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Antón Castro

JAVIER CINCA (VIRIATO) RETRATA AL COLECCIONISTA ROMÁN ESCOLANO

JAVIER CINCA (VIRIATO) RETRATA AL COLECCIONISTA ROMÁN ESCOLANO

Por Javier Cinca (Viriato). Librero, editor y poeta.

Cuando Alejandro me convenció para participar en este acto en homenaje a Román le comenté que prepararía un texto sobre ROMÁN Y LA NUEVA OLA ZARAGOZANA. Antes que nada, y aunque parezca una obviedad, quiero hacer una puntualización para evitar susceptibilidades: esto que voy a contar es un relato personal, y por tanto totalmente subjetivo; nada que ver con un trabajo periodístico o de historiador.

Empezaré leyéndoles un fragmento de una entrevista que realicé a Román en la primavera del año 1982. Apareció en el número 1 de un fanzine llamado Particular Motors, junto a otra entrevista al ‘selector’ Cachi.

 

P- ¿Cuántos años llevas interesado en la música?

R- Desde el año 60, un poco antes en realidad.

P- ¿Qué eventos importantes has presenciado?

R- Estuve en el estreno de ¡Qué noche la de aquel día!, que contó con la presencia de Beatles. Eso fue en el Odeon de Londres en el 64. También estuve en los Encuentros de Pamplona, en el verano de 1972,  donde conocí personalmente a John Cage. Luego, en el 73, estuve viendo a Bowie,

P- Debes de tener una colección de discos considerable.

R- De clásica tengo un mínimo selecto. Luego tengo casi todo del free jazz clásico (Coltrane, Shepp, Chicago Art Ensemble...), bastante música contemporánea y ahora me están interesando las cosas que tenéis por aquí: Cabaret Voltaire, John Hassell & Eno, The Red Crayola... Ah, también están las colecciones de las revistas del movimiento underground, tengo casi completas OZ, IT y ACTUEL.

P- ¿Crees que la música es hoy en día el medio de expresión más importante?

R- Sí, pero sin olvidar un instante que es sobre todo una industria. De todas formas yo a lo que le doy más importancia es a las referencias culturales. La música no es un fenómeno aislado sino que la veo íntimamente relacionada con la literatura, la plástica... Hay que decir también que es la primera vez, ahora, que se produce un movimiento musical general en todo el mundo, y esto es importante.

P- ¿Qué piensas del movimiento Punk?

R- Lógico por completo. Me parece una consecuencia del desempleo juvenil y el cambio social. Si las cosas van mal, la respuesta es siempre más dura. También lo veo como una consecuencia de la cultura urbana a tope de hoy.

P- ¿Has realizado alguna actividad creativa?

R- No, quizá debido a mi profesión. Me considero un sujeto recipiendario perfecto.

P- Lo que tiene también su importancia. ¿Y no te entra nunca el gusanillo?

R- No, no... Aparte que no he tenido la más mínima formación ni preparación. Todo lo que he conocido ha sido por mi propia inquietud.

 

 

P.M. fue uno de los primeros fanzines que se hicieron en la llamada movida. Aunque reconozco la originalidad del término movida, prefiero llamarlo nueva ola, término más querido por sus ecos (New Wave, Nouvelle Vague...) y que delimita mejor el terreno. Lo prefiero también a posmodernidad, también muy emparentado.

Si tuviera que datar el nacimiento de la nueva ola como movimiento no dudaría: tal y como cuenta Paco Felipe estaban dando los últimos toques antes de la inauguración del bar ESCAPARATE cuando se enteraron de que unos guardias civiles habían asaltado el Congreso: febrero 1981.

