ELEGÍA POR EL POETA MANUEL MARÍA
Zaragoza fue decisiva en mis lecturas en gallego. En la librería Hesperia, de Luis Marquina, compré muchos, muchos libros en un tiempo en que quería ser escritor en gallego. Monolingüe absoluto. Lo fui, primero, en una buhardilla de la calle LasArmas 138; ensanché mis libros y mis lecturas en la calle Toledo, 20 (en esos dos sitios compuse hasta tres poemarios que he perdido para siempre; el mejor, de quince poemas, algunos largos, varios rimados, fue O praial dos afogados, y uno de ellos apareció en la revista Nordés) y lo fui durante unos años en la calle Estudios 11-13, donde redacté mis primeros libros en prosa: cuentos de tema artúrico, cuentos legendarios de la Galicia de Breogán, Brigo y otros héroes celtas, cuentos del mar que integrarían el volumen Mitologías (IFC, 1987), anticipo de Vida e morte das baleas (Espiral Maior, 1997). En Hesperia compré varios libros de Manuel María Fernández Teixeiro (Outeiro de Rei, 1929), Manuel María a secas para la literatura, y recuerdo en particular uno menor, de teatro, como Barriga Verde, un personaje mítico del panorama escénico clásico de Galicia, que era una farsa para títeres. Lo leí y lo releí varias veces en aquella colección de O Moucho de Castrelos, la empresa de Xosé María Álvarez.
Ahondé durante años en la poesía, la no tan escasa narrativa, los textos de viaje (especialmente la serie Andando a Terra, que firmaba en A nosa terra con el seudónimo de Hortas Vilanova) y en su figura de procurador en Monforte, librero, narrador oral prodigioso y gran rapsoda, además de ciudadano del mundo que no podía vivir al margen de la política y del galleguismo. Había sido amigo y contertulio de Luis Pimentel, Aquilino Iglesia Alvariño o Ramón Piñeiro, en Lugo, y se reencontraría con alguno de ellos en Santiago, y además con Uxío Novoneyra, Fermín Bouza Brey o Ramón Otreo Pedrayo. Son muchos los libros de él que he leído he cantado por las noches, miles de veces, su pieza O carro, que popularizó Fuxan os Ventos: Non canta na Cha ninguén, // por eso o meu carro canta//, canta o seu eixo tan ben, // que a señardade me espanta-, y me quedo quizá con tres: el primero, Muiñeiro de brétemas (Molinero de brumas, que apareció en la mítica colección Benito Soto en 1950. Lo acarició ahora en edición facsímil), y dos volúmenes para niños, Os soños na gaiola (Los sueños en la jaula, 1968) y As rúas do vento ceibe (Las calles del viento libre, 1979). Hace algo más de un años, Espiral Maior publica en dos volúmenes estuchados su Poesía completa, una lírica pautada por tres aspectos: la poesía del paisaje y del amor, la poesía social, constante, y una tercera más metapoética o de meditaciones acerca de la poesía misma y de cómo escribe uno. Esa edición, primorosa y galardonada, lleva su retrato de clásico griego con barba blanca y una aparente dureza que nunca fue tal. He escrito porque no siempre he tenido con quien hablar, dijo una vez.
Conocí a Manuel María en Andorra La Vella, con poetas como Xulio López Valcárcel, Cesáreo Sánchez Iglesias, Manuel Forcadela, la inolvidable Luisa Villalta fallecida hace unos meses de una enfermedad contagiosa: era una mujer de seda y rabia, delicada como la caricia del aire sobre el mar, furiosa como un toro malherido, sensible como un violín rasgado en una tarde de lluvia- o Manuel Miragaya, entre otros. Recuerdo que le hice unas fotos, poco después de haber retratado a Miquel Marti i Pol y a Joan Perucho y a su esposa. Manuel María me dijo: Tira, tira, las fotos que quieras. Siempre salgo bien. Era verdad, siempre salía bien, solo o con Saleta Goi, su mujer, su musa, su cómplice, su enfermera. Durante el camino de vuelta, Manuel María, que tenía una ascendencia paternal sobre todos y que parecía saber de lo divino y lo humano, no paró de contar historias. Habló de Ánxel Fole, de Otero Pedrayo, de Álvarez Blázquez, de aquella editorial que fundó y dirigió, Val de Lemos, o de aquel proyecto que se llamó Escolma de poetas de Outeiro de Rei (1982), en el que realizó un juego de apócrifos inventando poetas de su tierra desde la Edad Media. También recordó Cantigueiro orcellón, que publicó bajo el seudónimo de Ernesto Alfonso Reque Varela.
