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Antón Castro

UN DIÁLOGO CON CARLOS LÓPEZ OTÍN

Carlos Lopez Otín (Sabiñánigo, Huesca, 1958), catedrático de Bioquímica y Biología Molecular en la Universidad de Oviedo, visitaba a finales de año Zaragoza. Recientemente publicaba un nuevo libro: ‘El sueño del tiempo’ (Paidós, 2021), en colaboración con Guido Kroemer, que forma una trilogía con ‘La vida en cuatro letras’ y otro tomo sobre ‘Los límites’, ya redactado pero aún inédito. Aquí habla de sus lecturas, de su pasión por la literatura y la ciencia, y de su experiencia vital, marcada por la pasión de vivir, de investigar, de formar equipos y de contarse y de contarnos.

¿Cuál es el primer libro, o los primeros libros, que le cambiaron la vida?

Uno por encima de todos, ‘Cien años de soledad’, de Gabriel García Márquez. Me enseñó que era posible una mirada diferente a un mundo en el que la realidad y la magia podían convivir, e incluso llegar a ser indistinguibles.

¿Y el que le reveló los poderes de la literatura?

Los primeros libros de viajes que leí, desde los que narraban las aventuras de Ulises o Marco Polo en edición infantil, hasta las maravillosas e inolvidables obras de Julio Verne. Su imaginación alimentó la nuestra y sin salir de casa nos llevó a visitar insólitos lugares viajando en globo por el mundo, o navegando en ese magnífico Nautilus cuyo diseño fue una invitación a la aventura y su biblioteca una invitación a la lectura.

¿Quiénes son los autores de su vida?

Los clásicos, porque invitan a la relectura, y los poetas porque, de pronto, un buen verso te abre en dos, más allá del tiempo y del contexto. Las lecturas de juventud, fundamentalmente novelas, dejaron en mi un poso que me ha acompañado toda la vida. Ahora mis lecturas cotidianas son esencialmente ensayos de todo tipo, especialmente de filosofía, literatura, arte y ciencia.

¿Qué científicos o humanistas le acompañan siempre, o casi siempre?

Por citar nombres concretos escogería a Charles Darwin y Leonardo da Vinci porque conjugan aspectos científicos y humanistas. De ambos tengo libros muy bellos que recogen sus trabajos y sus pensamientos. Revisitarlos, produce un curioso placer.

¿Qué busca en la literatura y en la divulgación científica, en la que escribe y en la que lee?

Disfrutar de escuchar historias o de contarlas, compartir el mundo mediante el lenguaje, que es un hecho distintivo de nuestra especie, para mí el más importante de todos los conocidos. He tenido la suerte de contribuir al desciframiento y anotación de muchos genomas, incluyendo los de los primates que ocupan los lugares más próximos a nosotros en el árbol de la vida. No hay que dejar pasar ni una sola oportunidad de hacer pedagogía.

¿El inicio que más le conmovió o le conmueve?

«Quien busque el infinito que cierre los ojos», así comienza ‘La insoportable levedad del ser’ de Milan Kundera.

¿Y el final?

«El resto es silencio», las últimas palabras del ‘Hamlet’ de William Shakespeare.

¿Quiénes son los poetas que más le emocionan?

Una lista interminable, sin pensarlo me vienen de inmediato a la mente Luis Cernuda, García Lorca, Ángel González, Wislawa Szymborska, Miquel Martí i Pol, Francisco Brines, Joan Margarit...

¿Qué le da la poesía?

Armonía molecular.

¿Los tres últimos libros, más o menos recientes que lo hayan conmovido?

Uno por encima de todos los demás, ‘El infinito en un junco’, de Irene Vallejo. Es uno de los libros más bellos e importantes entre los muchos miles que he leído.

¿Colecciona algún autor, es fetichista?

Solo a Borges. Recorrer sus obras completas es disfrutar de la magia de la palabra, del pensamiento y del conocimiento.

