Blogia
Antón Castro

GARCÍA BARCOS Y STEVE GIBSON: 'EL FLAUTISTA DE HAMELIN'

GARCÍA BARCOS Y STEVE GIBSON: 'EL FLAUTISTA DE HAMELIN'

[Hasta el próximo 20 de abril, en la galería A del Arte, Paco García Barcos y Steve Gibson presentan una exposición en torno a ‘El flautista de Hamelin’, el cuento que recogieron y llevaron al papel los hermanos Grimm. Me han pedido un texto y este es el que les he enviado tras ver con ellos la muestra. Aquí una foto de Steve Gibson.]

 

 

LA MELODÍA DE LOS NIÑOS PERDIDOS

 

Paco García Barcos y Steve Gibson, Steve Gibson y Paco García Barcos, se han acercado, desde órbitas distintas pero complementarias, a un cuento de hadas tan famoso como ‘El flautista de Hamelin’, recogido y divulgado por los hermanos Grimm, y basado en un hecho más o menos legendario que había sucedido hacia 1284. Paco y Steve han sumado obsesiones y propuestas para realizar un proyecto marcado por la originalidad y la hondura, e inscrito claramente en su mundo creativo que se presenta por vez primera en la galería A del Arte: Paco abunda en el collage, en la técnica mixta, en el libro de artista y esa poética suya tan peculiar, donde se mezcla la acumulación y la fábula, la conseja y el misterio. Steve opta por algo que maneja muy bien: la escultura en cartón, el retrato de perfil enérgico y cierta atmósfera de sueño turbulento.

Steve siempre ha estado muy interesado en el destino de los niños, en sus soledades y en sus intuiciones, en su desamparo súbito y en la afirmación de su personalidad. Suele decir, a propósito de esta fábula: “En esta pieza me había interesado meditar acerca de cómo los niños son víctimas de una serie de eventos de los cuales ellos no eran conscientes ni participes. Sufren en el cuento por las transacciones mercantiles de los burgueses del pueblo, la duplicidad de los adultos”. Esta meditación del escultor y dibujante arranca de lejos: quizá de su condición de padre que se asoma muchos fines de semana a los campos de fútbol y comprueba, con más estupor que otra cosa, la reacción de otros progenitores padres, la ira y el desconcierto de los adultos: “Para mí, hoy los adultos venden la niñez y el candor de sus hijos día tras día”. De ahí que Steve establezca una conexión directa entre este texto con temas que le preocupan en relación con la infancia como los abusos sexuales y psicológicos. Dentro de ese tipo de abusos, o de esclavitud mental moderna, podrían estar algunas nuevas tecnologías o las consolas: hay niños que “se llegan a sentir más cómodos teniendo una consola en la mano que la mano de una madre o de un padre”.

Si Steve tiene en este cuento una referencia personal vinculada también a la pesadilla, al miedo y a lo inexplicable, ya a finales de los años 90, Paco García Barcos, que tiene alma de alquimista de los objetos, realizó un trabajo basado en un bufón o payaso, donde había una figura que tocaba la flauta. Ahí había una clara alusión, un tanto encriptada todavía, al cuento ’El flautista de Hamelin’. Había una alusión también a un posterior Pedro de Hamelin, que se extravió en el bosque, en una umbría cercana al territorio de los lobos, y que fue enviado hacia 1726 a la corte del rey alemán Jorge I. Ese interés por el personaje, enigmático, capaz de entretener a los cortesanos, a los ociosos y al vulgo, le condujo hasta José Moreno Villa, poeta y pintor, químico y experto en artes gráficas, tanto que llegó a confeccionar vocabularios y firmó un delicioso trabajo: ’Locos, enanos, negros y niños palaciegos. Gente de placer que tuvieron los Austrias en la Corte Española desde 1563 a 1700’. Esas criaturas eran, por decirlo así, los pares de Pedro.

En cierto modo, todo este universo de incitaciones y fábulas quedó en la cabeza de García Barcos; en su cabeza, en sus cuadernos de artista, en sus bocetos y en una obra, muy apaisada, que es la primera que el espectador ve al entrar en la galería A del Arte. Una pieza en blanco y negro, en ciertos tonos marrones y grises, que resulta fascinante y que es el umbral o el punto de arranque de su interpretación de ’El flautista de Hamelín’.

Paco ha desarrollado ese cuento de la música, de la aparición y de la desaparición a su modo: con dos libros de artista, tan particulares de él. Uno invoca las teorías de Bruno Bettelheim y sus cuatro palabras claves: deseo, superación, huida y alivio; el otro propone una ciudad con todos sus edificios, bancos y comercios, donde Paco ha metido una fábula sobre la bolsa y una teoría sobre el capital y las hipotecas, por decirlo así. Además, ha creado climas: cuadros collages, cuadros en técnica mixta, formas exuberantes de color y forma, de materia y criaturas y estados de ánimo, que tienen algo de selvas encantadas, con profundidad y misterio.

