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Antón Castro

CRONICA AGRIDULCE DE FÚTBOL BASE O LA MAÑANA DE TIRILLAS "GARRINCHA"

A las seis y media de la mañana sonó el reloj. Aún no me había pasado uno de esos dolores de cabeza que me sacuden a diario. Mi combate con la migraña es permanente y rara vez gano yo. Jorge y Diego jugaban demasiado temprano y casi a la misma hora. Diego empezaba su choque con el Colegio El Salvador a las nueve. Lo llevé a la concentración de las ocho, y luego dejé a Jorge en el estadio del Ebro Deportivo, cerca de la casa de Mariano Gistaín, cerca de ese campo que tanto nos gusta, a la orilla del río, donde jugamos de vez en cuando con la pandilla local contra los integrantes, un tanto desaforados, del continente africano, quiero decir los nuevos zaragozanos que tanta alegría y promesas de futuro contagian. Cuando llevaban cinco minutos, llegué al campo de los jesuitas. Pronto se vio que los locales no parecían rival para los muchachos del barrio. Garrapinillos vestía de rojo; El Salvador de azul; ambos llevaban los calzones blancos. El entrenador Manuel hizo un cambio estratégico: le dio a Adrián Serna –qué maravillosa planta de jugador, qué pugnacidad, qué zancada la suya- galones de delantero centro puro, y lo rodeó de Mario Martín, en la mediapunta, con toda la libertad de movimientos, colocó a Tirillas “Garrincha” –José Ángel en casa- pegado a la banda derecha, donde es letal y vertiginoso como el rayo, a Alex Velilla de extremo izquierdo, y a Diego de mediocentro de ataque con capacidad para desdoblarse, como si fuera el quinto delantero, el invitado especial en los ataques. En el marco, Miguel Ángel Ganoso, que a veces sale un poco precipitado y abusando de su imponente complexión, como si fuese a una cita a ciegas, pero siempre está espléndido, y una línea de cuatro con Alfredo, Víctor Luna, nuestro búlgaro Laser y Langarita; el lanzallamas David ejercía de medio centro defensivo y de bombardero. No iba a ser su jornada.

Pronto se vio que este equipo con ínfulas de campeón –el otro día, el entrenador del Monzalbarba le lanzó este elogio: “Sois el equipo de la Liga que mejor juega al fútbol”. Lo dijo, eso sí, tras vencer apuradamente por 3-2- iba a adueñarse de la situación. Serna, más cómodo en los territorios del segundo punta, avanzaba como un corcel; Mario Martín desplegaba su carrocería de lujo, su esfuerzo vehemente, por todos los rincones, y Tirillas “Garrincha”, con ese aspecto de tigre dormido que se despereza de cuando en cuando, quebraba a quien hiciese falta, y así, rápido y templado, magistrales el culebreo, marcó dos golazos, fueron la seca culminación de su estética. Diego robaba y llegaba al área, hizo dos excelentes jugadas y de una de ellas llegó el tercer gol. Así acabó la primera parte, 0-3 para el Garrapinillos. En la segunda mitad, los visitantes parecían algo sondormidos en los primeros minutos, redujo distancias El Salvador con un penalti que sonó demasiado claro si tenemos en cuenta el estrépito de las botas y del patadón a destiempo; pero luego aumentó su ventaja el Garrapinillos de nuevo penalti, mediante un disparo de Pirri, y el equipo inició otra mañana de fútbol desmelenado. Tirillas se empeñó una y otra vez en corroborar el parentesco que le he puesto en este blog: realizó internadas soberbias, regates hacia fuera y hacia dentro de maestro, y corrió con la velocidad de un campeón de 100 metros lisos. En la banda, me dijo un padre: “Dile a los tuyos que no le manden más balones a ése, al siete”. Pero el siete embriagaba la mañana ventosa y soleada con su gambeteo, con su ambición, con un inventario constante de zigzagueos y carreras. Diego debió marcar en un trallazo casi a bocajarro que el portero detuvo en extremis, Mario se hartó de atacar sin fortuna final y Adrián Serna se hallaba un tanto incómodo al atacar desde la misma zona de peligro. Fue un partido perfecto del Garrapinillos, que, incluso, se permitió el lujo de despilfarrar ocasiones absolutamente clarísimas, por indecisión, por mala suerte o quizá porque no acuciaba el temor a la derrota. Felicité a Diego por el 1-4 y porque me impresionó su derroche de esfuerzo, su sentido coral del juego, su entrega, incluso su vehemencia defensiva. Para burlarlo hay que burlarlo hasta el fondo, dejarlo inerme, sino reacciona como el hurón. No sólo es mi hijo, y ahí uno está desarmado por el cariño, sino como mi proyección del fútbol sobre el campo. Yo me coloco en la esquina contraria al entrenador y me paso la hora y media dando indicaciones a mis chicos, a todos mis chicos, que lo son, con absoluto entusiasmo. Sólo a ellos, ni me interesa el rival (me interesa como a la masa al que hay superar en estrategia, buen juego y ambición) ni el árbitro. Le reprocho siempre a Diego que no mejore en el golpe seco del balón, pero está en ello. Eso me ha prometido.

