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Antón Castro

ELOY HABLA DE 'QUERIDO LABORDETA'

Palabras en la presentación de la biografía

de Labordeta por  Joaquín Carbonell, 19-9-12

Por Eloy FERNÁNDEZ CLEMENTE

Da mucho gusto estar con buenos amigos para hablar bien de buenos amigos. Muchas gracias por invitarme a participar en este acto, volcado en el recuerdo de José Antonio Labordeta, que se nos fue hace justamente dos años. Voy a procurar ser breve, recordando quién fue para mí Labordeta y hablando de Joaquín Carbonell, y del libro que se presenta, al que he puesto un breve Epílogo que no voy a repetir.

De José Antonio Labordeta me limitaré a resumir cómo veo, desde esta aún corta lejanía, su presencia entre nosotros. Era, ante todo, un hombre sencillo, familiar, muy gozoso de estar siempre rodeado de amigos, bromista, aunque también depresivo a veces por el mal estado de las cosas. Amante entregado de la literatura, escritor incansable, supo llevar su visión del mundo al libro de poemas o ensayos, a la música, a la televisión, al artículo periodístico, al escaño de diputado en nuestras Cortes y en el Congreso. A la tertulia.

Fuimos amigos desde los años en que ambos estuvimos en Teruel, en la segunda mitad de los sesenta. Convivimos allí intensamente, cambiando lecturas, ideas, vivencias, y trabajando en la enseñanza en tiempos de lucha y esperanza. Creamos juntos la revista Andalán, que nos unió aún más durante quince años. Fuimos fundadores del PSA, y tan ilusos en la transición como desengañados luego. Hemos estado en unas cuantas aventuras más, políticas, culturales, aragonesistas.

La gran pregunta, que no sé si se han hecho ya los políticos, los sociólogos, quizá alguna incipiente tesis doctoral, es qué pasó con Labordeta, que logró lo que ninguna otra persona en esta Comunidad, y aun en la España total, un gran consenso sobre su significado, la emoción agradecida de cientos de miles de personas, la consolidación como un símbolo tras su muerte. La forja de un mito.

De los libros que estudian globalmente o en parte la figura y la obra de José Antonio Labordeta (Mainer 1977, Lucini, Fossey y otros), creo que el más completo, el más divertido, el más personal es éste de Joaquín Carbonell. En él vuelca todos sus recuerdos, y tiene muchísimos, todo el humor somarda que aprendió de Brassens y del propio Labordeta, todo el cariño hacia el maestro, el líder, el amigo.

En cuanto al autor:

Conocí a Joaquín Carbonell hace mucho más del medio siglo en Alloza, donde veraneé muchos años en casa de mis abuelos; el suyo, el tio Curro, era un hombre de armas tomar, y su padre fue maestro y granjero, un buen tipo que hace cuarenta años se volcó en lograr suscripciones para nuestra revista Andalán, que comenzaba. Joaquín era un niño juguetón, recorredor de la Alloza calcinada por el sol de agosto con su chirriante recacholino. Luego ha cantado mil detalles de la vida rural de los sesenta y setenta y ochenta, recordando a su Alloza natal, que hace unos días se lo ha agradecido dedicándole una plaza, la más grande e importante del pueblo. Luego, nos recuperamos en Teruel, en el tan mitificado Colegio menor San Pablo, donde inició sus pasos periodísticos, musicales, incluso teatrales. Joaquín era un mozo algo mayor que el resto de su curso, venía de experiencias vitales y sociales que le adelantaban a los demás, y por eso supo avanzar en una línea a medias bohemia, a medias tradicional. Ya no volvimos a perdernos, continuando una amistad trufada de recuerdos.

Fue, junto con Labordeta y La Bullonera, integrante del cartel principal de nuestros cantautores, recorrió España, parte de Europa, parte de América, habló y habla en la radio, escribe libros de humor corrosivo aragonés junto con Roberto Miranda, y lleva dos secciones prestigiosas en El Periódico de Aragón, la de entrevistas ágiles y directas “Palabra de honor”, y la columna sobre el mundo a través del televisor, cáustica, genial, en línea con la mítica que hiciera Eduardo Haro Tecglen en El País, y en buena lid con la que allí le ha sucedido con David Trueba.

En fin, que este libro, que leí a saltos, desordenadamente, comentando con Joaquín algunos pasajes, corrigiendo los poquísimos errores o erratas deslizados, disfrutando de tantas anécdotas y comentarios divertidos, supone un homenaje de papel a nuestro Labordeta, y a la vez explica a muchos lectores que a buen seguro habrá fuera de aquí, quién  y cómo era, por qué era así, cuál era su ambiente, qué quiso transmitirnos, qué ideales del mundo y de la gente dieron sentido a todo su trabajo, toda su vida.

Los despistes, las erratas y errores, las anécdotas en la confección de un libro son lo que a veces recordamos mejor cuando lo evocamos. Dos despistes muy divertidos: Yo no corregí los pies de foto (tampoco la dedicatoria en que se llama Candela a Carmela, una de las nietas de Labordeta), y por ello tampoco pude impedir que se diga en una foto de años después en que se me ve al fondo en un grupo muy numeroso, que se trata de las gentes de Andalán esperando mi salida de la cárcel de Torrero. ¡Cuántos años hubiera estado allí de ser eso cierto!

Creo que lo has conseguido plenamente, Joaquín, en un esfuerzo muy notable, y que desde Juana y las hijas y nietas a la infinidad de amigos o incluso los que sin tratarle le admiraron y quisieron, tenemos todos una deuda contigo, por este gran trabajo, este gran cariño, esta gran biografía. Muchas gracias.

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