Cita continuamente a los clásicos en sus libros. A Plauto, Aristóteles, a los presocráticos. ¿Cómo dialoga con ellos?

Con la humildad que supone el hecho de ser muy consciente de que los clásicos, sobre todo los que vivieron a orillas del mar Egeo, establecieron las bases de cómo debemos preguntarnos por el mundo y la vida.

¿Cuál es el libro, o los libros, de su biblioteca que tiene para usted una historia especial, singular o emotiva?

Tengo varias joyas personales que representan momentos especiales de mi vida asociados a los libros: un ejemplar de ‘Cien años de soledad’ dedicado por Gabriel Garcia Márquez, una primera edición de un libro de Julio Verne que me regalaron mis compañeros del laboratorio de París a la par que me ayudaban a recuperar mi ‘ikigai’ científico, ‘El otoño de las rosas’ dedicado por Francisco Brines (Premio Cervantes) durante un verano en el que coincidimos en la Universidad Menéndez Pelayo, y sobre todo varios libros que me acompañaron en mis primeros viajes lejanos y que conservan entre sus páginas las emociones y hasta las heridas físicas de esos viajes: ‘El cuarteto de Alejandría’, ‘La consagración de la primavera’, ‘El unicornio’, ‘El amor en los tiempos del cólera’, ‘El Aleph’, ‘El nombre de la rosa’, ‘Memorias de Adriano’.

¿Cómo son sus originales? ¿A mano, a ordenador, con enmiendas? ¿Es rápido? ¿Escribe antes de escribir?

De todo un poco, antes siempre a mano, ahora, salvo notas puntuales, siempre con el ordenador. No corrijo mucho, pienso mucho antes de escribir algo, escribo los libros con tinta neurológica antes de pasarlos a limpio con tinta electrónica. Cuando llega ese momento, la escritura en mi caso es un proceso que fluye muy rápido y con naturalidad.

¿En qué consiste leer?

Leer es vivir, aprender, escuchar otras voces, viajar a otros mundos. Desde que aprendí a leer en una pequeña escuela de mi pueblo, no recuerdo un solo día de mi vida sin haber leído.

¿Qué es ser científico, para quién trabaja o sueña?

Ser científico es preguntarse el porqué de las cosas, asombrarse ante lo desconocido, explorar las curiosidades más profundas y perseguir la gran emoción de descubrir. Para mí, la ciencia solo tiene sentido si posee un fin social. Trabajo para aliviar la ignorancia, la propia y la ajena, para tratar de mejorar las vidas con futuros imperfectos, para evitar la muerte a destiempo, y sueño con la vieja idea de que el conocimiento es el mejor instrumento para construir un mundo más justo.

¿Cómo nos explicaría de modo sencillo el libro ‘La vida en cuatro letras’ (Paidós, 2019)?

El libro surge de la necesidad personal de tratar de entender la vulnerabilidad derivada de las emociones humanas. Para ello, el libro describe los distintos lenguajes moleculares que hacen posible la vida y se presentan los daños que sufren durante nuestra transición de la salud a la pérdida del equilibrio emocional. El conocimiento de estos lenguajes nos lleva a plantear distintas estrategias que pueden ayudarnos a recuperar el bienestar emocional.

¿Quería hacer un libro catártico sobre la huella del padre, sobre la infamia, sobre la tristeza?

Efectivamente, la escritura de este libro fue un proceso catártico y contiene todos esos elementos que citas, pero su objetivo final era otro: recordar en voz alta nuestra asombrosa fragilidad y demostrarme a mí mismo que es posible enfrentarse a ella. Después, muchos lectores ampliaron y enriquecieron este libro con sus propios comentarios y experiencias, por ello les debo eterna gratitud.

¿Qué quiere ser ‘El sueño del tiempo’ (Paidós, 2020), su última publicación en colaboración con Guido Kroemer?

