IRENE VALLEJO: LECTURAS, AUTORES, CITAS
¿Cuál es el primer libro, o los primeros libros, que te cambiaron la vida?
Cuando mi padre empezó a contarme la Odisea, tal vez sin saberlo, me cambió la vida. Aquella noche en la que me hipnotizó con las aventuras de Ulises a la orilla de mi cama infantil, no podía imaginar que aquel barco griego decidiría el rumbo de mi imaginación.
-¿Y el que te reveló los poderes de la literatura?
Al leer Antígona intuí, quizás por primera vez, que la literatura no es solo la crónica de las aventuras de lejanos personajes, sino que habla de nosotros: la rebeldía, el amor a los muertos, los cuidados, las leyes.
-¿Quiénes son los autores de tu vida?
Serían infinitos, y no siempre los mismos: los libros de mi vida cambian constantemente. Pero si ahora mismo tengo que improvisar una lista, en ella estarían sin duda Safo, Heródoto, Montaigne, Conrad, Carson McCullers, Natalia Ginzburg.
-¿Qué libros te acompañan siempre, o casi siempre?
Trilce, de César Vallejo, que no es pariente mío, pero sus versos enamoraron a mis padres, así que le debo haber nacido.
-¿Qué buscas en la literatura, en la que escribes y en la que lees?
Inquietud, misterio, imágenes envolventes, ideas inesperadas y, sobre todo, un lenguaje poderoso que me descubra otros mundos posibles.
-¿El inicio que más te conmovió o te conmueve?
Un poema de Safo, que empieza: “Otra vez me sacude Eros, el que hace languidecer los cuerpos/ agridulce, indomable, animal oscuro”.
¿Y el final?
Siempre me ha impactado la famosa frase final de El gran Gatsby: “Y así avanzamos, botes que reman contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado”. Describe esa extraña máquina del tiempo que son los libros, capaces de trasladarnos al pasado y al futuro, a los paisajes de la memoria y los sueños.
-¿Tienes un personaje favorito de ficción? ¿O varios?
Me fascinan los personajes inadaptados, extranjeros, fronterizos, como la protagonista de las Memorias de una enana, de Walter de la Mare. O las sirenas, desde Homero hasta el mascarón de proa que aparece en El tambor de hojalata, de Günter Grass.
-¿Y uno real convertido en ficción?
Cleopatra en Shakespeare. Virgilio en Dante o en Broch. Ovidio en Una vida imaginaria, de David Malouf. En estos días, me está impresionando la visión de Agustín Sánchez Vidal sobre Orson Welles en su Quijote Welles.
-¿Por qué te has volcado con los clásicos?
Me interesan los mitos porque son relatos supervivientes, que han sido capaces de cautivarnos generación tras generación, durante miles de años. Los relatos más andariegos, la condensación de nuestras emociones, las historias infinitas.
-¿Quiénes son los poetas que más te emocionan?
Safo, Ovidio, Vallejo, Lorca, Szymborska, Tranströmer.
-¿Qué poemarios o novelas o ensayos rescatarías del olvido?
A medio camino entre el ensayo y la poesía: El collar de la paloma, del andalusí Ibn Hazm. Y la Anatomía de la melancolía, de Richard Burton, que él mismo presentaba así: “Concededme cierto margen de tiempo y pondré ante vuestros ojos un océano prodigioso, vasto e infinito de insensatez y locura increíbles; un mar lleno de rocas y acantilados, de bancos de arena y golfos, estrechos y mareas contrarias, cuajado de monstruos terribles, formas salvajes, olas rugientes, tempestades y sosegadoras sirenas”.
-¿Los tres últimos libros, más o menos recientes que te hayan conmovido?
Lluvia fina, de Luis Landero, una emocionante y honda reflexión sobre el poder de la palabra y las historias en la memoria familiar. Arenas movedizas, de Nella Larsen, una novela en torno al desarraigo y el deseo, editada con mimo por Contraseña. El silencio de las mujeres, de Pat Barker, una impactante reescritura de la Ilíada desde el punto de vista de los personajes femeninos.
-¿Coleccionas algún autor, eres fetichista?
No soy fetichista: presto, pierdo y regalo mis libros. Guardo con cariño los cuentos y tebeos infantiles, que solía colocar bajo la almohada para soñar con ellos.
-¿Cuál es el libro de tu biblioteca que tiene para ti una historia especial, singular o emotiva?
Un ejemplar de Las aventuras de Huckleberry Finn que encontré en la carretera, abierto, atropellado por varios coches, atravesado por las cicatrices de los neumáticos. Lo llevé a casa, lo reparé y todavía lo guardo.
-¿Has hecho más locuras por amor o por la literatura?
Mis mayores locuras no han sido por amor ni por literatura, sino por deseo de aprender, experimentar y descubrir. Intuyo que esa curiosidad insensata e infinita es lo que comparten el amor, el saber y los libros.
-¿Hay una cita o un fragmento de un libro que te defina o que te guste especialmente?
“¿Puedo decir que nos han traicionado? No./ ¿Qué todos fueron buenos? Tampoco. Pero/ allí está una buena voluntad, sin duda,/ y sobre todo, el ser así”, de César Vallejo. Me fascina su empeño por defender la bondad, contra todos los cinismos y los pesimismos –por otro lado, sobradamente justificados–. Esos versos encarnan para mí esta confianza ciega y conmovedora.
¿Dónde lees, en qué soporte, en qué momentos al día, cuánto tiempo?
Desde que soy madre, leo en cualquier sitio, cazando al vuelo los instantes, robando horas al sueño y luciendo al día siguiente ojeras como condecoraciones lectoras.
¿En qué consiste leer?
Leer es habitar otras pieles, explorar otras mentes, mirar con otros ojos.
¿Cómo llevas el éxito de ‘El infinito en un junco’? ¿Se han cumplido tus sueños o aquí la realidad ha superado a la ficción?
En este caso, la realidad ha dejado atrás mis sueños más locos. Soy consciente de que esta inimaginable acogida hubiera sido imposible sin la hospitalidad de tantas personas –lectores, escritores, libreros, críticos–, que han recibido y amado a este pequeño junco con inmensa generosidad. Me despierto atónita cada día, conmovida por la bondad de tantos queridos desconocidos. Hacia todas ellas, hacia cada uno, mi gratitud infinita.
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