"VICTORINOS" EN EL COSO DE LA MISERICORDIA
La primera reyerta se libraba en el cielo: el sol y la tormenta pugnaban a dentelladas sobre el coso. El poeta Alfredo Saldaña expresó un deseo: A ver si tenemos una buena corrida. Ya dentro, el crítico de estas páginas, Ángel Solís, recibió una caricia sincera: Vaya feria estás haciendo. La gente está loca contigo. Alfredo Romero, jefe del Área de Cultura de la DPZ, luce terno impecable: la fiesta debe despedirse con elegancia como si fueses a tu propia boda. .En el patio de caballos, los picadores mitigan sus nervios dando vueltas como caballistas sin rumbo y los Victorino Martín, padre e hijo, departen con un mayoral de noble estirpe. En el acceso al callejón, vemos el poema pintado de la fiesta: los colores destilados, desde el azul azabache al berenjena y al rojo. Refulgen las pedrerías con un brillo mortecino. Un banderillero hace ejercicios de calentamiento y un hilillo inicial de sudor le perla la noble cabeza rasurada. Dentro, acomodados, José Ángel Biel, Miguel Ferrer y Javier Callizo conversan y esperan desde un burladero denso de olores. Hay una impregnación grotesca de olores y se despliega un ruido que percute como una música dodecafónica. El albero es como una yacija inmensa y plana que llenará de espuramajos, de orines, de un manantial incontenible de sangres.
Cuando sale Platino, cárdeno, entendemos al toro y al torero. Es la belleza primitiva del campo con una mirada estrábica de hielo y fuego. Se alza una naturaleza humana, y a veces inhumana, de voces que increpan. La luz se ha vuelto enfermiza, como de tristeza de circo. Alguien, tras el amago de lidia, que nunca cogió ritmo, sentencia: Mucho miedo, ¿no?. El Fundi liquidó muy pronto a su enemigo y lo dejó ahí, tendido y humillado, como un perro apaleado. ¡Qué grandeza ofendida! Cuando sale Vengador levanta suspicacias su sólo nombre. Y las incrementa un picador éste ya no se parece a Fernando Botero, como el otro, dijo alguien-, al que llaman: Barrenador. Y Encabo le propone un desafío al toro: esculpe la cadencia, enerva la atmósfera de emoción (provocó el primer olé a las seis en punto de la tarde) y se hace acreedor al trofeo. Pero le quedaba un trago inesperado: cinco pinchazos. ¡Qué agonía la del diestro y la del astado! De la gloria a la nada sólo hay un paso, quizá unos cuantos segundos, y en ese tránsito también hay lugar para el patetismo y el esperpento. ¿Qué fue, si no, esa imagen de un peón apuntillando casi con delectación, hasta diez veces, a Vengador? Jaquetillo fue una bestia imposible para la prodigiosa mano izquierda de El Cid (así lo dijo el aficionado de mérito, José María Gómez). El torero, desairado por su rival, palideció y dio varios saltos leonados de supervivencia. Una señora que se parecía a la escritora Mercedes Salisachs envolvió una empanadilla en una servilleta roja y musitó: Qué miedo he pasado. Hubo murmullos que olisqueaban la tragedia. Un doble aragonés de Sandokán se mesó los cabellos y resopló: Qué respiro. El fotógrafo Cano seguía pidiendo a todos los toreros: Lleva al Victorino a los medios. Ricardo Aguín el Molinero comía pipas, y Raúl Gracia miraba el reloj. La tarde no encontraba su temple y el albero sólo recibía un pis y otro pis de puro pánico. Lejos, en el patio, como en un espejismo distante, los picadores cabalgaban sobre el tedio. ¿Qué estará pensando Victorino?. Salieron más toros, se resolvieron con filigrana algunas banderillas, pero había poco que hacer. Ni había toros manseaban, reculaban, y como mucho se sometían a un abanico intrascendente de capa- ni había diestros que fuesen capaces de encadenar una secuencia de pases o que acertasen a embarcar a la bestia en una lenta melodía de seducción. La tarde languideció de súbito. Pepa, la tasquera de San Sebastián, resumió: Éstos no han sido victorinos. Han sido alimañas. Y el fotógrafo Manuel Lozano recordó que en los años 50 había hecho en Barcelona una amorosa foto a Ava Gardner y Mario Cabré, cuando se amaban. Ya en la calle, la decepción era definitiva. El pintor Pepe Cerdá, entregada su tarea, tenía algo de boy scout que ha rejuvenecido de golpe en una fiesta triste, triste, triste
