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Antón Castro

DE VUELTA

Ya hemos vuelto a casa con un sol último y pajizo: mitigado fuego sobre el Canal Imperial, luz sonrosada entre los perales. Aquí está Zaragoza y Garrapinillos bajo el bochorno. Carmen París canturrea en el coche; la gozosa memoria de dos largas semanas en Galicia me escombran de añoranza la piel y las sienes. ¿Qué has dejado allí?, te preguntas. Y recorres –con la vertiginosa rapidez del cerebro- las playas de Muxía, Corme, Laxe, Barrañán, Caión, Camelle (vimos el museo laborioso de Manfred, el “alemán de Camelle”), los faros de O Roncudo y o Vilán, el santuario de A Virxe de A barca bajo una tormenta de verano, el castillo de Vimianzo, la atmósfera hechizada de los bosques cerca de la playa de Leis, y evocas un encuentro con Vítor Vaqueiro en Noia, bautizada como “O porto de Compostela”, otro con Fernán Vello en A Coruña, en la Marina y en María Pita, Fernán Vello acaba de estrenar poemario tras ocho años de silencio, “Territorio da desaparición” (probablemente su mejor libro), y paseos con Pepe Cáccamo, con Xulio López Valcárcel, que posee cerca del mar y del castillo de San Antón una bodega para tertulias y un piso increíble lleno de pintura, hay dos o tres cuadros de Nacho Fortún. Entre otras cosas que se te vienen a la cabeza, están los lugares de la infancia, la presencia invisible del niño que fuimos ayer cuando perseguíamos olas, perros y poemas entre el paisaje. Visitamos como siempre la casa del poeta Eduardo Pondal (él invitó a Rosalía de Castro a pasar unos día en Muxía y ella escribió su novela “La hija del mar”), allá en Ponteceso, y nos sonó en la cabeza la canción “Golpes de mar” de Ángel Petisme. Es como la banda sonora de una vieja pulsión personal. En Galicia, entre otras muchas cosas, he repasado la obra de tres poetas clásicos: Luis Amado Carballo, Manuel Antonio y Luis Pimentel, y disfruté mucho con el libro “Os xenerais de África” de Vítor Vaqueiro, que es un viaje a su adolescencia viguesa en forma de relatos. Hay uno sobre la fotografía realmente admirable, uno de los más lúcidos que he leído jamás.

Un detalle surrealista: en el camping de Leis –una playa casi virginal o particular todavía-, todos los martes llegaba “Heraldo” de los lunes. Otro detalle: el cibercafé de Arteixo siempre estaba cerrado por “asuntos personales”.

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