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Antón Castro

ANA ALCOLEA HABLA DE SU NUEVO LIBRO: 'EL SECRETO DEL ESPEJO'

ANA ALCOLEA HABLA DE SU NUEVO LIBRO: 'EL SECRETO DEL ESPEJO'

Han pasado ya algunos meses del Premio Cervantes Chico. ¿Cómo lo ha asimilado?

Es un premio importante. Honorífico. Me ha hecho mucha ilusión: he vivido 16 años en Alcalá de Henares, y allí nació Miguel de Cervantes. En la nómina de galardonados hay muchos amigos: Fernando Lalana, César Mallorquí, Concha López Nárvaez. O Montserrat del Amo, que me dio muchos consejos cuando yo empezaba. Y hay otro detalle simpático: una de mis peluqueras de Alcalá, Ramoni, me dijo que yo sería escritora y que tenía que dedicarme a eso cuando le pasé una cosa que había escrito de un viaje a Noruega.

¿Qué le debe a Cervantes?

Se lo debo todo. En mi obra siempre hay homenajes a él y a su forma de entender la literatura como un juego de espejos.

¿Qué persigue como escritora?

Soy una escritora intuitiva. No planifico, no hago estructura o esquema, improviso. Empiezo y sigo. Mi trabajo nace de la emoción y del deseo de contar una historia. Y me van pasando cosas que intento solucionar y de las que sé poco. Por ejemplo, en mi nueva novela aparece una esfinge original en la bota de un abuelo muerto. En mis novelas busco y me encuentro con sorpresas: la novela es como la vida, nunca sabes lo que te puede pasar.

¿Qué mensaje general quiere transmitir?

Mi estado de ánimo contamina mi novela. Todo está conectado, el presente con el pasado, y el pasado con el futuro. A mí me apasionan los objetos: su historia en el tiempo, quién los tocó, quién se emocionó ante ellos, a quién pertenecía.

¿Qué ha aprendido de los lectores jóvenes?

Que no son unos imbéciles como a veces los consideran algunas editoriales. Yo no me planteo nada especial: cuento. Escribo lo que quiero y lo que siento. Sin otras fórmulas. Cuido el lenguaje, que sea rico pero asequilble, y la estructura. Si escribes con emoción, eso se transmite al lector. Es posible que él sienta y se emocione por lo mismo. Ni soy de cálculos: no me saldrían. El adolescente busca y encuentra.

 ¿Qué tiene de especial para usted la adolescencia? Es el terreno en el que se mueven la mayoría de sus criaturas.

Es una época de crisis, entre la infancia y la juventud, pero no es un tema en sí mismo. Yo no hablo de la crisis: hablo de gente que hace cosas, que vive aventuras, que investiga, que se enamora, en una época de su vida en la que esté un momento especial, convulso, lleno de contradicciones que es la adolescencia.

Empezó con una historia familiar, convulsa… como 'El medallón perdido'.

Ese libro fue decisivo por muchas razones. Es un libro que nace del dolor, de la tragedia: un primo mío, al que yo adoraba, murió en un accidente de avión en Gabón. Aprendí que incluso en los momentos más dramáticos se puede hallar belleza, algo en lo que sigo creyendo.

 'El secreto del espejo' (Anaya), su nueva novela, insiste en mezclar dos historias diferentes: la de una joven que huye de los druidas y llega a Cesar Augusta y la de una pareja joven, que de hoy, que se busca a sí misma y halla un espejo…

Acabo de entrar aquí al Museo de Zaragoza, donde sucede el libro, y me gusta mucho. Aquí sucede una parte de la historia contemporánea, veo los mosaicos y pienso que en otro tiempo alguien estuvo ante él; a lo largo del tiempo lo ha venido a ver mucha gente. Y con la otra historia, la de la joven Yilda, que ha vivido con los druidas, podríamos decir que es una reescritura de 'Blancanieves'. Hay una película que me impactó mucho: 'La mujer del teniente francés'. Padezco fascinación por los objetos, los seres y los lugares. Mis libros son un viaje en el tiempo y son un ejercicio de conocimiento interior. En realidad, yo soy una aventurera: vivo la misma expedición que mis lectores.

¿Cuál cree que es el secreto del éxito? ¿Qué hay que hacer para ser escritora?

La palabra éxito es excesiva; no es mi caso. Me he tomado, sí, una excedencia en la enseñanza. Trabajo muchas horas, doy muchas charlas, he llegado a dar hasta siete al día. Me apasiona mi oficio. La clave de todo es creer ciegamente en lo que haces y hacerlo lo mejor posible, con entusiasmo y con ganas.

Una de sus obsesiones es la II Guerra Mundial. ¿Por qué?

Me inquieta que uno de los pueblos más refinados del mundo cometiese aquella barbaridad: la maldad más absoluta. Volvemos a movernos en un peligroso muy peligroso que, en algunas cosas, se parece mucho al convulso periodo de entreguerras. No quiero ser pesimista, pero la actual situación debería movernos a reflexionar.

 

*La foto es de Oliver Duch, de Heraldo.

 

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