Manuel María moría el pasado viernes. La primera persona que me lo dijo fue Juan Abeleira, que está entusiasmado con el último libro de su compañera Olga Novo: A cousa bermella (Espiral Maior, 2004). Me dijo, medio en serio, medio en broma: ¿Por qué nunca me llamáis al Festival Internacional de Poesía Moncayo? y me anunció la muerte de Manuel María, un maestro de esto y de aquello, una referencia. Lo veo en un último momento, junto a Saleta, y recuerdo a Celso Emilio Ferreiro con Moraima. Y bajo al sótano a repasar los dos volúmenes, de fondo, azul de Espiral Maior. Y a leer en voz alta:
Eu son para min
toda-as interrogacións,
todal-as estatuas,
todol-os misterios,
e todal-as cumes xeadas de evanxeos.
Os ollos contémprame
Na impura prata dunha soma
Moendo ó vello sembrante
Que borra ó indecible desta morte
Chea de agonías e de bágoas.
Yo soy para mí
Todas las interrogaciones,
Todas las estatuas,
Todos los misterios
Y todos las cumbres heladas del evangelio.
Tus ojos me contemplan
En la impura plata de una sombra
Que muele el viejo semblante
Que borra lo indecible de esta muerte
Llena de agonías y de lágrimas.
Es el poema final del libro Muiñeiro de brétemas, publicado en 1950. Manuel María tenía entonces 21 años. Punteros de gaita lo acompañaban como a aquel niño del entierro pobre que cantó su amigo, otro maestro de posguerra, Luis Pimentel.
Ahondé durante años en la poesía, la no tan escasa narrativa, los textos de viaje (especialmente la serie Andando a Terra, que firmaba en A nosa terra con el seudónimo de Hortas Vilanova) y en su figura de procurador en Monforte, librero, narrador oral prodigioso y gran rapsoda, además de ciudadano del mundo que no podía vivir al margen de la política y del galleguismo. Había sido amigo y contertulio de Luis Pimentel, Aquilino Iglesia Alvariño o Ramón Piñeiro, en Lugo, y se reencontraría con alguno de ellos en Santiago, y además con Uxío Novoneyra, Fermín Bouza Brey o Ramón Otreo Pedrayo. Son muchos los libros de él que he leído he cantado por las noches, miles de veces, su pieza O carro, que popularizó Fuxan os Ventos: Non canta na Cha ninguén, // por eso o meu carro canta//, canta o seu eixo tan ben, // que a señardade me espanta-, y me quedo quizá con tres: el primero, Muiñeiro de brétemas (Molinero de brumas, que apareció en la mítica colección Benito Soto en 1950. Lo acarició ahora en edición facsímil), y dos volúmenes para niños, Os soños na gaiola (Los sueños en la jaula, 1968) y As rúas do vento ceibe (Las calles del viento libre, 1979). Hace algo más de un años, Espiral Maior publica en dos volúmenes estuchados su Poesía completa, una lírica pautada por tres aspectos: la poesía del paisaje y del amor, la poesía social, constante, y una tercera más metapoética o de meditaciones acerca de la poesía misma y de cómo escribe uno. Esa edición, primorosa y galardonada, lleva su retrato de clásico griego con barba blanca y una aparente dureza que nunca fue tal. He escrito porque no siempre he tenido con quien hablar, dijo una vez.
