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Antón Castro

TABUCCHI Y LA FATALIDAD DEL MAR DE AMOR

He regresado lo antes que he podido a casa (y da pereza volver a casa: las mujeres, al anochecer del estío, están más bellas y enigmáticas que nunca, es casi imposible no enamorarse de su armazón desenvuelto y moreno), pero antes –poseído por mi enfermedad libresca cada vez más insoportable- he comprado dos catálogos increíbles de dos de los fotógrafos más increíbles de la historia de la fotografía: August Sander y Robert Frank. Diferentes, laboriosos, dos visionarios. Geniales. Y he comprado también el diccionario Collins de español-inglés y viceversa, la edición de 2000. Como algunos otros, pertenezco a esa batería de gente que intenta aprender o mejorar cada año su inglés. Ahora, este verano, me hizo compañía la poesía completa en inglés de Edgar Allan Poe.
He regresado lo antes posible porque proyectaban “Dama de Porto Pim” de Toni Salgot con Emma Suárez. Ese relato de Antonio Tabucchi es uno de mis favoritos: esa mezcla de amor, fatalidad, mar espumeante y ballenas. El libro, titulado así también –donde hay un reglamento de la pesca de ballenas y un retrato del suicida y sonetista Antero de Quental- es uno de mis libros favoritos. Sé que no es el mejor de Tabucchi, pero para mí tiene un encanto especial. Es uno de sus volúmenes que me han marcado, que llevas siempre en la cabeza, y uno no acaba de saber el porqué. Me ocurre igual con otro de mis libros-estandarte, devocionario laico de voluptuosas y galaicas sensaciones: “Historias e invenciones de Félix Muriel” de Rafael Dieste. El libro de Tabucchi está publicado en Anagrama; y el de Dieste, filósofo, matemático y pianista que se desplomó mortalmente por la escalera de su casa de Rianxo, se puede hallar en Cátedra y en Alianza Editorial.
La película de Toni Salgot no es buena. Es honesta y fallida, pero tampoco es indigna. Se equivocó en el cásting (sobre todo en el caso de Sergio Peris, nos parece), se cometen errores de dirección artística, no se le saca todo el partido a la isla (sería bonito que repasasen las fotos de José Manuel Navia) y, sobre todo, le falta misterio, ambigüedad, poesía, dolor de marino con el corazón atrapado en tierra. Ha pesado más la voluntad de ilustración y el respeto literal al texto que la potencialidad del cine. Emma Suárez solventa bien su trabajo: el de una mujer que va de derrota en derrota, de naufragio en naufragio, en un irresistible descenso hacia la nada, el espanto, la muerte, como Lucas, el joven arponero que sabía atraer a las ballenas con su cántico.

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