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Antón Castro

SOROLLA, FELLINI Y JOAQUÍN ARIZA

He vuelto a incrementar mi patrimonio bibliográfico. Quedo con Daniel en “Trafalgar”, que ha pasado un largo rato de tertulia con Fernando Sanmartín (insisto, con absoluta sinceridad: leed “Viajes y novelerías”, otra conquista de su estilo breve pero cada vez más diáfano y más narrativo), cenamos un poco (un delicioso bacalao) y hablamos de la familia. Es el tema ideal de estos días. Luego, tras un instante de incertidumbre, vamos al “Babel” donde esperamos encontrarnos con los halcones, pero no están, y antes de volver a casa ya, es casi medianoche, nos damos una vuelta por el Vip’s. Daniel, que se marcha el domingo a París y luego a Evreux, tiene que hacer un regalo a una joven artista australiana y le recomiendo un precioso libro de diseño gráfico. Es la primera adquisición. Me encantan las oportunidades del establecimiento, al que soy un adicto total.

Luego, revolviendo aquí y allá, me encuentro con un libro de Sorolla, “La magia de la luz” (Libsa, 2005. Sí, así, 2005), escrito por Begoña Torres (historiadora del arte y director del Museo Romántico de Madrid), un auténtico libro biografía-catálogo de 400 páginas y lo compro. Pensé en Pepe Cerdá, que siempre pondera mucho la obra del pintor valenciano, y decidí: o ahora o nunca, me dije. La calidad de las reproducciones no está nada mal, y disfruto mucho porque el libro establece una cronología del artista, tiene una larga introducción de contexto, donde pone a Sorolla en relación con otros artistas, intelectuales y filósofos, entre ellos Nietzsche, nada menos. Y la última parte, se titula “El pintor y su obra” y es una suerte de antología comentada de 200 páginas de cuadros de gran fuerza luminosa, de admirable sentido de la composición, de atmósfera, de uso magistral del pincel. Leo que trabajaba mucho a partir del natural pero que también poseía abundante material fotográfico. “Es verdad que Sorolla pintaba casi siempre del natural y, al realizar sus cuadros de playa, tenía ante él a sus modelos, generalmente muchachos a quienes pedía que, mientras él pintaba, jugasen, nadasen y moviesen con libertad cerca de la orilla del agua. (…) Muchos [pintores] llegaron a la conclusión de que la mejor expresión del mundo real debía surgir de la utilización de la cámara sin prejuicios, de forma casi instantánea, sin recurrir a elementos externos, y esto supuso el nacimiento de un nuevo lenguaje artístico, independiente de la tradición, que influyó decididamente en la manera de percibir y concebir la pintura”.
Entre sus retratos, me impresiona el de Cajal, que está en la Diputación General de Aragón y ha sido fechado en 1906, y el de Vicente Blasco Ibáñez, que evoca a Joaquín Costa no si con una gruesa pluma o un puro en la mano. Y especialmente feliz es "Retrato del pintor Aureliano de Beruete", que trata de "plasmar la riquísima personalidad del personaje" con una incuestionable calidad velazqueña. Las secuencias de marinas son sencillamente espléndidas: dinámicas, restallantes de fulgor, evocadoras y gozosas. Y a modo de despedida del volumen me quedo con ese cuadro de manchas insinuadas, casi despintado, en cierto modo impresionista, que es “La siesta”. Este cuadro refleja perfectamente lo que es un pintor, lo que es un artista; en cierto modo, si me permite decirlo así el maestro Cerdá, refleja qué es la pintura. Espero que el pintor de historia, el defensor de Moreno Carbonero y su espléndido cuadro “El Príncipe de Viana” se asome a este blog por vez primera para desautorizarme. O para enviarme un abrazo, que nos despedimos del 2004.

