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Antón Castro

DE JACA A SAN JUAN DE LA PEÑA

He estado pocas veces en Jaca. Apenas algo más de media docena de veces. Es una ciudad que me encanta con su calma burguesa, con aire diáfano y apacible, con sus parques rodeados de montaña, con su vieja leyenda de militares y curas, con sus honores del alzamiento de Galán y García. Llegamos el sábado por la tarde cuando el sol caía a plomo y en cubos. Dura luz de naipe entre las casonas y palacios del paseo, entre la espesura del viejo paraíso. Por allí, en un curso de Gestión Cultural –organizado por María Ángeles Naval y Carmen Peña-, andaban Pepito y Julia de Librería Antígona, León Vela de Cálamo, el cineasta y editor Gonzalo Herralde, el editor Sergio Gaspar y su mujer María, Antonio Abad, José Banzo, Manuel Vilas, que publicará en otoño en DVD (nombre que es un homenaje de Sergio Gaspar a su padre David Gaspar) una nueva novela: “Magia”. Y más gente, como la poetisa Carmen Serna que participaba en un curso de musicoterapia (eso me pareció entender) y dijo que pensaba celebrar sus próximos 80 años en Camboya.
De noche, tras la cena casi escolar, con bandejas de autoservicio, y un paseo por los jardines encantados de la Universidad de Verano de Jaca (hay un recuerdo a Pilar Bayona), salimos de paseo. Hubo una animadísima tertulia de esto y de aquello. Y con Diego y Jorge, mis hijos, dimos un paseo por el cinturón de dos kilómetros de la ciudadela. Abajo, en un foso ideal y verde, verde o pardo en la madrugada, apacentaba una veintena de ciervos. En la ciudadela, bastante surrealista en su interior, había luces encendidas en su atalaya o puestos de mando. El fabulador puede ponerles otros nombres, con alguna exageración: minaretes. La noche era perfecta: acogedora y luminosa, con la temperatura ideal. La ciudad, durante el paseo, parecía varada o envuelta en los hilos de oro de una luna inmensa de pan. Noches como ésas no son fáciles de olvidar. A lo lejos, manchadas de nieve en las crestas, resplandecían las montañas como faros en la lejanía espectral.

El domingo amaneció con el verbo ameno y florido de Luis Alegre. Que había llegado en el taxi de su hermano, como un invitado especial. Hizo una pequeña historia del cine español, desde una impresión casi fatal de fracaso, no de Luis sino del cine. Y luego abordó la presencia de la gente de letras en los procesos de realización: en la escritura de guión, en los comités de lectura de guión o, más bien episódicamente, en el asesoramiento artístico o en la adaptación de textos al cine. Luis contó con un cómplice de honor: Gonzalo Herralde, que corroboró o disintió en algunas cosas con conocimiento de causa. Luis, de terno oscuro y con ese aire seductor de profesor enrollado que no maltrata jamás a un alumno, dijo sentirse intimado; en realidad, no había motivo: como siempre Luis dijo cosas sensatas, recordó la carrera internacional de Segundo de Chomón y de Luis Buñuel, habló de las relaciones de ficción y realidad en el cine (“una historia bonita en la vida real no siempre funciona bien en el cine, que tiene su propio código de ficción”, vino a decir) y escuchó con mucha atención a Herralde. Éste, empeñado ahora en la edición de DVD con escritores y artistas, dijo entre otras cosas que los escritores descubren de inmediato el enorme abismo cultural que los separa de la gente del cine, que carece de formación adecuada y que se pasa la vida esperando la subvención. Lo dijo e insistió en ello ante un ruego de Luis. Luis Alegre, que tiene la mejor colección de amigos famosos de la tierra, recibió poco después la llamada de Luis Figo. El jugador le explicó el entusiasmo que tenía y a la vez le expresó cierto temor al juego anestesiante y pegajoso de los griegos. En una final con emoción y poco juego, ganaron los griegos y la “generación de ouro” volvió a quedarse sin corona. En esta Eurocopa el resumen es claro: juegan once contra once pero siempre gana Grecia.

Hacía muchísimo tiempo que no había estado en el monasterio viejo de San Juan de Peña. Si uno se deja orientar por el lamentable estado de la carretera que va de Santa Cruz de la Serós al recinto puede llevarse una gran decepción. En cierto modo, y no soy pesimista respecto a Aragón, el lamentable estado de esa carretera que conduce a uno de los lugares emblemáticos de Aragón –cuna y tumba de reyes y nobles como Ramiro I, Sáncho Ramírez, Pedro I o Pedro Abarca de Bolea-, denuncia la desidia del territorio y sus políticos respecto a sí mismos y al patrimonio, pero el paraje es impresionante. La poesía de la piedra, la caligrafía del románico, la gesta del tiempo y de la memoria de un territorio. Sobrecoge estar allí y contemplar los osarios de los monjes, el eremitorio, la historia de los sucesivos incendios (una conjetura abona la idea que el lugar era tan frío que fueron los propios monjes quienes provocaron el incendio que obligaría la construcción y el traslado al monasterio nuevo, que campa en un lugar soleado con vistas hacia las estrellas), el mito de San Voto, su hermano Félix y el anacoreta Juan de Atarés. Hay mucho que ver. Abonarse allí al sueño de una antigüedad esplendorosa es inevitable.

Y de San Juan de la Peña a Santa Cruz de la Seros. Comida en O’Fogaril y visita a la iglesia, embrujada parece, de los antiguos benedictinos. La subida por la angosta escalera es casi una experiencia iniciática. Desde lo alto, Santa Cruz de las Serós sobrecoge con sus casas de piedra, sus chimeneas redondas, la atmósfera de calma absoluta. Nos llamó la atención algo muy curioso: hacia las cinco de la tarde un grupo de chicos, bajo un árbol sombrío, vendía fragmentos de pastel, galleta y vasos de zumo natural. En Santa Cruz de la Serós tiene una casa María Rosario de Parada. La encontramos, con su hermana Gloria, en pleno jardín. Nos enseñó la casa, recordó a su marido Henar (nos mostró, por cierto, su precioso taller de arreglálotodo), y en el piso superior estaba su viejo macintosh y una lupa de la que se ayuda para leer y escribir. Prepara una nueva novela. También nos enseñó –en fotos- la gran casona o palacio de su padre, “La Mezquita”, que ahora es propiedad de José Joaquín Sancho Dronda. Tenía más de 50 metros de fachada y ornamentos árabes.

María Rosario de Parada –madre de seis hijos, autora de varias novelas, un trabajo sobre el Canfranc y una biografía de Pedro Laín Entralgo, precursora del periodismo de mujer en Aragón- vive en una casa encantada. En el desván, lleno de camas y vigas de madera, han sido y son muy felices sus nietos.

3 comentarios

mariana -

q pasa nenn

anónimo -

Prueba en:

direccion@dvdediciones.com

Ramón Huidobro -

Hola:

Estoy intentando contactar con Sergio Gaspar, el editor de DVD. No hay forma de dar con un teléfono de la editorial o correo electrónico. Si pudieras ayudarme a darme una pista me darías una gran alegría.

Un abrazo