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Antón Castro

UN INOLVIDABLE GOL DE CANARIO

UN INOLVIDABLE GOL DE CANARIO El pasado martes, durante la presentación de “El temblor de la realidad”, la exposición de 40 años de fotos de Antonio Calvo Pedrós (calle Canfranc. Sala Multicaja), vino un legendario jugador del Real Zaragoza: Canario. Aquel extremo que alternó su puesto con Garrincha en la selección de Brasil, que reemplazó a Kopa en el Real Madrid y que vivió sus mejores días en el Real Zaragoza, formando la mítica delantera de “Los cinco Magníficos” con Santos, Marcelino, Villa y Lapetra. Y en ocasiones con su paisano Duca y con el peruano Sigi, conocido como “La octava maravilla”. Canario, ya retirado del fútbol, ejerció diversas profesiones, casi siempre vinculado a la hostelería. Es un tipo entrañable, humilde y dulce, como tuvo ocasión de comprobar su admirador Pepe Melero.

A mediados de los años 80 era camarero en el bingo Zapata de la Avenida de Madrid y yo trabajaba en los bingos de Ajusa, en Reina Fabiola, en Ávila y en Santa Inés indistintamente, era cajero y a veces tenía que ejercer de jefe de sala, que era para mí un auténtico suplicio. Teníamos un estupendo equipo de fútbol sala: en la portería jugaba el hijo de Santamaría, central del Real Zaragoza de la época de “Los Magníficos”; en la retaguardia un chico de cuyo nombre no me acuerdo (y ya lo lamento, porque era encantador) y yo por la izquierda; arriba, Carlos Cucalón, que tenía un hermano gemelo al que yo siempre confundía con él, y Juan Carlos Vera, que se había hecho un famoso goleador en el fútbol modesto en las filas del Juventud. Jugábamos todos los jueves en el Polideportivo Saldaba, y a veces en Utebo. Éramos prácticamente invencibles.

Siempre recordaré un partido contra el bingo Zapata. De repente, con 50 años a su espalda, vi que Canario jugaba con ellos. Era como un colibrí o una ardilla escurridiza. En un lance del juego, con ligera ventaja para mí, me percaté de que Canario penetraba hasta la portería; salí a cortar, iba a darle al balón –hubiera llegado porque entonces corría todos los días de diez a doce kilómetros en el parque del Tío Jorge y hacía cada tanda de 1.500 más rápida que la anterior; hacía el kilómetro a una media de 3.40 y estaba delgadísimo. Sé que esto parece una batallita, pero no lo es-, Canario realizó un amago maravilloso de cintura, insistió en el culebreo muy cerca de la línea de fondo, pero aguanté sobre el parqué como quien espera que el rival adelante un poco el balón, en este caso, sinceramente, para no dañarle en un corte expeditivo. No me atreví a despejar por miedo a lastimarlo, sostuvo un momento la finta, la apuró con su viejo y prodigioso sentido del malabarismo, y acabó marcando un gol, que mereció el aplauso de sus muchos compañeros.

Uno de los míos, tal vez Juan Carlos Vera, el rubio, gritó: “Antonio, que no es tu padre. Que es tu enemigo”. Ganó el bingo Zapata por 7-6 y esa noche, es la pura verdad, puse 5.000 de más en un premio. Aquel mes hube de quedarme sin libros; Pepito de Muriel podría contarlo. El martes le conté esto a Canario, que ya no recordaba nada. “Bueno, ésos eran los tiempos de María Castaña. Han pasado más de veinte años. ¿Cómo voy a acordarme de un amistoso entre bingos?”, me dijo. Yo todavía no puedo quitármelo de la cabeza. Me consuela pensar que a veces es bonito perder ante uno de tus ídolos.

2 comentarios

Cide -

En este blog se descubren cosas increíbles: La delgadez de Antón, sus fabulosas marcas atléticas, la "capacidad goleadora" del envidiado Luis Alegre,...

Oyéndote contar estas cosas de este modo me entra complejo de ser mediocre.

Javier -

Es bonito comprobar la pasión con la que cuentas un lance del partido con tu ídolo después de veinte años. ¡Bravo, Antón!