Al final, mientras esperábamos a los chicos, hablamos del partido con los padres y conté una anécdota de Garrincha, “la estrella solitaria”, que también le conté a Mariano Gistaín ante unas cervezas. Un entrenador le decía siempre a su lateral izquierdo. “Oye, Negro, Garrincha siempre hace lo mismo: amaga hacia la izquierda y sale como una bala hacia la derecha. Es fácil pararlo. Ya sabes lo que va a hacer: finge el engaño hacia la izquierda y corre por la derecha”. El jugador, durante la primera mitad, adivinaba lo que iba a hacer Garrincha pero siempre lo desbordaba. En el descanso, el entrenador, exasperado, se lo volvió a recordar. Y al final, el lateral le hizo una pregunta sensata: “De acuerdo, míster, ya sé lo que va a hacer. Pero, ¿sabe en qué momento?”. El entrenador se quedó sin palabras.

A Jorge volvieron a irle las cosas mal. Primero, tras seis jornadas ininterrumpidas de titular, volvió al banquillo y jugó sólo la segunda parte. No llegué a verlo más que corretear un poco por su zona de extremo izquierdo. Me dijeron que el San Gregorio había jugado bien, especialmente en la reanudación, pero no logró marcar. Sí marcó el Ebro dos goles, el último en los dos o tres últimos minutos. Le pregunté a Jorge cómo había ido todo: “Mucho mejor que el pasado sábado en lo personal, incluso tiré al larguero, pero mal en conjunto”. El San Gregorio, que cambió de entrenador por estas en la primera vuelta, se ha hundido y ya coquetea con el descenso. Falta lo mejor y lo peor: lo peor es el peligro constante, la ubicación en el abismo; lo mejor, es que los rivales son un poco más asequibles y algunos de ellos se les ha podido ganar antes y ojalá que también ahora porque es verdaderamente imprescindible. Es decir, la mañana del sábado me dejó una sensación agridulce, pero manda la victoria de Diego. El Garrapinillos sigue mirando hacia el cuarto puesto. Y de Jorge –al cual le he visto hacer cosas extraordinarias todos estos años. Y no hay desmesura en ello, ni pasión paternal tan sólo. Un padre, el mecánico del barrio, el padre de Mario Martín, Eduardo, siempre me dice: “Ese chico tiene un don”- siento una gran melancolía porque no acaba de aparecer. Parece instalado en un rubicón futbolístico particular. Me despido aquí porque la crónica se ha quedado un poco larga. Adiós.

2 comentarios

Anonimo -

Yo también estoy triste por Jorge, pero confía en él.
Ten por seguro que su don reaparcerá, no sé cuando, pero en menos de dos sábados volverás a verle como el mejor. Lo conozco bien, estoy seguro de que terminará demostrando porque es quién es.

Anónimo -