Conocí a Manuel María en Andorra La Vella, con poetas como Xulio López Valcárcel, Cesáreo Sánchez Iglesias, Manuel Forcadela, la inolvidable Luisa Villalta fallecida hace unos meses de una enfermedad contagiosa: era una mujer de seda y rabia, delicada como la caricia del aire sobre el mar, furiosa como un toro malherido, sensible como un violín rasgado en una tarde de lluvia- o Manuel Miragaya, entre otros. Recuerdo que le hice unas fotos, poco después de haber retratado a Miquel Marti i Pol y a Joan Perucho y a su esposa. Manuel María me dijo: Tira, tira, las fotos que quieras. Siempre salgo bien. Era verdad, siempre salía bien, solo o con Saleta Goi, su mujer, su musa, su cómplice, su enfermera. Durante el camino de vuelta, Manuel María, que tenía una ascendencia paternal sobre todos y que parecía saber de lo divino y lo humano, no paró de contar historias. Habló de Ánxel Fole, de Otero Pedrayo, de Álvarez Blázquez, de aquella editorial que fundó y dirigió, Val de Lemos, o de aquel proyecto que se llamó Escolma de poetas de Outeiro de Rei (1982), en el que realizó un juego de apócrifos inventando poetas de su tierra desde la Edad Media. También recordó Cantigueiro orcellón, que publicó bajo el seudónimo de Ernesto Alfonso Reque Varela.
Manuel María moría el pasado viernes. La primera persona que me lo dijo fue Juan Abeleira, que está entusiasmado con el último libro de su compañera Olga Novo: A cousa bermella (Espiral Maior, 2004). Me dijo, medio en serio, medio en broma: ¿Por qué nunca me llamáis al Festival Internacional de Poesía Moncayo? y me anunció la muerte de Manuel María, un maestro de esto y de aquello, una referencia. Lo veo en un último momento, junto a Saleta, y recuerdo a Celso Emilio Ferreiro con Moraima. Y bajo al sótano a repasar los dos volúmenes, de fondo, azul de Espiral Maior. Y a leer en voz alta:
Eu son para min
toda-as interrogacións,
todal-as estatuas,
todol-os misterios,
e todal-as cumes xeadas de evanxeos.
Os ollos contémprame
Na impura prata dunha soma
Moendo ó vello sembrante
Que borra ó indecible desta morte
Chea de agonías e de bágoas.
Yo soy para mí
Todas las interrogaciones,
Todas las estatuas,
Todos los misterios
Y todos las cumbres heladas del evangelio.
Tus ojos me contemplan
En la impura plata de una sombra
Que muele el viejo semblante
Que borra lo indecible de esta muerte
Llena de agonías y de lágrimas.
Es el poema final del libro Muiñeiro de brétemas, publicado en 1950. Manuel María tenía entonces 21 años. Punteros de gaita lo acompañaban como a aquel niño del entierro pobre que cantó su amigo, otro maestro de posguerra, Luis Pimentel.
5 comentarios
(galiciacontos)Eladio Bernabé -
Xa non roxes nos camiños,
xa non choras polas veigas,
xa non soa o teu andar
nos recunchos do luar.
Fúchelo rei dos camiños,
o amo das corredoiras
que ti amansábalas pedras
con fungueiros e treitoiras
¡cantas voltiñas ti deches,
cantas cantigas votaches,
polos montes e as veigas
de ti lembraranse as leiras!
Hoxe dormes coa nostalxia
polas palleiras do agro
O teu sono xa e longo,
o espertar, non doado.
A escritura e para mín coma se fose un fado, unha enfermidade incurable que me tolea por intres, pero din que non chega a ser mala cousa, así que deixaremola ir.
Falando do peta Manuel Maria
Alguen que preto del vivira, dixo do poeta:
e non era mala xente, pero deuelle pola da escrtura.
ramon -
Non teño talento nen formación para profundizar na obra do noso poeta galego.
Son un simple afeccionado, pero merece telo presente na nosa memoria colectiva por sempre e que os seus anhelos poida cumprirse en nós ou en que nos precedan por toda a loita e sacrificio a prol do noso idioma e cultura.
Estou de acordo co primeiro comentario a cargo de E.G.B que sería moi produtivo para a nosa terra que o titular deste blog pudera atreverse a escribir en galego, rompendo a inercia no que a vida o foi encadrando.
Ganas, boa vontade e xenerosidade non lle faltan.
Un saúdo cariñoso dun amigo.
chema cotarelo -
Felipe-Senén -
Miña solidaria aperta
Felipe-Senén
E. G. B. -