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Antón Castro

DE ISAK DINESEN Y ALBERTO CALVO

Acudo a Librería Antígona, nuestra librería favorita, regentada por dos de mis libreros preferidos: Julia Millán y José Fernández Moreno. Ellos forman parte inseparable de mi biografía aragonesa: los conocí hace más de veinte años. Hay muchas novedades, veo pero no compro uno de mis autores de cabecera en los años 80: “Cuentos de invierno” (Alfaguara) de Isak Dinesen, la mujer que me permitió iniciar mis colaboraciones literarias en “El día de Aragón” en 1986. Tengo magníficos recuerdos de esa escritora: todo comenzó con “Ehrengard”, que había traducido Javier Marías, y con un prólogo prodigioso de Mario Vargas Llosa a su libro (creo recordar ahora) “Últimos cuentos”, que había publicado Bruguera. Luego ya se produjo la fascinación absoluta por “Lejos de África” y “Sombras en la hierba”, antes de que se hiciese la película de Sydney Pollack, y por un libro memorable: “Anécdotas del destino”, donde están piezas como “El festín de Babette” o “Una historia inmortal” que rodó Orson Welles en España con Jeanne Moreau. Nada menos. Esa pieza contiene muchos de los ingredientes literarios y narrativos que han marcado mi modesta y casi invisible obra literaria. Miré ese ejemplar de reojo, y mi codicia libresca me habría llevado a adquirir de nuevo “Cuentos de invierno”, donde hay algunas piezas que fueron calificadas alguna vez entre las “mejores escritas nunca en lengua inglesa”.

Isak Dinesen fue elogiada por el citado Vargas Llosa, claro, pero antes por Arthur Miller, Julio Cortázar, que le dedicó un poema, y por Ernest Hemingway, que tuvo un maravilloso detalle cuando recibió el premio Nobel de Literatura: “Este galardón debiera ser para Isak Dinesen. Me habría gustado cazar tigres con ella en África”. Isak Dinesen, más conocida como Karen Blixen o Tanne, fue una mujer admirable que se alimentó de ostras y champán, que vivió en una casa prodigiosa y que siempre amó a aquel aviador decadente, Denys Finch-Hatton, muerto en un accidente en las colinas de Kenya, allí donde acudían los leones a evocar un pasado amor con música de Mozart, un pasado amor excitado por las frenéticas tormentas.

Contagiada por su marido de sífilis, estuvo inválida para el sexo, aunque tuvo una especie de joven amante o fanático seguidor, al que más de una vez amenazó con una pistola. En Hollywood fue muy comentada aquella cena con Marilyn, Carson McCullers (que perseguía por los hoteles a Djuna Barnes, desesperada de amor) y Miller. Marilyn y Dinesen se miraron y en aquella mirada saltaron chispas.

Compré otras cosas. Por ejemplo, un libro sorprendente e interesantísimo como “El arqueólogo Juan Cabré (1882-1947). La fotografía como técnica documental”, publicado por el Ministerio de Cultura, entre otras instituciones, donde hay fotos extraordinarias, de sorprendente modernidad. Y José Antonio Duce, cuando caía la tarde, tuvo un detalle precioso: me regaló su monografía de tres kilos y medio del Pilar. Estoy encantado. Ahora está trabajando en otro de La Seo. Este hombre, como habría dicho Roberto Miranda (a quien pasee en furgoneta desde Pedrola a Zaragoza, el viaje que no hizo Cervantes), es un puro sinvivir. Lo llamo ahora mismo para darle las gracias.

Y a todos os deseo una noche maravillosa, transida de ternura, locura y acción, una noche para guardar en esa estancia de la memoria donde las cosas se quedan para siempre y alimentan los tesoros de la memoria.

