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Antón Castro

LA MADRE EN LA LITERATURA. UNA VISIÓN

Federico García Lorca, en su ‘Llanto por Ignacio Sánchez Mejías’, aludía a “las madres terribles”; en sus obras dramáticas especialmente retrató a madres de gran fortaleza y en algunos casos despóticas: ahí están la madre de ‘Bodas de sangre’, que encarnó Luisa Gavasa en ‘La novia’ de Paula Ortiz, y la intransigente Bernarda Alba del drama. Para otros escritores también hubo madres terribles: el escritor francés Michel Houllebecq dijo de la suya que era una “histérica y vieja fulana” y siempre tuvo con ella una relación de odio, algo que también le sucedió a Marguerite Duras, como se ve en ‘El amante’; solía ofrecerla a hombres mayores sin contemplación alguna.

Truman Capote también sintió buenas vibraciones hacia la mujer que le dio la vida. No es lo habitual. Y, sin duda, hay mucho donde elegir: Máximo Gorki le dedicó páginas llenas de ternura y de complejidad a la suya en ‘La madre’, una mujer revolucionaria y atrevida; John Kennedy Toole, que se suicidó tras pasear su manuscrito de ‘La conjura de los necios’ por un sinfín de editoriales, logró la fama y el éxito póstumo gracias a la terquedad de la suya; siempre creyó en su talento y logró que le publicasen la novela. Jorge Luis Borges tuvo una relación de dependencia constante y misteriosa hacia su madre: vivió muchos años con ella y fue su protectora y su mejor compañía, incluso en los tiempos en que se enamoraba de María Esther Vázquez, Estela Canto, o cuando intentó sacar adelante su matrimonio con Elsa Astete.

El solitario Marcel Proust, que vivía a oscuras y escribía en el lecho en sus cuadernos alargados, siempre veneró a su madre; el dibujante Tulio Pericoli le hizo un retrato que no deja lugar a dudas. El refinado Marcel le daba la mano a una figura que le ampara que no es otra que su madre.

El escritor norteamericano Richard Ford narra en ‘Mi madre’ que enviudó pronto y que una noche, cuando tenía 17 años, fue a buscarlo a casa de su amante y truncó la relación para siempre; con todo, explicó que la redacción de ese texto era “un acto de amor” y dijo: “Los padres nos conectan -por encerrados que estemos en nuestra vida- con algo que nosotros no somos pero ellos sí; una ajenidad, tal vez un misterio, que hace que, aun juntos, estemos solos”. 

Famosos escritores dieron muestras de su máxima ternura, humana y literaria, en la exaltación y recuerdo de su madre. Un caso ejemplar fue el controvertido Georges Simenon: asistió a la suya en su agonía, durante una larga semana en 1970, y le dedicó uno de sus mejores libros: ‘Carta a mi madre’. Peter Handke, que viajó por Aragón, firmó el libro ‘Desgracia impeorable’, donde recuerda, entre otros asuntos, que su madre se suicidó, pero antes le mandó una carta a su esposa donde le decía: “No lo comprenderías, pero no puedo pensar en seguir viviendo”. También se suicidó la madre del gran autor israelí Amos Oz. Albert Cohen, reconocido por ‘Bella del señor’, es autor de un breve e intenso ‘Libro de mi madre’, para algunos el mejor de los suyos. Allí se puede leer: “Alabadas seáis, madres de todos los países (…) Os saludo, madres llenas de gracia, santas centinelas, valor y bondad, calor y mirada de amor”. Gustavo Martín Garzo es autor de 50 retratos de mujer en ‘Todas las madres del mundo’. Escribe con ironía: “Algunas madres de comportaban como las actrices de la época dorada de Hollywood. Estaban convencidas de haber venido al mundo para ser adoradas”.

Algunas mujeres escritoras han contado historias bastante trágicas. Isabel Allende le dedicó una novela a su hija, titulada ‘Paula’, una narración del duelo. James Ellroy jamás ha podido desembarazarse de un hecho espantoso: su madre fue asesinada cuando él tenía diez años. Y Delphine de Vigan cuenta en ‘Nada se opone a la noche’ el suicidio de su madre. En cambio, Virginia Woolf siempre se sintió muy cercana a la hermosa Julia Jackson. Varios autores aragoneses han escrito en abundancia de su madre: Sender, Ángela Labordeta, que firmó el libro de relatos ‘El novio de mi madre’, Cristina Grande, Manuel Vilas (que le dedicó un poema impresionante), Rodolfo Notivol y, entre otros, Soledad Puértolas, en su libro ‘Con mi madre’, que cerraba así su homenaje a su Ana María Villanueva: “Le agradezco ahora a mi madre todas sus cartas, sus cartas casi diarias. Supongo que le dieron a su vida un significado. A mí me dieron mucha felicidad”.

 

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