PÉREZ AZAÚSTRE: DIRECCIÓN PARAÍSO
[Joaquín Pérez Azaústre publica su poemario ‘Las Ollerías’ (Visor, 2011), que tiene algo de cuaderno de ruta de la memoria con ciudades, amores, viajes y personajes]
El premio Loewe de poesía es uno de los más prestigiosos de la lírica en España. Entre sus ganadores figuran Luis García Montero, Juan Luis Panero, José María Álvarez, Carlos Marzal, Jaime Siles, Guilermo Carnero y Cristina Peri Rossi, entre otros. Joaquín Pérez Azaústre había ganado el premio a la Creación Joven, que también concede la Fundación Loewe, con ‘El jersey rojo’ (Visor, 2006) y ahora ha obtenido el premio absoluto con ‘Las Ollerías’ (Visor, 2011. 76 páginas), un libro de poemas de amor y viaje, un itinerario de la memoria, que este joven escritor cordobés define así: “Las Ollerías’ es una avenida de Córdoba, transformada en un espacio simbólico de la memoria: un territorio en el que es posible la reconstrucción personal a través del poema, convertido en fortaleza del ser”.
Nacido en Córdoba en 1976, Pérez Azaústre es un joven autor con experiencia. Ha publicado novelas como ‘América’ (Seix Barral, 2004) o ‘La suite de Manolete’ (Alianza, 2008. Premio Fernando Quiñones), y como poeta también está en posesión del siempre prestigioso premio Adonais. Hace algunas semanas, Pérez Azaústre presentaba su nuevo poemario en la librería Antígona de Zaragoza, acompañado de dos poetas: José Luis Rodríguez y David Mayor, con quien coincidió en la Residencia de Estudiantes de la calle Pinar. Por cierto, uno de los mejores poemas de este libro es ‘Residencia de Estudiantes’, donde se hizo escritor, allí “había una cortina / de chopos derramados en la lluvia caliente / junto al sendero antiguo del canal”.
‘Las Ollerías’ podría leerse como un “cuaderno de ruta”: un viaje hacia la memoria que contiene un poema nuclear como ‘Una figuración del paraíso’, que hace pensar en el libro ‘Sombra del paraíso’ de Vicente Aleixandre, y un viaje hacia el misterio. El escritor, que se acerca en ocasiones al poema narrativo e incorpora una parte de textos en prosa en el apartado ‘La aguadora’, sugiere, evoca, rescata imágenes y fotografías que recompone como un puzzle, recuerda historias legendarias como sucede con la composición ‘La Malmuerta’ y exhuma desde el fondo de su imaginación instantes, visiones, como sucede en ‘La siesta’, personajes como ‘El indiano’ o ‘Vida de Antonio Amaro’ (“Antonio Amaro tiene los dedos como espigas / que hicieron germinar el pan del desayuno, / levadura social, destello de un jazmín / en la nuca morena de su hija más alta…”); merece una mención especial ‘Una actriz contempla su retrato en Manila’, que se cierra así: “Nada puede acabar con la belleza / si no es una plenitud del corazón”. Con una mirada elíptica que selecciona hechos y atmósferas a su antojo, Joaquín Pérez Azaústre recrea algunos viajes: a Lisboa, a Barcelona. También hay algunos homenajes al padre en ‘Los nadadores’, donde, muy cerca de su progenitor, el protagonista percibe que “Nadar era crecer. Nadar para empezar a ser un hombre”.
En un poemario que admite muchas lecturas, muchos trayectos para la emoción, tampoco faltan las reflexiones sobre la escritura poética. Dice Joaquín Pérez Azaústre: “La poesía ha de ser honesta, la poesía es un artificio, / la poesía ha de ser mentira en su verdad objetiva”, y algo más adelante añade: “Se escribe contra todo y contra todos. (…) Escribo como recuerdo, / escribo para acordarme de mí mismo”. Aquí está una de las claves y acaso la poética más nítida de un poeta que ha dado un paso decisivo hacia la madurez literaria y vital.
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