SIMONETA, POR TI LA TARDE SE HACE LÁGRIMA
La noche se había quedado sondormida, con olor a barro, como si exhalase un aroma a tierra estremecida, volteada por los grillos y por las invisibles azadas del viento. Jorge, el guardián de las sombras, no apareció: salí casi media hora antes de lo previsto, tras ver Quiero ser como David Beckham, y la perra estuvo hoy muy silenciosa, tanto que pareció haberse extraviado para siempre en la maleza.
Hoy no tengo demasiadas cosas que contar. Me duele la cabeza desde hace varios días. Quizá podría decir que he visto a Rafael Margalé, que sigue recogiendo fotos de peirones y cruces alrededor de Aragón con su mujer Irene, que he hablado con Pedro Rújula, que está a punto de editar a Pirala y trabaja en la primera maqueta de un libro sobre Calanda, y que he conocido al joven Jorge Sancho, que está a punto de estrenar una obra para orquesta de cámara en Boston. He recibido un bonito correo de Víctor Juan Borroy, otro de Víctor Pardo, muy emotivo, de esos que te empujan a ilusionarte cada día y a buscar nuevas cosas que contar cuando ya no quieren que cuentes nada, y varios de Javier Burbano, que recuerdan su amistad con Alejandro Amenábar.
Bajo la parra, he disfrutado durante media hora de la antología En la luz respirada (Cátedra. Letras Hispánicas) de Antonio Colinas, que contiene el libro suyo que más me gusta, Sepulcro en Tarquinia, y Noche más allá de la noche y Libro de la mansedumbre. El primero se abre con esa pieza esculpida en sutileza y emoción, en alada belleza, que es Simonetta Vespucci. Es uno de los poemas que me hubiera gustado haber escrito.
Simonetta,
Por tu delicadeza
La tarde se hace lágrima,
Funeral oración,
Música detenida.
Simonetta Vespucci
Tienes el alma frágil
De virgen o de amante.
Ya Judith despeinada
O Venus húmeda
Tienes el alma fina del mimbre
Y la asustada inocencia
Del soto de olivos.
Simonetta Vespucci,
Por tus dos ojos verdes
Sandro Botticelli
Te ha sacado del mar,
Y por tus trenzas largas
Y por tus largos muslos.
Simonetta Vespucci
Que has nacido en Florencia.
Mis otras dos piezas preferidas son la de Giaccomo Casanova y la de Ezra Pound.
Casanova dice:
(...) Y yo sólo deseo salvar mi claridad,
sonreír a la luz de cada nuevo día,
mostrar mi firme horror a todo lo que muere.
Señor, aquí me quedo en vuestra biblioteca,
Traduzco a Homero, escribo de mis días de entonces,
Sueño con los serrallos azules de Estambul.
Y el de Ezra Pound tiene un principio inolvidable:
Debes ir una tarde de domingo,
Cuando Venecia muere un poco menos...
Y acaba así:
En esa callejuela con macetas,
Sin más salida que la de la muerte,
Vive Ezra Pound.
El poema a Novalis parecía escrito para esta noche:
Oh Noche, cuánto tiempo sin verte tan copiosa
En astros y en luciérnagas, tan ebria de perfumes.
(...)
Noche, Noche dulcísima, pues que aún he de volver
Al mundo de los astros, deja caer un astro,
Clava un arpón ardiente entre mis ojos tristes
O déjame reinar en ti como una luna.
Hoy no tengo demasiadas cosas que contar. Me duele la cabeza desde hace varios días. Quizá podría decir que he visto a Rafael Margalé, que sigue recogiendo fotos de peirones y cruces alrededor de Aragón con su mujer Irene, que he hablado con Pedro Rújula, que está a punto de editar a Pirala y trabaja en la primera maqueta de un libro sobre Calanda, y que he conocido al joven Jorge Sancho, que está a punto de estrenar una obra para orquesta de cámara en Boston. He recibido un bonito correo de Víctor Juan Borroy, otro de Víctor Pardo, muy emotivo, de esos que te empujan a ilusionarte cada día y a buscar nuevas cosas que contar cuando ya no quieren que cuentes nada, y varios de Javier Burbano, que recuerdan su amistad con Alejandro Amenábar.
Bajo la parra, he disfrutado durante media hora de la antología En la luz respirada (Cátedra. Letras Hispánicas) de Antonio Colinas, que contiene el libro suyo que más me gusta, Sepulcro en Tarquinia, y Noche más allá de la noche y Libro de la mansedumbre. El primero se abre con esa pieza esculpida en sutileza y emoción, en alada belleza, que es Simonetta Vespucci. Es uno de los poemas que me hubiera gustado haber escrito.
Simonetta,
Por tu delicadeza
La tarde se hace lágrima,
Funeral oración,
Música detenida.
Simonetta Vespucci
Tienes el alma frágil
De virgen o de amante.
Ya Judith despeinada
O Venus húmeda
Tienes el alma fina del mimbre
Y la asustada inocencia
Del soto de olivos.
Simonetta Vespucci,
Por tus dos ojos verdes
Sandro Botticelli
Te ha sacado del mar,
Y por tus trenzas largas
Y por tus largos muslos.
Simonetta Vespucci
Que has nacido en Florencia.
Mis otras dos piezas preferidas son la de Giaccomo Casanova y la de Ezra Pound.
Casanova dice:
(...) Y yo sólo deseo salvar mi claridad,
sonreír a la luz de cada nuevo día,
mostrar mi firme horror a todo lo que muere.
Señor, aquí me quedo en vuestra biblioteca,
Traduzco a Homero, escribo de mis días de entonces,
Sueño con los serrallos azules de Estambul.
Y el de Ezra Pound tiene un principio inolvidable:
Debes ir una tarde de domingo,
Cuando Venecia muere un poco menos...
Y acaba así:
En esa callejuela con macetas,
Sin más salida que la de la muerte,
Vive Ezra Pound.
El poema a Novalis parecía escrito para esta noche:
Oh Noche, cuánto tiempo sin verte tan copiosa
En astros y en luciérnagas, tan ebria de perfumes.
(...)
Noche, Noche dulcísima, pues que aún he de volver
Al mundo de los astros, deja caer un astro,
Clava un arpón ardiente entre mis ojos tristes
O déjame reinar en ti como una luna.
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