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Antón Castro

LUIS ALEGRE: MIGUEL HERNÁNDEZ, JOAN MANUEL SERRAT Y LOS OTROS

[Luis Alegre publicaba ayer en ‘Heraldo domingo’, el suplemento que coordina Picos Laguna, un artículo sobre Joan Manuel Serrat y su proyecto ‘Miguel Hernández. Hijo de la luz y de la sombra. Imágenes de un poeta’, que se exhibe en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza, en el que han trabajado Agustín Sánchez Vidal, Ana Marquesán, Paco Simóny José Luis García Sánchez, entre otros. Este texto integrará probablemente un libro en el que Luis está trabajando que aparecerá en Xordica en 2012. Será la continuación, si puede decirse así, a su exitoso ‘Besos robados’, más de tres lustros después.]

 Joan Manuel Serrat en una foto de Heraldo, en la exposición.

 

El cantante

 Por Luis ALEGRE / Heraldo Domingo

Miércoles 26 de enero. Se celebra en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza un estreno mundial, el de “Hijo de la luz y de la sombra. Imágenes para un poeta”. Es la exposición alrededor del disco que Joan Manuel Serrat ha dedicado a Miguel Hernández. Ana Marquesán es la comisaria de la exposición y Agustín Sánchez Vidal el encargado de la dirección de textos. El pintor Paco Simón, autor del diseño, y José Luis García Sánchez, director audiovisual, son los otros responsables de este acontecimiento cultural de primera categoría.

 

Miguel Hernández era de Orihuela y Joan Manuel Serrat es “el Noi del Poble Sec”. Alguno ya se lo ha preguntado: “¿Y por qué, entonces, Zaragoza?”.

 

La madre de Serrat era de Belchite, Joan Manuel es Medalla de Oro de la Diputación Provincial de Zaragoza y él siente debilidad por esta tierra. Pero, más allá de esas evidencias, hay unas cuantas razones que explican que Zaragoza haya acogido esta exposición antes que ningún otro lugar. En el origen de casi todo aparece José Luis García Sánchez, íntimo de Serrat. José Luis –Pepe- le dijo a Joan Manuel que en Zaragoza vivía el tipo que más sabía de Miguel Hernández, Agustín Sánchez Vidal. Un día Serrat vino a Zaragoza con Pepe y conoció a Agustín y a Ana Marquesán, directora de Investigación y Archivo de la Filmoteca de Zaragoza. El flechazo fue inmediato. Serrat comprendió que Agustín no sólo era el que más sabía de Miguel Hernández sino también el que mejor lo sabía mirar. A finales de octubre de 2009 Ana Marquesán le preparó una fiesta sorpresa a Agustín para festejar su jubilación y Serrat viajó adrede a Zaragoza para estar al lado de su nuevo amigo. Una noche, en Madrid, Serrat me dijo: “Una de las grandes cosas que me han pasado gracias a Miguel Hernández ha sido conocer a Agustín y a Ana”.

 

A Pepe y Serrat se les ocurrió liar a unos cuantos amigos directores de cine para que rodaran unas pequeñas películas sobre los poemas/canciones. Y, luego, surgió una idea estupenda: organizar para después de la gira de conciertos una exposición alrededor de ese trabajo, que la comisaria fuera Ana Marquesán y que se inaugurara en Zaragoza. Estaba claro que no había otro sitio más indicado.

 

La expo en una imagen de TVE-1.

Joan Manuel Serrat es una estrella de la vida española desde hace más de 45 años, desde que él tenía poco más de 20. Su presencia en el imaginario sentimental, musical y social de varias generaciones es bastante impresionante. Joaquín Sabina consideraba “Dos pájaros de un tiro” –el disco y la gira que compartieron- como el logro de un sueño adolescente: Serrat era uno de sus ídolos en sus tiempos de Londres y Granada. Hubo una época en la que las españolas lo señalaban todo el rato como el español ideal. Yo aún conservo varios discos suyos rayados de tanto ponerlos. No sé si hay muchos cantantes que puedan presumir de acumular tantas obras maestras. Eso por un lado. Por el otro, está el Serrat encantador y fan de sus amigos, que es capaz de hacer un viaje a Zaragoza con la única intención de darle una sorpresa a Agustín Sánchez Vidal o de darle un beso a Juana de Grandes, la viuda de José Antonio Labordeta.

