas de sus mejores piezas. En el panorama nacional sí podría decirse que Víctor Mira ha pasado un tanto inadvertido.

Poética. Escribió: “No hay más verdad que el negro y el azul purísimo de Zaragoza”.

 

*Este impresionante retrato es de Rogelio Allepuz, del año 1993. 

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