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Antón Castro

DE AMOR, DE LOCURA Y DE MUERTE

Vuelvo a escribir en “Heraldo de Huesca” cuando la ciudad ya presiente un aroma a albahaca y a lozana mairalesa que desordena su lascivia. Recuerdo algunas cosas que me interesan: la próxima, aunque sombría, apertura del Centro Aragonés de Arte Contemporáneo en Huesca; recuerdo el gran homenaje a Ramón Acín que ha configurado Víctor Juan Borroy en su página web y la edición del libro “Maestras”, que se ha publicado en Biescas bajo el sello Prames. Hay estupendos textos: emocionadas páginas de gratitud, inventarios de vidas de entrega al conocimiento, retratos de pedagogas imborrables, sentimientos a flor de piel que firman muchos amigos: Ramón Acín, Carlos Castán, García Valiño, Julio Llamazares, el propio Víctor Juan Borroy, que glosa la la figura de María Sánchez Arbós, mi admirado Daniel Gascón, que no habla de maestras sino de un maestro de Lengua Española apodado “El Lobo”.

Releo un libro que marcó muchos momentos de mi vida de aprendiz de escritor (sigo en ello): “Cuentos de amor de locura y de muerte” (1917) de Horacio Quiroga (1878-1937), el gran escritor uruguayo que vivió en Misiones, que amó y mató, y que acabó suicidándose. Redactó un decálogo del perfecto cuentista y nos ha obsequiado con algunas piezas estremecedoras, de lo mejor –y no estilísticamente: quiso ser un eficaz narrador aunque fuese tosco de prosa, demoledor en sus atmósferas- del género. Quiroga, como ha reconocido su discípulo Julio Cortázar, es uno de los grandes cuentistas, como Maupassant, Kafka, Chejov, Jacobs (recuerden el admirable “La pata de mono”) o Dino Buzzatti. Borges y Cortázar. Y en estos relatos, que ha publicado Menoscuarto con prólogo de Andrés Neuman, podemos leer historias de amor y terror, cuentos crueles de enajenación y violencia, narraciones estremecedoras que te dejan sin resuello: pienso en “La gallina degollada”, una fábula sobre la inocencia brutalmente quebrada, “La insolación”, o esa pieza casi insoportable, casi repugnante en su desenlace, que es “El almohadón de plumas”. Hace algunos años, cuando trabajaba en “El día de Aragón” emitieron una serie latinoamericana sobre su convulsa historia, llena de accidentes y de dramáticas seducciones y de suicidios (el suyo entre ellos). Durante muchos años conservé la postal del actor que encarnaba a Quiroga y de la actriz que daba vida a su esposa. Acabo de recordar eso y me da un poco de pena no saber dónde está esa fotografía que llegué a enmarcar y que estaba muy cerca de mi mesilla de noche.

A media tarde, viene a rescatarme del sopor Mariano Esquillor, un veterano poeta que descubrió la lírica cuando tenía 48 años tras leer a Víctor Hugo. Hasta entonces había trabajado de albañil, y continuó haciéndolo hasta su jubilación. Me contó que hace algún tiempo se puso a escribir sus memorias, pero eran tan sinceras y descarnadas que su mujer Fanny, fallecida hace muy poco, le dijo: “Mariano, si sigues escribiendo esas cosas te mandarán a la cárcel”. Me ha contado anécdotas increíbles con sus encargados y contratistas de obras; quizá lo más pintoresco es que uno de sus patrones le arrancó de cuajo del pecho una vieja camisa y él le atestó un puñetazo que lo arrojó al suelo y le hizo una herida en el rostro de la que manaba abundante sangre. El patrón intentó matarlo con una navaja que llevaba en el bolsillo y la llevaba porque había discutido con alguien y se habían citado para matarse con un puñal. No recuerdo con precisión todos los datos, ni es necesario: Mariano es un visionario de la poesía pero no es mentiroso.
Acaba de publicar “Huracán de sol” (Libros del Innombrable), dedicado a su mujer. El libro está ilustrado con sus dibujos. Hace unos estupendos dibujos a color, casi automáticos, surrealistas o simbólicos, o todo a la vez, y acompañan sus intuiciones místicas y apocalípticas, que conviven con versos sencillos y hondos, con latigazos que están sellados de estupefacción: “La eternidad paralizó mi corazón. Resucité en las heridas de un monstruo loco y a pasear saqué mi cuerpo sobre una tumba de luz”. O éste: ”Salí de las nubes del sueño y me metí en la boca de un dragón enfurecido. El sol me acogió en sus manos limpias de frío y de miedo”. También puede leerse en otro lugar: “Me acerco a la luna que desde la altura desciende. Es la hora de las sombras. Es la noche que regresa a su casa con el tambor de la armonía y con su infinita roca de sol al viento”. El libro también tiene algo de responso, de plegaria y de tránsito por el desierto del dolor tras la pérdida de la amada, de la compañera que casi creía inmortal: Fanny...

Mariano Esquillor está especialmente feliz con algo que resulta intangible. Gracias a los esfuerzos de la laboriosa y apasionada Ángela Ibáñez –poetisa, fotógrafa, escultora: mujer de acción que no cede con un cigarrillo negro en la boca-, Mariano ha logrado que una poesía se llame como él: Mariano Esquillor.

Mariano Esquillor en el fondo es el poeta de las estrellas. El albañil poeta de las estrellas. El cantor cósmico que vive en la Casa de Amparo. Está tan tranquilo que a los 85 años ha dejado de fumar. Al despedirnos, me recordó que tenía 38 o 40 libros inéditos. Y ha publicado 20 desde 1973 ...

2 comentarios

jose -

ha logrado que una estrella se llame como el

Anónimo -

esta iper padre