Un elogio de la vida y del tiempo, una entidad que nos dicen que no tiene realidad física, pero que es la fantasía más verdadera que puede experimentar el ser humano. ‘El sueño del tiempo’ es también una invitación a reconsiderar nuestra relación con el tiempo a través de un viaje de conocimiento que ayudará a los lectores a interpretar, entender y ordenar el concepto del tiempo, pero también a sentirlo, disfrutarlo y soñarlo. Finalmente, el libro da respuestas -derivadas de nuestro propio trabajo- a la pregunta de si ya es posible dominar el tiempo y alcanzar la eterna juventud o la inmortalidad, ese presunto don que algunos anuncian.

Dice que los tres grandes héroes del estudio del tiempo son Aristóteles, Newton y Einstein. ¿Cómo alimentaría nuestra inquietud para que quisiéramos saber más de ellos? ¿Por qué son tan importantes?

Muchos pensadores en múltiples campos del conocimiento han reflexionado acerca de algo tan abstracto como el tiempo, pero a la vez tan concreto que a todos nos afecta y a todos nos iguala. Es maravilloso considerar que las ideas complementarias de tres grandes sabios de distintas épocas son suficientes para navegar con una mínima soltura en aguas tan complejas. Aristóteles puso las primeras ideas, Newton las llevó al absoluto de los números y las ecuaciones, y Einstein las relativizó al introducir el concepto de espacio-tiempo y la importancia crucial del observador cuando se habla de estos temas. Aristóteles fue un pionero en muchas cosas, pero le faltaron datos; Newton, el último de los sumerios y de los babilonios pues tras él todo fue nuevo, fue un genio y nos enseñó las claves del funcionamiento del mundo, aunque para mi sorpresa no sintió la curiosidad de contemplar el mar; por último, en mi opinión Einstein tuvo la mente más profunda de todos los humanos que hemos vivido hasta ahora. Estos tres pensadores tuvieron luces y sombras en sus vidas personales, pero más allá de lo que hicieron con sus propias vidas, no debemos olvidar nunca el impacto de sus trabajos en las de todos nosotros.

¿Por qué incorpora tantas historias, tantos personajes? ¿Es por pedagogía, por erudición que ayuda a vivir y que ha interiorizado o, tal vez, porque en Carlos López Otín hay un narrador nada oculto, un cuentista?

No hay que dejar pasar ni una sola oportunidad de hacer pedagogía, que para mí consiste en transmitir de la forma más clara posible lo que he aprendido por mí mismo o lo que otros me han enseñado. Mis alumnos certificarán que siempre les digo en clase que uno no sabe algo si no es capaz de explicarlo. Pretender iluminar cuestiones muy complejas y aparentemente abstractas no es fácil, por eso hay que utilizar todos los medios a tu alcance. En el caso de la divulgación de las claves de la vida y de las enfermedades, lo que he aprendido es que las aproximaciones reduccionistas ya son insuficientes; nos han ayudado a progresar de manera extraordinaria, pero la vida es una propiedad llamada emergente, de forma que el todo es más que la suma de las partes constituyentes. Esto es lo mismo que pensar que un verso es más que la suma de las palabras que lo componen. Por ello, ha llegado el momento de integrar conceptos de distintos campos, superar las barreras de las disciplinas y las especialidades, algo que solo se puede lograr después de muchos años de practicar el estudio y la curiosidad.

 

Tan terrible, tan aniquiladora, tan literaria en su crudeza, ¿cómo define y percibe la enfermedad del alzhéimer?

Es una enfermedad del tiempo en muchas dimensiones: borra el pasado, anestesia el presente y nos roba el futuro. Percibo el alzhéimer y otras enfermedades neurodegenerativas como uno de los principales eslabones de la cadena de vulnerabilidades humanas. Hoy, nadie se cura de estas enfermedades y el aumento de la esperanza de vida de la gran mayoría de las sociedades actuales hace que cada vez sean más las mujeres y los hombres que encuentran en su camino estos males. De ahí nuestro muy reciente artículo ‘Hallmarks of Health’ (Las claves de la salud) con Guido Kroemer, en el que proponemos avanzar hacia una medicina de la salud que complemente a la medicina de la enfermedad y nos ayude a afrontar enfermedades incurables que hoy nos abruman, en lugar de empeñarnos en imposibles e innecesarios sueños de inmortalidad.