ALBERTO CALVO: EL HOMBRE QUE SE RIÓ DE SÍ MISMO

Alberto Calvo es un turbión de intuiciones. Un torbellino andante, un temblor de iconoclastia. Abre la boca, lleve o no bajo el brazo la recopilación “Pa qué tanto” de su alter ego Supermaño, y dice: “¿Habrá agua caliente en Orense?”. Y así establece el clima del diálogo y dibuja el perfil de su humor. “¿Sabes una cosa? La primera vez que apareció Supermaño fue en el ‘Diario Vasco’ hacia 1985, en un suplemento de fanzines, Cuando iba a aparecer la segunda entrega, me dijeron: ‘Tú eres maño y tenemos que sacar a los humoristas de aquí’. Supermaño surgió por casualidad: al principio era un personaje íntimo, sólo para mí, pero en cuanto empezó a conocerse un poco era el que llamaba la atención. Y como a la fuerza ahorcan, tuve que darle más vida”.
Explica Alberto Calvo que él nació en la Jota, que iba a la escuela de la Jota, que paseaba por calles con nombres de joteros, y que además “como las jotas eran tan aburridas para una persona joven, mi hermana y yo subíamos y bajábamos el volumen del tocadiscos, acelerábamos las revoluciones y gritábamos ‘oé, oé’, y así nació este personaje satírico y satirizable, que acabaría pasando al Víbora. Yo intento ser satírico hasta donde me alcanza la imaginación, me meto con todo y si es un poco sagrado, mejor. Recuerdo que cuando empecé a colaborar en ‘El Jueves’ me dijeron: ‘Con la religión no te metas’. Sin embargo, uno de mis primeros éxitos fue aquel de un pescador que está pescando en el Ebro, y que se concentra al máximo y ruega en silencio que no haya ruidos que le entorpezcan la pesca; de golpe se produce una aparición con sonidos y luces. El pescador dice: ‘Aparta bicho que me espantas a los peces’. Muchos identificaron aquella aparición con la Virgen del Pilar”. De repente, se da cuenta de la música de fondo, bastante insoportable, y dice: “Con esta música me ocurre como con aquella que pusieron en el metro de Barcelona, acompañada además de cierto olor a rosas. Al final, nadie quería coger el metro porque las rosas y la música invitaban al suicidio. Pues aquí, igual. Siempre me he preguntado por qué le gustaba Wagner a Luis Buñuel. Pues porque es una música patética y ahí reside el secreto del humor”.
A pesar de su carácter satírico, Alberto Calvo matiza: “Yo me meto con las actitudes, nunca con las personas. Lo que es exagerado es caricatura en sí misma, pones algo fuera de contexto y si hace reír, eso es el humor. Pero yo tengo claro que la crítica empieza por la autocrítica. ¿De qué te puedes reír? De la falta de sustancia general, pero sobre todo mis viñetas son parodias de mí mismo. Yo cuento cosas que me pasan a mí: reírme de mí mismo es la base de mi humor; reírse de los demás, no es humor, es mala fe. Me agarro a los tópicos para destruirlos. Un ejemplo: aquello del ‘Chufla, chufla’ y el progreso. Y también me agarro a la mitología porque explica muy bien los tópicos. El humor es una reducción constante al absurdo”.
Alberto Calvo es un creador extraño. Lo mismo escucha a Philip Glass o Kurt Weill, que pasea bajo el brazo el libro “Aragón en el mundo”, textos sobre la perversión del lenguaje, o cita de memoria un cuento de Kafka. “Mi humor, lleno de surrealismo aragonés, se inspira en lo universal, y lo universal está en lo cotidiano, por eso me importan las vivencias. La experiencia es como echar carbón al tren de las ideas y del ingenio. La forma de expresarse es muy importante, somos palabras, silencios y miradas, y siempre buscamos una originalidad imposible. Pienso en los chimpancés, que tienen mirada de hombres. Es como si nos dijesen: ‘Sacadme de aquí. ¿Quién me ha metido en este cuerpo?’. Yo valoro las cosas sencillas, como puede ser el diálogo interior”. Sostiene Calvo que la filosofía del aragonés es la de “los pies en la tierra”, lejos de la fantasía. Aquí se teme a la lluvia, al pedrisco, a las pozas del río, pero “no somos los aragoneses fantasiosos. Y ahí estoy yo también, aunque no sé si lo he sabido hacer muy bien. Mi destino es casi patético: he hecho muchas cosas, incluso cursos de soldadura. Voy a empresas de trabajo temporal a ver si me cogen, y tampoco. Supongo que me habré equivocado en esa filosofía de los pies en la tierra. Y le digo otra cosa de mi sentido del humor: la humildad es el punto de vista desde el cual hay que colocarse, y no siempre es fácil saber hacerlo”.
Alberto hojea las páginas de “Pa qué tanto (El libro)” de Supermaño, prologado por Guillermo Fatás, y dice: “Hay que apoyar a esta editorial Tomoshibi, de Zaragoza, y recordarles a nuestros gobernantes que en este proyecto hay política y cultura, y también otra cosa llamada empresa. Vivimos la vida del cursillo y del tiempo, y hay que comer, hay que comer. Yo no soy un snob: me inspiro en mis propias limitaciones. Hago mis dibujos con economía, sentido de la síntesis y con el deseo de que sean agradables a la vista”. Antes de despedirse, dice que a veces tiene la sensación de ser de otro sitio, de haber caído aquí y de haber olvidado el código. Y ya en la calle, imita el gallego, como hizo durante años con Faemino, y pregunta: “¿Está seguro de que en Orense hay agua caliente?”. Alberto Calvo, Supermaño, genio y figura. “Ah, no te olvides de contarlo: el libro se presenta el día 30 en la librería Taj Mahal”.

2 comentarios

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For evil news rides fast, while good news baits later.

calvo -

antoniiiiinho,este articulo esta mas acabadiño. un saludo.
calvo