 

Serrat es como un imán. Te mira, te reclama y allá que vas. La exposición “Hijo de la luz y de la sombra” es un lujazo que ha costado muy poquito dinero. Ha habido mucha gente que ha colaborado por la cara, por el placer de sentirse en el mismo barco que Joan Manuel Serrat. De Serrat atrae su carisma, su leyenda y su personalidad. Pero también conmueve su resistencia: al paso del tiempo, a las modas, al cáncer, a su propia leyenda. Serrat grabó su primer disco en 1965. Es formidable ver a alguien como él volcar a estas alturas tanto amor  en cada nuevo paso de su camino.

 

A veces, en Madrid, en el Restaurante El Puchero, acudo a una comida-tertulia con amigos como Manuel Vicent o el periodista Ángel Sánchez Harguindey. Esa comida es una cita que Serrat se impone cada vez que va a Madrid. Manuel Vicent es una máquina deliciosa de hablar y de contar anécdotas. Este miércoles, a Zaragoza, han venido Vicent y Harguindey para arropar a su gran amigo. Casi nunca aluden a él como Joan, Juan Manuel o Serrat. Se suelen referir a él como “el cantante”.

 

Serrat es un niño de la posguerra obsesionado por Ladislao Kubala. Ahora vive su época dorada como culé con el Barça de Pep Guardiola. En la comida del Paraninfo, Serrat se coloca entre Manuel López, el Rector de la Universidad, y su amigo Javier Lambán, presidente de la Diputación Provincial de Zaragoza. Serrat y Lambán se pican un poco con el fútbol. Javier es del Zaragoza pero, sobre todo, es del Real Madrid. Es tan forofo que él confiesa que no ve jugar al Barça para poder afirmar sin mentir que el Real Madrid es el mejor equipo que ha visto. El otro día le pregunté: “¿Y tampoco viste el Barça 5-Madrid 0?”. “Por supuesto que no”. Este Madrid ha tenido la desgracia de coincidir con el que, tal vez, sea el equipo más brillante de la historia.

 

Serrat en el Gran Hotel, donde se hospedó con Candela, su mujer. Retrato de Esther Casas.

Desde el principio de su carrera, Serrat ha empleado su buen gusto y su talento para darle otro vuelo a la obra de algunos de los más ilustres poetas de la literatura universal. Miguel Hernández es la segunda vez que centra su atención. El poeta murió en la cárcel, enfermo de tuberculosis. Es realmente estremecedor reparar en cómo, dónde y por qué murieron Miguel Hernández, Federico García Lorca y Antonio Machado, tres genios de la cultura española. Es muy fácil caer en la tentación, a partir de ese horror, de sacar conclusiones sobre el trato que España ha dado a la gente con la que se nos llena la boca.

 

Yo soy un chico de Lechago que, a los cuatro años, acompañaba a mi padre Alberto al huerto mientras me recitaba poemas. Cómo no me va a gustar Miguel Hernández. En Calamocha, con mi amigo Jesús Ángel Lacruz, competía en recitar de memoria la “Elegía” dedicada a Ramón Sijé. Se puede dar por sentado que alguien como Miguel Hernández es un gigante del que todo el mundo está al cabo de la calle. Gran error. A mí me pasa muy a menudo encontrarme con gente, universitarios incluidos, que no tiene ni la más remota idea de quién es el autor de “El rayo que no cesa”. Tal vez es que tengo muy mala suerte con los que me encuentro pero eso es lo que me sucede. Fernando Fernán Gómez sostenía que el pecado capital de los españoles no era la envidia sino el desprecio. El desprecio a la excelencia. El desprecio a gente como Miguel Hernández. La exposición “Hijo de la luz y de la sombra” brinda una maravillosa ocasión para que nadie nos pueda sacar los colores por ese pecado.

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