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Antón Castro

LA FOTO IMPOSIBLE DE DOS ÍDOLOS

LA FOTO IMPOSIBLE DE DOS ÍDOLOS A veces ocurren cosas. Por ejemplo: sales de la redacción porque estás sin coche y tomas un taxi para coger el último autobús de Garrapinillos. Y el taxista, que se llama Jesús, te dice que no ha oído la retransmisión del Real Zaragoza que jugaba en el Prater con el Austria de Viena pero que sabe que ha obtenido un buen resultado: empate a uno. Y te explica que no ha podido oírlo porque a esa hora tenía una de sus clases de baile en la Casa de Valencia. Va una vez a la semana con su mujer, y te explica que los dos bailan muy bien. “Se aprende, se aprende, pero nosotros somos bailarines en las fiestas del pueblo, y eso se nota”. Asegura que en esas clases se puede mejorar, pero que es necesario tener algunas nociones y que, sobre todo, es imprescindible tener sentido del ritmo. El trayecto era demasiado corto, por eso no le dio tiempo a explicarme su método, ni qué tipo de música usaba para bailar, pero sí me dijo que a veces había piques con la mujer: quién se ha equivocado en este paso, quién se ha precipitado. Me imagino que las disputas serán más con la mirada que a grito pelado. Y cuando me iba y me dijo su nombre, retuvo un momento su coche, abrió la puerta del copiloto y exclamó: “Puede decir que mi mujer fue la primera en Zaragoza en recibir un trasplante de corazón”. Avancé hacia el autobús con la sonrisa en los labios pensando en esa mujer que tiene una nueva vida y un nuevo corazón, y lo enseñorea mientras se deslíe la música a ritmo de tango.

A veces ocurren cosas. Casi todos los jueves, me llama Pepe Melero, siempre sensible a “Artes & Letras”, siempre entusiasta, y quizá también de los que más sufren por la pérdida de cuatro páginas. Es la persona que me anima constantemente: si uno anda alicaído e inseguro, no hay problema, él lo intuye desde el otro lado del hilo y empuja, empuja, hasta que el ánimo se enardece. Pepe es uno de esos inesperados hermanos que te regala la vida en otra casa y de otros padres. Como Mariano, como Luis Alegre. Como con ellos, con Luis y Mariano, y con Manolo Pizarro y con Honorio Romero. Luis apareció algo tarde, encontró un hueco para tomar café entre una de sus constantes reuniones y su presencia en la radio, al lado de esa novia ideal que se llama Concha García Campoy, nuestra diosa en las ondas, esa voz que nos lleva de extravío por los pantanos del sueño.
Hablamos de mil cosas, siempre entre risas, nada trascendentales, de recuerdos que a lo mejor nos hemos contado antes. Incluso rivalizamos un poco con Honorio Romero acerca de algunas alineaciones –la de Polonia del 74: Tomazewski; Szymanowski, Gorgon, Zmuda, Musial; Kaspersack, Masnyck, Deyna; Lato, Szarmach y Gadocha; recordamos la de Brasil 70: Félix; Carlos Alberto, Piazza, Brito; Clodoaldo, Everaldo; Jairzinho, Gerson, Tostao, Pelé y Rivelinho; la de Alemania 74: Maier; Vogts, Swarzenbeck, Beckenbauer, Breitner; Höennes, Bonhoff, Overath; Grabowski, Müller y Holzenbein, y ya vale, amigo Pepe Melero, que supongo que eso así dicho de corrido y sin la enciclopedia te pone un poco nerviosillo, lo sé…-, llamamos a Labordeta a Madrid para felicitarlo por su cumpleaños: 70. Y va Luis y recuerda una memorable anécdota que le sucedió hace unos días en el Santiago Bernabéu, en la aciaga jornada de Losantos Omar. Luis y Labordeta habían sido invitados al palco en el choque entre Madrid y Zaragoza por Merche Gallizo, nuestra embajadora en la capital como Directora General de Prisiones. De repente, se enteró Pepe Melero, llamó a Luis Alegre y le dijo: “Luis, yo he tenido dos ídolos en esta vida: Labordeta y Pelé, y hoy van a estar en el Bernabéu. Te pido un favor: quiero que les hagas una foto a los dos juntos”. En el palco del Bernabéu estaban Labordeta y Pelé bastante juntos, pero no lo suficiente. La foto no era fácil. Luis, que es amigo íntimo de Luis Figo y por tanto un pícaro y un amante del instante decisivo, incluso en fotografía, empezó a pensar cómo podía cumplir el encargo que le había hecho su amigo, un encargo que era también un sueño de adolescencia. Calculó el momento en que, al final del choque, Pelé se pondría a la altura de Labordeta. Calculó las distancias, el foco, compuso mentalmente la foto de su vida: dos mitos encerrados en el objetivo para siempre. Y en efecto, tal como había sospechado, Pelé, con sus protectores, salió un instante antes de que se consumase la injusta victoria de los merengues. Se situó en el lugar adecuado y comenzó a soñar: Pelé y Labordeta aparecerían en el mismo encuadre. Así iba a ser. Pelé avanzó, Labordeta se irguió y Luis apretó el enfoque automático, y justo en ese instante apareció Diego López Garrido que se acercó al “Abuelo” Labordeta y obstaculizó el campo de acción del fotógrafo. Luis, contrariado, disparó igualmente, y en la memoria de su cámara quedó el gran cabezón de López Garrido, el colodrillo de Labordeta y un fragmento de oscura testa del hombre que marcó más de mil goles: Edson Arantes do Nascimento. Lo único que no sé es si Pepe Melero tiene esa foto y la ha enmarcado, o si ha construido una montaña de odio hacia López Garrido.

Intenté aliviar levemente a Luis Alegre –tan pícaro como Luis Figo, gambeteador insaciable- con otra anécdota reparadora: hace unos días Antonio Calvo Pedrós me regaló dos fotos para el bibliófilo Melero: aquella en que Pelé está con Violeta (que quizá sea el tercer héroe que rivalice con Pelé y Labordeta) y con Carriega en La Romareda en el verano del 74, y otra foto de los dos “pelés” del momento: el pelé negro e irrepetible, el diez formidable del Santos y de Brasil, y el “pelé blanco”: Saturnino Arrúa, aquel interior paraguayo que jugaba al fútbol como los ángeles y que acaudilló el formidable conjunto blanquillo de la temporada 74-75 que fulminó al Real Madrid el primero de mayo por 6-1. Nada menos.

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