Hay un artista, poeta e industrial (como se decía antes) que publicó hace unos años un libro de más de mil páginas en el que, aparte de contar con detalle sus poco memorables (para los demás) devaneos amorosos, intentaba demostrar que la movida zaragozana surgió y se desarrolló en su local del Casco Viejo. El autor se mete con los de la “zona alta”, y conmigo concretamente, en varias ocasiones (por eso se la devuelvo aquí), tildándonos un poco de ‘modernos’ superficiales, mucha apariencia pero poca sustancia. Sí, allí había un escenario y actuaban grupos de teatro y de música, y tocó Bunbury con 14 ó 15 años y... Pero todos los que vivieron de cerca esa época saben con certeza que el corazón de la nueva ola se encontraba en los aledaños del Paseo de Sagasta. Me ceñiré a dos locales, para mí los más emblemáticos el ya citado ESCAPARATE y el CALIGRAMA, ambos con artistas gráficos entre sus dueños (Jesús Lapuente en el primero; Sergio Abraín y Alberto Ibáñez en el segundo), aunque hubo muchos otros, como el ILIUM, con Pilar Molinero y el divino malvado Teles, luego refundado como INTERFERENCIAS, con Inma y Miguel Goyanes;  o los ya más tardíos MODO, EN BRUTO.... Sí, algunos de los grupos que se hacían no iban más allá de buscarse un nombre y, técnicamente, era todo muy precario. Primaba la actitud sobre la técnica, pero esa energía también se materializó en obras. Y grupos como Más Birras, IV Reich o John Landis Fans (luego JLF), que alcanzaron repercusión y reconocimiento, se formaron allí.

Si tuviera que elegir la característica que mejor defina la explosión de creatividad que acompañó al punk y la nueva ola, sería su heterogeneidad, casi promiscuidad. Con la música como elemento aglutinador, y omnipresente, se produjo una coexistencia, convivencia incluso, entre individuos y corrientes muy diferentes. Individuos de distintas generaciones (de Román con sus 48 años a chavalas y chavales de 15 ó 16). Gente que venía de la contracultura, y gente que venía de nuevas. Todos desideologizados

Rockeros, mods, rockabillis, punks, tecnos y vanguardistas. Músicos, pintores y escultores, dibujantes, diseñadores, culturetas, periodistas y aficionados o espectadores. Los poetas entonces no escribían poemas, sino letras de canciones. Heteros y homos. Fumetas, yonquis y camellos, cubateros, cerveceros y abstemios.

(Permítanme un inciso: A veces pienso que lo raro es que los de mi generación y próximas no estemos todos mal (o peor) de la cabeza. De niños nos educaron en el nacionalcatolicismo, luego fuimos simplemente cristianos, más tarde marxistas, enseguida marxista-freudianos, y luego nos volvimos contraculturales, llegó el hippismo. Libertarios. Y por fin la posmodernidad y con ella la expansión de las drogas. Drogadictos. Y después, por fin, NADA. No la Nada mística, de disolución del yo en el TODO, pero casi).

Bueno, pues en esta galería de personajes Román era uno más, tal y como se recoge en la serie de retratos que el fotógrafo Javier Inés realizó para Caligrama, algunos de los cuales aparecen en el catálogo de Sergio Abraín: “Pata Gallo y Caligrama. Espacios de una década”. Asiduo de ambos locales, y de mi tienda DISCO-SHOP PIRATAS en la misma calle Moncasi, Román, con su aspecto atildado, era un hombre de costumbres tradicionales y políticamente moderado. Él y Carmen de jóvenes eran monárquicos, donjuanistas (creo recordar que me contó que fueron a recibir a Don Juan a su regreso del exilio), aunque luego votarían Suárez. Pero lo que lo hizo identificarse con la nueva ola fue su irresistible afición a la cultura y, muy especialmente, a todo lo que supusiera novedad y vanguardia artística. Él fue uno de los puentes más sólidos que enlazaron la nueva ola con las vanguardias de las décadas anteriores, más allá de las experiencias de arte postal de Abraín o de las de música concreta de Pablo A. Giménez con el Estudio de Música Electrónica (con Fatás, Colomer y Medalón) a mediados de los 70. Pablo recibió con entusiasmo el do-it yourself de la nueva ola y retomó su carrera en solitario grabando media docena de cassettes y cds que hoy despiertan el interés de los expertos.

El concepto de vanguardia ha perdido ya casi todo su sentido, limitándose prácticamente su uso a las vanguardias históricas, ese término tan contradictorio que une lo que va a ser con lo que ya fue.  Hoy TODO es vanguardia. Por eso me gusta jugar con la idea de que la de los 80 fue la última vanguardia zaragozana. El ambiente era propicio, ya que algunas instituciones como la DPZ, con Juanjo Vázquez en la trastienda, y el Ayuntamiento apoyaron durante unos años con decisión Festivales como los de Fotografía y Video y En la Frontera, sobre todo el primero, celebrado en el Antiguo Matadero en crudo, antes de ser reformado: un escenario inmejorable para la cultura llamada industrial que se estaba gestando. Invitando también a artistas multimedia como Françesc Torres o Enzo Minarelli a ejercer su magisterio.

