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Antón Castro

AHMAD YAMANI: ALGUNOS POEMAS

Ahmad Yamani

Ahmad Yamani (El Cairo, 1970) es poeta, y traductor del español al árabe y profesor. Reside en Madrid. Publico aquí algunos poemas suyos, por gentileza del autor y de su gran amigo Ángel Guinda, que han aparecido en la revista 'Alambique'.

 
La utopía de las tumbas

 

 

1

 

Paredes sin pintar,

suelo lleno de guijarros,

huesos débiles que no se sostienen,

y mis huesos acorralados en el medio.

Pienso en una pequeña manifestación

para protestar ante los ángeles que han prohibido

el calcio que nos es necesario.

Dios, en el hoyo, tiende su sombra sobre nosotros,

y nos deja retrasarnos en el sueño;

cae una mancha de luz entre sus manos,

entra un cuerpo oscuro,

se seca la mancha,

y conocemos a nuestro nuevo compañero:

con un corazón abierto

nos da cigarrillos con una generosidad creciente,

nos gusta su voz cuando susurra al principio:

¿qué diablos está pasando aquí?

 

 2

 

No hay nalgas aquí,

ni sangre,

¿cómo me imaginaré, entonces, el aspecto de una mujer?

¿cómo podré masturbarme satisfactoriamente?

Hasta las lágrimas de nuestros ojos

se han secado aquí,

sólo queda una calma asesina,

serpientes que nos torturan con su imagen,

sin que pronunciemos ni una sola letra.

La tierra es muy amplia,

pero ello no nos ayuda nada

a respirar bien.

  

3

 

Escupí a lo alto

y la saliva se pegó al techo de la tumba.

En los cadáveres de mis vecinos observé miradas cariñosas,

explosiones de tripas como una risotada.

Los restos de comida fabricaron muchos gusanos

que se tragaron nuestra sangre,

aunque nuestros huesos seguían siendo fuertes.

Se marchó mi amada con los dolientes,

pero, ¿qué haré con sus lágrimas?

¿Se aligerará mi odio a las habitaciones cerradas?

¿Valdrán las inyecciones de tranquilizantes

para bajar la fiebre?

Las tinieblas han descendido sobre nosotros como una gallina,

pero no seremos más que muertos

que sólo saben charlar

y orinar por la tarde.

 

 

4

 

Los gritos que dimos al alba

no los escuchó nadie.

Los ladridos del exterior

nos incitan a la ternura.

Reptamos para que se rocen nuestros huesos

y nos amemos más;

cada uno de nosotros habla de su negra infancia...

mientras intercambiamos risas,

pues no tenemos un reloj de pared

para saber cuándo será la hora.

 

 

5

 

Madre mía,

te lo ruego,

cuando sepas que he entrado en mi nueva casa,

no llores,

pues quiero atesorar tus ojos para los días venideros.

Estate tranquila,

mueve la cabeza tres veces,

y envía un beso de aire.

Haré un alboroto con mis amigos aquí,

y ellos me felicitarán por mi nueva casa.

Entornaré la puerta,

a la espera de tu beso.

Y cuando tengas una nueva casa, como yo,

que esté cerca de mí, te lo ruego,

para que pueda oír tu respiración.

Respiraré casi sin dolor,

y mi muerte tendrá esa imagen final

que me he esforzado mucho en hacer.

 

 

6

 

En la habitación vecina,

separada solo por una cortina de tela,

se tienden las mujeres, desnudas de sus sudarios,

y permanecen muy blancas.

Conseguimos, después de desesperados intentos,

abrir un agujero en el panel.

Nuestros huesos se alzan de pronto,

cuando vemos a la primera mujer que se desnuda

y coloca sus ropas en un rincón de la habitación.

En esa noche

intentamos romper la cortina,

pero es cada vez más fuerte,

y nos conformamos con observar los blancos huesos

que siguen estando lejos de nosotros.

 

 

7

 

La puerta de la habitación está abierta,

y la familia está completamente dormida en el exterior.

Hay pasos militares sobre nuestras cabezas,

destruirán nuestras casas para alzar un puente.

Lloraremos con nuestros amigos,

y colocaremos los libros debajo de las almohadas,

sonreiremos a nuestros absurdos recuerdos

y al sentimiento que se seca poco a poco.

 

 

 

 

8

 

Cerraron bien el lugar

y arrojaron las llaves al estómago del sepulturero.

¿Por qué nos abandonáis en las afueras de la ciudad?

Debemos estar juntos

cuando caigan las lluvias,

para cantar debajo.

Podremos hablar sobre vehículos

que nos han llevado por largos caminos para volver vacíos.

Pero las lágrimas que se han reunido en ellos

son suficientes para remojar nuestros huesos,

y no hallamos nada para calentarnos.

Cuando uno de nosotros se deslizaba para robar una cerilla

alumbrábamos la tumba,

y la mitad de las tumbas se iluminaban en el mundo durante tres días.

Mas después vomitó el sepulturero,

y pasamos en una ordenada fila,

cantando a coro los mosquitos

que dormían en nuestros oídos,

y nuestra figura, que seducía a las adolescentes,

y nuestras repetidas masturbaciones

en un gran barril que denominan vida.

 

                                                                       (Traducción de Milagros Nuin)

 

 

1 comentario

susana Alicia Coore Azziz -

hermosos escríbeme algunos para mi si no es molestia me gustaron.Susy