Si uno cierra los ojos y aplica los oídos, puede oír pasos clandestinos, voces desgarradoras a lo lejos, el aullar de los lobos y el temblor de un niño extraviado en el corazón del bosque. A Paco García Barcos le gusta hablar, en esta muestra, de cultura de lobo. Hay cultura de lobo, hay cultura de fábula, hay invención, hay escalofrío y hay miedo. Y hay, no podía ser de otro modo, letras de colores, un amasijo de palabras, un torbellino de cuentos visuales. En esta obra, límpida y muy rica en contenido y en metáforas, está Paco García Barcos en toda su plenitud: el creador de simbologías y de estructuras, el hombre que tiene alma de novelista que pastorea y alimenta a un sinfín de personajes; uno de ellos, por cierto, es un payaso. Un payaso cabezón que reaparece en los cuadros y entre la paleta de colores de las distintas letras.

Steve Gibson es un artista del hombre. Un artista del cuerpo. Un creador que explora la piel del alma, la piel desollada, como si fuera Lucian Freud o un expresionista como Otto Dix. Es un artista del desgarro y a la vez de las suavidades. Desde hace unos años, trabaja la figura a tamaño natural y logra una obra impactante, tan precisa como bravía. Trabaja con el cutter: levanta la última víscera del cartón, el resquicio definitivo, y con él logra verdad, emoción, pálpito y estremecimiento. Aquí vuelve a suceder igual.

A Steve Gibson siempre le había perturbado la historia de ’El flautista de Hamelín’. Y al surgir esta muestra le dio una vuelta a todo: pensó en el cuento, en ese pueblo asediado por columnas y columnas de ratas, pensó en el joven flautista que llega, habla con los moradores de Hamelin y ajusta un precio para que haga desaparecer a los roedores. Lo logra: los lleva hacia al río Weser donde se ahogarán para siempre, algo que hace sin contemplaciones. Es la tarea del héroe. De golpe, aparece la codicia de los adultos: no cumplen lo pactado con el forastero. Esa decisión tendrá un efecto indeseado: el flautista vuelve a hacer sonar su instrumento y los niños, inocentes, siguen su son hasta la espesura de la selva. Los niños son engullidos por las montañas, desaparecen, salvo que uno que se extravía. ¿Es bueno o malo el flautista? ¿Quién es en realidad esa misteriosa figura que aparece como virtuoso de la música, como salvador y luego como vengador? Señala el escultor: “El flautista es la mano dura de la justicia que no da opción a cambio alguno. Una vez que se decide, actúa sin piedad”. En la desaparición, insiste Steve, “está el cruel castigo para los adultos: perder un niño por la muerte es doloroso, pero la incertidumbre de no saber, los años de espera, la esperanza, eso es tortura añadida al dolor”.

A Steve Gibson le llaman poderosamente la atención dos matices: la inocencia de los niños, vapuleada y agredida por los adultos, y ese niño extraviado, solo, sin destino. Esta doble percepción explica su intervención plástica y sus figuras: los niños perdidos, ensimismados, inclinados hacia la región del sueño como seres de Marcel Schwob, avanzan a ciegas, como muñecos mecánicos, como criaturas sonámbulas. Avanzan hacia ninguna parte. Avanzan hacia la región del enigma y de la desesperación. Y en dirección opuesta, traspuesto también, va uno de sus compañeros: el niño perdido y solo. Las piezas tienen magia, por supuesto, sensación de autenticidad, energía; parecen los actores de una representación sombría, la escena de un espejismo. Son las criaturas de un cuento de hadas de esos que a veces, en la soledad de la noche, te dejan sin aliento al recordarlo: para Steve, como sucede con ‘Hansel y Gretel’, la fábula está contigua al pánico. El cuento tiene resonancia en la oscuridad de la noche, cuando el lector cierra los ojos y busca el sueño reparador.

Las obras de Paco García Barcos y Steve Gibson se enriquecen mutuamente. Se ensanchan, se adensan. Convergen. Este es, claramente, un proyecto polisémico de aliento universal: literario y mítico a la vez, vinculado a los cuentos de encantamientos, a las narraciones fantásticas, pero es ante todo un ejercicio plástico. Rotundo, hermoso y envolvente.

No se preocupen: también aquí se deslíe una melodía inefable. ¡Déjense llevar hacia el claro del bosque!

 

 

0 comentarios