Cuando sale Platino, cárdeno, entendemos al toro y al torero. Es la belleza primitiva del campo con una mirada estrábica de hielo y fuego. Se alza una naturaleza humana, y a veces inhumana, de voces que increpan. La luz se ha vuelto enfermiza, como de tristeza de circo. Alguien, tras el amago de lidia, que nunca cogió ritmo, sentencia: Mucho miedo, ¿no?. El Fundi liquidó muy pronto a su enemigo y lo dejó ahí, tendido y humillado, como un perro apaleado. ¡Qué grandeza ofendida! Cuando sale Vengador levanta suspicacias su sólo nombre. Y las incrementa un picador éste ya no se parece a Fernando Botero, como el otro, dijo alguien-, al que llaman: Barrenador. Y Encabo le propone un desafío al toro: esculpe la cadencia, enerva la atmósfera de emoción (provocó el primer olé a las seis en punto de la tarde) y se hace acreedor al trofeo. Pero le quedaba un trago inesperado: cinco pinchazos. ¡Qué agonía la del diestro y la del astado! De la gloria a la nada sólo hay un paso, quizá unos cuantos segundos, y en ese tránsito también hay lugar para el patetismo y el esperpento. ¿Qué fue, si no, esa imagen de un peón apuntillando casi con delectación, hasta diez veces, a Vengador? Jaquetillo fue una bestia imposible para la prodigiosa mano izquierda de El Cid (así lo dijo el aficionado de mérito, José María Gómez). El torero, desairado por su rival, palideció y dio varios saltos leonados de supervivencia. Una señora que se parecía a la escritora Mercedes Salisachs envolvió una empanadilla en una servilleta roja y musitó: Qué miedo he pasado. Hubo murmullos que olisqueaban la tragedia. Un doble aragonés de Sandokán se mesó los cabellos y resopló: Qué respiro. El fotógrafo Cano seguía pidiendo a todos los toreros: Lleva al Victorino a los medios. Ricardo Aguín el Molinero comía pipas, y Raúl Gracia miraba el reloj. La tarde no encontraba su temple y el albero sólo recibía un pis y otro pis de puro pánico. Lejos, en el patio, como en un espejismo distante, los picadores cabalgaban sobre el tedio. ¿Qué estará pensando Victorino?. Salieron más toros, se resolvieron con filigrana algunas banderillas, pero había poco que hacer. Ni había toros manseaban, reculaban, y como mucho se sometían a un abanico intrascendente de capa- ni había diestros que fuesen capaces de encadenar una secuencia de pases o que acertasen a embarcar a la bestia en una lenta melodía de seducción. La tarde languideció de súbito. Pepa, la tasquera de San Sebastián, resumió: Éstos no han sido victorinos. Han sido alimañas. Y el fotógrafo Manuel Lozano recordó que en los años 50 había hecho en Barcelona una amorosa foto a Ava Gardner y Mario Cabré, cuando se amaban. Ya en la calle, la decepción era definitiva. El pintor Pepe Cerdá, entregada su tarea, tenía algo de boy scout que ha rejuvenecido de golpe en una fiesta triste, triste, triste
3 comentarios
Mara Nurez -
Sólo me falta ver al personal con la peineta y el puro. Estoy harta de que se vea el maltrato animal como algo poetico, en lugar de una desverguenza.¿Cuánto tiempo hace falta para entender que el dolor es dolor, y que no hay nada bello en idealizar la muerte de un animal?
Francamente,
he retrocedido un montón de años leyendo este artículo.
Falsa modernidad.
Mara
Querido Fernando: -
Fernando -
Burdo es un matadero, sin embargo una plaza de toros se torna excelsa a ojos de muchos.
Nos deleitamos en el refinamiento del dolor y la muerte.
No solo en las plazas de toros, en cualquier ámbito.
Un disparo no atrae a nadie. Una ejecución pública y ceremonial tiene una audiencia masiva. (Sino vease el índice de descargas en internet de las decapitaciones de Iraq).
¿Por qué ese deleite en el ritual de la muerte?
Quiza sólo seamos (el más oscuro de los )animales.
Saludos.