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Antón Castro

RETRATO DE UNA BIBLIOTECARIA

RETRATO DE UNA BIBLIOTECARIA

CRUZ BARRIO

Un día, hace más de veinte años, una mujer menuda llegó al Centro Aragonés de Barcelona. Procedía de Poleñino, ese lugar de la leyenda donde Alfonso I el Batallador recibió una lanzada definitiva. Al principio contempló cuánto había: las estancias pobladas de libros, los salones, las escaleras sombrías, los murales de Guillermo que reproducían castillos, iglesias, ríos y puentes de Aragón. Intentó adaptarse al nuevo medio. El palacio que había concebido Miguel Ángel Navarro en 1914 tenía algo de caserón encantado. A casi nadie ni le había sido indiferente: ni a los escritores, que habían remitido sus libros dedicados y lo seguían haciendo, ni a próceres como Basilio Paraíso, ni artistas de la talla de Juan José Gárate, ni a científicos universales como Ramón y Cajal, que había remitido una carta de puño y letra, ni a cantantes de ópera como Bernabé Martí y Montserrat Caballé. Y por allí, como fantasmas errantes de la cultura y de una identidad antigua, andaban Costa y Goya. Aquella mujer menuda pronto se dio cuenta de que allí había todo un universo de de intercambio, de sueños compartidos y de nostalgias. Con la complicidad de los sucesivos presidentes (en realidad, a ella le tocaron dos: Joaquín Bajén y Jacinto  Bello) convirtió aquel espacio, de nuevo, en un lugar de referencia. O ayudó, con ilusión a tenacidad, a que siguiese siendo un lugar de referencia, de convivencia y de preocupación por la cultura. Para estudiantes, para curiosos, para aragoneses de la diáspora, para aragoneses que querían conquistar nuevos mercados con sus libros, sus discos o sus películas. A todos atiende, a todos escucha, y poco a poco incrementa el patrimonio del Centro: recibe fotos, modestos legados, pequeñas bibliotecas, algún cuadro; recorta periódicos, acumula revistas. Trabaja y hace equipo, sin aspavientos. Cultiva la memoria de Aragón día a tras día. Y lo hace con entusiasmo, sin darse importancia alguna, con furia de vivir, con pasión por la tierra, ese Aragón que le desgrana todas las nostalgias. Esa mujer menuda y humilde es una gran embajadora de Aragón en Cataluña. Se llama Cruz Barrio.

*No tengo foto de Cruz Barrio, que se ha ido estos días a Tenerife, algo débil. Le pongo aquí una que estoy seguro que le va a gustar: una de Ricardo Compairé que hace pensar en otra posterior de Eugene W. Smith.

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