Continué con mis compras. Hace meses, quizá uno o dos años, que he querido adquirir la monografía “Federico Fellini” (Rizzoli, Nueva Cork, 1995), editado por Lietta Tornabuoni. Al final lo hago, y debe ser ya el tercer o cuarto volumen singular que tengo de Fellini. Bien se ve que soy un enfermo. Es un libro donde hay un poco de todo: fotogramas de películas, cartas, storyboards, dibujos del artista, carteles, y en la parte final, tras esa foto de Fellini y Begnini, se recoge un conjunto de dibujos a color, de inspiración erótica, semejantes algunos a los que vimos hace un par de años en e Festival de Cine de Huesca.

Mi pasión es la fotografía. Rara vez hojeo libros de desnudo, salvo que vengan avalados en la portada por grandes fotógrafos que me resultan indiscutibles, conocidos o que me suenen vagamente. De repente, me encontré con la edición bilingüe de “Desnudos / Nudes” (Instituto Monsa de Ediciones, 2004) de Joaquín Ariza, a un precio muy asequible. Las fotos, explícitas en todos sus términos, gobernadas por un admirable sentido de la composición y un agudo contraste, son excelentes: variaciones sobre el cuerpo, y el cuerpo aquí quiere decir culos espléndidos, pubis, talles, escorzos voluptuosos, pechos con sus aguzados pezones, bosques de vello, escotes impregnados de humedad o sudor o gotas de lluvia, miradas llenas de fuerza, magníficas texturas donde la luz y la sombra pugnan sin complejos; por haber hasta hay una serie vinculada al sadomasoquismo.
Joaquín Ariza cuenta una historia, si se puede decir eso de su elegante y sólida propuesta visual, de seis mujeres: Sandra, Alexandra (tal vez el reportaje más logrado), Shyl, Celia, Maido y Eva. Quise saber algo más del fotógrafo, y me quedé maravillado, fascinado y encantado (no voy a rectificar tanto ripio junto), al leer lo siguiente: “Nace en Zaragoza. A los 17años empieza a trabajar en el campo de la fotografía como técnico de laboratorio, en 1992 se traslada a Barcelona donde trabaja como asistente de Ricardo Miras. En 1996 inaugura su propio estudio. En la actualidad colabora con Grupo Zeta y trabaja para diversas agencias de publicidad”. Unas páginas más atrás, aparece su nombre completo: Joaquín Ariza Andolz. Qué gran hallazgo, qué agradable sorpresa para mi libro “Los fotógrafos”…

Son las cuatro y veinte de la mañana. Vuelvo de pasear a Noa en una noche que me ha recordado a Galicia: la luna estaba demediada en el cielo y el chicotazo del viento agita las ramas. Pienso en los sagrados bosques de Galicia con su música de hojas vencidas por la brisa y el temporal. Mientras la perra corretea, repaso la vida de un extrañísimo genio, la de Raymond Roussel (1877-1933), el autor de “Impresiones de África”, del que quiero hablar en los próximos días…

7 comentarios

Roberto -

Siento decirte que la calidad de las imágenes del libro de Sorolla que comentas es pesima. Están tomadas de otros libros. Si te interesa la relación de Sorolla con la fotografía debes de leer el catálogo "Sorolla y la otra imagen" donde se analiza seria y documentalmente dicha relación.

Querido Pepe: -

Mil gracias por haberte asomado a este blog. Si esto no es felicidad...

A Babélico -

Tienes razón,anónimo babélico. Lo más gracioso, o patético como creo que tú dices a veces, es que ni siquiera se nos ocurrió llamar. Feliz año, querido. Un abrazo.

babélico -

¡tus textos están muy bien!
¡y qué gran invento es el teléfono móvil! si se utiliza, claro
feliz 2005!

Pepe Cerdá -

Mi queidísimo Antón.
Suscribo todas y cada una de las palabras que le dedicas al Gran Sorolla.
Envidio el reencuentro de Daniel con la jóven pintora Australiana (perdón, que antiguo soy, quería decir artista)a la que supongo, no sé porqué, pelirroja y con rizos.

Anónimo -

Es un bonito día para encontrarse. Feliz año 2005, felices años sucesivos a la luz de Sorolla.

desordenada -

Tomo nota de todos los libros, en especial del de Sorolla... Acabo de encontrarte, feliz año.