¿Qué es más poderosa en el ser humano: la felicidad o la enfermedad?

Son dos términos tan unidos entre sí como el entrelazamiento cuántico de Einstein-Podolsky-Rosen o las hebras de la deliciosa trenza de Almudévar. La felicidad y la enfermedad son consustanciales a nuestro diseño evolutivo, hay variantes en nuestro genoma que nos predisponen al bienestar emocional y a la longevidad, mientras otras favorecen la depresión o ciertas enfermedades. Afortunadamente, el lenguaje genómico no es tan determinista como muchos piensan y son otros lenguajes biológicos, como el epigenoma o el metagenoma, los que influyen decisivamente en trasladar al interior celular el diálogo del organismo con el ambiente. Esta conversación global es la que determina si, en este caso concreto, el balance se inclina hacia la felicidad o hacia la enfermedad, ya sea del soma o del alma.

¿Qué respuestas sobre la vejez no acaba de encontrar?

Lo que más me admira en este sentido no es por qué envejecemos, sino por qué vivimos tanto. Considero el envejecimiento como un proceso biológico natural y por tanto lo acepto como una parte más de nuestra vida. Por eso, mis preguntas científicas sobre el envejecimiento nunca han sido para buscar ningún elixir de juventud, sino para tratar de encontrar las claves de las enfermedades que acortan nuestro particular sueño del tiempo.

¿Qué nos dice la ciencia y un científico tan emotivo como usted del amor?

Muchas veces digo que la vida es una conversación entre los relojes biológicos que sincronizan la actividad de nuestras células. Hay múltiples relojes moleculares dentro de nosotros incluyendo los circadianos, los epigenéticos o los teloméricos, que regulan nuestros ritmos biológicos. Sin embargo, ninguno tan importante como los relojes emocionales, que adelantan o atrasan según las señales químicas que reciben, y marcan en gran medida el compás sentimental de nuestra vida. Borges, pese a que no sabía nada de biología molecular lo explicó con conmovedora precisión cuando escribió: “estar o no estar contigo, esa es la medida de mi tiempo”.

 

¿Cómo podría retratar el genoma? ¿Es algo así, diminuto e invisible, como el libro de los cuerpos y las almas, del pasado, del presente y del futuro, el registro de la complejidad y lo insondable?

Todas las biografías de los seres vivos del planeta están escritas en el mismo código de cuatro componentes químicos abreviados en cuatro letras: una vocal la A (de adenina) y tres consonantes C, G y T (de citosina, guanina y timina). He tenido el privilegio de poder leer muchos cientos de genomas humanos y de otros organismos, y cada uno de ellos cuenta una historia de vida. Y aunque parezca sorprendente, debo recordar que el genoma de cada una de nuestras células (y tenemos varias decenas de billones de células en nuestro organismo) si se despliega mide cerca de dos metros, por lo que ni diminuto ni invisible, sino un largo verso interminable, tomando la definición de Gerardo Diego sobre la vida. Un verso pleno de significado y de posibilidades, de cuyo funcionamiento adecuado somos responsables en buena medida.

 

Siempre dice que le gusta mirar el mar. ¿Qué halla en él, qué le ofrece, se encuentras a usted mismo?

El mar, siempre distinto, siempre irrepetible, y tal como aprendí de Paul Valéry “el mar siempre recomienza… se levanta el viento, hay que intentar vivir / abre y cierra mi libro el aire inmenso”. En suma, mirar el mar es una forma de inspiración, de sentir la presencia de la naturaleza, y de ganar serenidad y armonía.

 

 

 

 

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