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Antón Castro

EL PERIÓDICO DE JOSÉ

Érase una vez un niño de catorce años. Alto, enjuto, dueño ya de un bozo adolescente y obsesivo. La última de sus porfías es el periódico. En cuanto lo coge en sus manos, efectúa un auténtico viaje por sus páginas. Empieza siempre por la televisión: se aprende los programas, los horarios, algunos actores y se fija siempre cuando echan esa emisión de las pequeñas estrellas que cantan. Eso, igual que a sus hermanas menores, le enloquece. Y luego desordena el diario de arriba abajo y busca los periodistas que conoce, la información de barrios, las pequeñas historias con corazón. Se acerca a su abuela y le dice: “Fulanito no escribe hoy”. El mejor tesoro que encuentra el niño los domingos es el periódico: constituye una travesía de tipografías, de fotos, de sugerencias, un mundo voraz e incontenible que se abre ante sus ojos y excita su imaginación. Se le ve ansioso, acaparador con las páginas. El periódico debe ser una constante fuente de sorpresas, la metáfora de la vida: para José, que así se llama este lector, el periódico es como una casa encantada con puertas al asombro: las abres y desembocas en el horror, en la banalidad, en lo sublime, en lo anodino, en el conocimiento del mundo, pero rara vez te quedas al margen o indiferente. Si le falta el periódico, a José, catorce años, le roban una parte de la alegría…

1 comentario

Cide -

Cómo me recuerda este José a otra persona que conozco. Quizá a mí mismo. Aunque yo acabé admitiendo que lo más interesante del periódico no son las noticias de actualidad. Y menos en el periódico habitual de los domingos de mi casa, que es el Heraldo. Entre Guillermo Fatás, Soledad Puértolas (a veces), y algún artículo de El Semanal me justifican la mañana. El resto lo considero mejor aprovechado leyendo un buen libro que con la anodina realidad actual que tan interesante me parecía con catorce años.