Blogia
Antón Castro

MACHADO Y 'CAMPOS DE CASTILLA'

MACHADO Y 'CAMPOS DE CASTILLA'

Antonio Machado: el poemario

del amor, del dolor y del paisaje

 

El corazón abierto de Antonio Machado

 

Cálamo publica una edición ilustrada de ‘Campos de Castilla’, ilustrado por Juan Manuel Díaz-Caneja, que apareció en 1912, el año de la muerte de Leonor, la esposa del poeta [Recupero este texto con motivo de los 75 años de la muerte de Antonio Machado.]

 

---------------------

  

Cálamo publica una edición ilustrada del libro capital de Antonio Machado, con ilustraciones de Juan Manuel Díaz-Caneja

 

Antonio Machado (1875-1939) diría que identificaba la felicidad con sus años en Soria y con el amor a una mujer, Leonor Izquierdo (1894-1912), aquella joven de quince años con la que casó en 1909 y que murió en agosto de 1912. Un año capital para el poeta: la fecha de un dolor insoportable –“Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería. // Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar”-, y la publicación de un poemario capital de la lírica española del siglo XX: ‘Campos de Castilla’, en el que iba mucho más allá de su anterior libro: ‘Soledades, galerías y otros poemas’ (1907).

Se alejaba del intimismo y de la inspiración modernista para abrazar un lenguaje contenido en imágenes, austero en la expresión, hermoso, hondo y sencillo, que ampliaba su mirada: el cantor seguía hablando de sí mismo, de sus instantes de dicha inefable y de su posterior llanto; expresaba la idealización del paisaje castellano, que tenía al Moncayo mágico como centinela de nieve, y a la vez hablaba de la realidad y del destino de España, a través de una serie de asuntos, personajes y elementos, a los que les otorgaba la categoría de símbolo. Desde el olmo viejo al casino provinciano, desde la tarde al camino, desde el Duero, al dios ibero o a los locos. “La poesía es la palabra esencial en el tiempo”, dijo Machado.

O incluso glosaba algunos autores que habían sido fundamentales para él y a la vez compañeros de viaje: Rubén Darío (que le había mandado dinero durante la enfermedad de su esposa), Juan Ramón Jiménez, Ramón María del Valle-Inclán o Miguel de Unamuno. La relación entre Machado y Unamuno fue decisiva en la configuración de ‘Campos de Castilla’, uno de esos hitos decisivos de la Generación del 98: se cruzaron numerosas y jugosas cartas. Fermín Herrero, en una precisa y breve nota de prólogo, dice que hay más cosas en este poemario, como “la reinvención del Romancero con ‘La tierra de Alvargonzález’, las parábolas, los poemas del campo andaluz, los sentenciosos proverbios, los elocuentes elogios, las irónicas estampas provincianas... Y, por encima de todo, Leonor”.

Machado, enamorado de su joven esposa, decía en una atmósfera de espejismo y ternura: “¿No ves, Leonor, los álamos del río / con sus ramajes yertos? / Mira el Moncayo azul y blanco; dame / tu mano y paseemos”. Ya, ante lo irreparable, escribió: “Una noche de verano /-estaba abierto el balcón, / la puerta de mi casa- / la muerte en mi casa entró. (...) Mi niña quedó tranquila, / dolido mi corazón. / ¡Ay, lo que la muerte ha roto / era un hilo entre los dos”. Hace algunos días, distintos poetas, entre ellos varios aragoneses, rindieron homenaje en Soria a Leonor Izquierdo en el primer centenario de su muerte.

El sello Cálamo de Palencia, que dirige José Ángel Zapatero, publica una cuidada edición ilustrada de ‘Campos de Castilla’, con una aportación muy valiosa: las ilustraciones de Juan Manuel Díaz Caneja (1905-1988), un pintor que encarna el alma castellana, “los páramos de asceta” de los que tanto escribió Antonio Machado. Caneja residió en Zaragoza en 1930. Llegó con su padre que era gobernador civil y mantuvo una gran amistad con pintores aragoneses de vanguardia como Manuel Corrales y José Luis González Bernal, con los que compartiría taller, y con otros intelectuales como Gil Bel. No es tanto un trabajo específico para los poemas, que fueron aumentados en 1917 por Machado para una nueva edición tras trasladarse a Baeza, sino una selección de sus cuadros de distintas épocas, desde los años 40 (incluyendo el período de 1948 a 1951, cuando estuvo en las cárceles de Carabanchel y Ocaña por su militancia republicana) hasta su muerte.

El prologuista dice: “No hay un pintor, creo, que transmita con tanta propiedad la emoción espacial, sobria y austera, adusta incluso, que caracteriza el sentido último de ‘Campos de Castilla’ (...) Esa pintura parca, casi esquelética de Caneja, que va también adelgazándose con la edad, como la poética de Machado, hacia la búsqueda de la voz interior a través del paisaje de la Meseta”.

Antonio Machado jamás pudo olvidar a Leonor Izquierdo. Algunos años después, cuando ejercía de profesor en Segovia, entabló amistad con una mujer casada, Pilar de Valderrama (1889-1979), a la que bautizaría Guiomar. Ella, lectora suya, lo había ido a conocer; su marido le había revelado que tenía una relación con otra joven y que se acababa de suicidar. Guiomar y Machado se vieron en varias ocasiones en esa ciudad, pero también en Madrid, sobre todo en el café de las Salesas y en el Franco-Español. Guiomar, que publicaría su autobiografía con carácter póstumo en 1981, escribió que “no podía ofrecerle más que una amistad sincera, un afecto limpio y espiritual, y que de no ser aceptado así por él, no nos volveríamos a ver”. Machado respondió: “Con tal de verte, lo que sea”.

Pilar de Valderrama también estaba vinculada a Zaragoza: su padre era abogado y fue diputado por el Partido Laboral, y gobernador civil de Oviedo, Zaragoza y Alicante.  La niña Pilar, que había nacido en Madrid en 1889, fue pasada por el manto de la Virgen del Pilar a los cuarenta días de su nacimiento. Ella era católica y conservadora y se sentía afín al bando rebelde en la Guerra Civil, igual que le pasó a Manuel Machado, con quien Antonio había firmado obras de teatro a cuatro manos.

Ese también fue otro motivo de desgarro para el poeta que se trasladó a Francia con su inseparable madre y falleció en Collioure en 1939. En el bolsillo del pantalón llevaba unos versos: “Estos días azules y este sol de la infancia”. Allí sigue, rodeado de flores y exvotos. Nadie se ha atrevido a devolver sus restos a “los agrios campos” donde “caía un sol de fuego” de los ‘Campos de Castilla’.

 

0 comentarios