Fanzines y cómics, moda, videoarte, instalaciones y performances, eventos, arte postal y música. También música experimental, ruidista, industrial, que retomaba la herencia futurista con una mirada benévola hacia la tecnología, todavía la máquina, con la ilusión de su uso con fines subversivos y liberalizadores, de lucha contra CONTROL y afirmación del individuo. Novelistas como Burroughs o Ballard habían pasado a ser referentes sustituyendo a pensadores, psiquiatras o filósofos.

Antes del final de la década esa vanguardia, efímera como toda buena vanguardia, se extinguió, aquejada de múltiples patologías (como se dice en estos días), entre ellas subvencionitis y cultura del pelotazo en general.

Les diré que intento no perderme los programas culturales de Aragón TV y admiro el altísimo nivel y calidad de nuestros creadores, jóvenes y no tan jóvenes. Pero pienso también que lo que se hizo en esos años fue el rudimento de todo lo que vino después. Me gusta contemplarlo como uno de esos felices momentos en que la alta cultura se une a la cultura popular, no olvidemos que muchos de los músicos de la new wave salían de Escuelas de Arte.  Su iconoclasia, la inmediatez y accesibilidad que daban soportes como el cassette, la fotocopia o el video, el háztelo-tú-mismo, su carácter alegal y desinteresado, la libertad de expresión individual tras años de ideologías y décadas de oscuridad (no olvidemos que veníamos de la gusanera, esa Zaragoza de curas y militares), la transgresión, el afán por nuevas experiencias, todo ello hacen de este periodo algo especial.

Quizás el interés por la vanguardia sea una supervivencia de la mentalidad infantil. Román poseía esa inocencia, esa curiosidad insaciable y ese afán de novedades, modelado todo por ello por una información y una formación en el gusto, fruto de muchos años de experiencia. De una educación exquisita, amable en el trato, bondadoso en grado sumo. Y generoso. A Román le encantaba regalar, y ejercer un poco de micromecenas. Pequeños regalos a los amigos y grandes, enormes regalos como éste que nos reúne hoy aquí: la colección de arte gráfico de más de 700 obras al Gobierno de Aragón.

(Breve inciso: 700 fueron también los discos que regaló a su amigo, vamos a llamarlo Carlos, según me contó hace poco este mismo. Habían trabado amistad tras coincidir varias veces comprando discos en la mítica tienda de fotografía Marín Chivite a finales de los años 60. No me los regalaría a mí porque sabía que yo terminaría vendiéndolos. Esa estantería en la casa de Carlos donde se encuentran es un cofre con algunos de los tesoros discográficos más valiosos de las últimas cuatro décadas del siglo XX. Y si añadimos la colección del propio Carlos, que a sus 70 años, y con un cáncer superado, sigue comprando discos con el mismo entusiasmo, ya tenemos otro museo imposible).

Pero, ¡ojo!, los regalos de Román tenían seguimiento. Y su hipersensibilidad le ocasionaba muchos disgustos con las que consideraba muestras de desconsideración, de aprovechamiento o de poco aprecio. Alguna vez se le llegaban a saltar las lágrimas recordando ingratitudes y agravios. Por eso sería tan importante que, de una vez, la institución recipiendaria (como diría Román) asumiera la tarea de darle la dignidad que merece a esta colección de arte que, según dicen, tiene un nivel internacional de primer orden.

Para terminar, quiero citar aquí un par de respuestas de la excelente entrevista, esta sí, que le hizo Antón Castro en 2002, veinte años después de la que iniciaba este relato:

Para ser coleccionista más que dinero es imprescindible la curiosidad, el espíritu de libertad, la buena fe.

El Arte me ha dado felicidad y amplitud de miras. Me atreví a abrir la ventana y a mirar por ella. Y entraron aires nuevos.

 

*Cortesía de Javier Cinca y Alejandro Ratia.

 

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