RETRATO DE UNA BIBLIOTECARIA
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CRUZ BARRIO
Un día, hace más de veinte años, una mujer menuda llegó al Centro Aragonés de Barcelona. Procedía de Poleñino, ese lugar de la leyenda donde Alfonso I el Batallador recibió una lanzada definitiva. Al principio contempló cuánto había: las estancias pobladas de libros, los salones, las escaleras sombrías, los murales de Guillermo que reproducían castillos, iglesias, ríos y puentes de Aragón. Intentó adaptarse al nuevo medio. El palacio que había concebido Miguel Ángel Navarro en 1914 tenía algo de caserón encantado. A casi nadie ni le había sido indiferente: ni a los escritores, que habían remitido sus libros dedicados y lo seguían haciendo, ni a próceres como Basilio Paraíso, ni artistas de la talla de Juan José Gárate, ni a científicos universales como Ramón y Cajal, que había remitido una carta de puño y letra, ni a cantantes de ópera como Bernabé Martí y Montserrat Caballé. Y por allí, como fantasmas errantes de la cultura y de una identidad antigua, andaban Costa y Goya. Aquella mujer menuda pronto se dio cuenta de que allí había todo un universo de de intercambio, de sueños compartidos y de nostalgias. Con la complicidad de los sucesivos presidentes (en realidad, a ella le tocaron dos: Joaquín Bajén y Jacinto Bello) convirtió aquel espacio, de nuevo, en un lugar de referencia. O ayudó, con ilusión a tenacidad, a que siguiese siendo un lugar de referencia, de convivencia y de preocupación por la cultura. Para estudiantes, para curiosos, para aragoneses de la diáspora, para aragoneses que querían conquistar nuevos mercados con sus libros, sus discos o sus películas. A todos atiende, a todos escucha, y poco a poco incrementa el patrimonio del Centro: recibe fotos, modestos legados, pequeñas bibliotecas, algún cuadro; recorta periódicos, acumula revistas. Trabaja y hace equipo, sin aspavientos. Cultiva la memoria de Aragón día a tras día. Y lo hace con entusiasmo, sin darse importancia alguna, con furia de vivir, con pasión por la tierra, ese Aragón que le desgrana todas las nostalgias. Esa mujer menuda y humilde es una gran embajadora de Aragón en Cataluña. Se llama Cruz Barrio.
*No tengo foto de Cruz Barrio, que se ha ido estos días a Tenerife, algo débil. Le pongo aquí una que estoy seguro que le va a gustar: una de Ricardo Compairé que hace pensar en otra posterior de Eugene W. Smith.
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