CARTA DE MAURICIO WIESENTHAL
Decía hace un instante que a veces ocurren cosas, auténticos latigazos de sorpresa. En Barcelona tengo amigos a los que no he visto nunca, amigos secretos con los cuales establezco un lazo no revelado, un vínculo de admiración y de cariño. Me sucedió con Joan Perucho, al que conocí casi al final de sus días en Andorra la Vella; me sucedía con Miquel Marti i Pol, lo había leído mucho, lo había cantado siguiendo las modulaciones de Lluis Llach I amb somriure, la revolta
-, y un día lo vi también en Andorra junto a su joven esposa que parecía un arcángel protector y cuidadoso que le había enviado el cielo; me sucedía con Néstor Luján, al que veneraba por sus múltiples trabajos y libros, y por una serie que ha marcado mi vida: En la cabecera de los protagonistas de la Historia.
Desde hace muchos años, tengo un amigo oculto, invisible, lejano, como un pariente que anda por ahí: Mauricio Wiesenthal. Lo sigo también en sus libros La Belle Epoque del Orient Express - y en sus artículos en distintas revistas, pero sobre todo en La Vanguardia. Anunciaba el otro día que estoy leyendo su Libro de Requiems (Edhasa). Empecé a hacerlo por uno de esos personajes que me han acompañado como una sombra próxima, Alfonsina Storni (me habló de ella Javier Villafañe, la cantaba como nadie Imanol, recordaba su suicidio Mercedes Sosa, Y te vas Alfonsina , leí algo de su historia de amor un poco precipitada con mi maestro Horacio Quiroga, el señor atormentado de Misiones), y sigo viajando con Mauricio por medio mundo a lo largo de la historia. Ayer me dormí con la peripecia de Liszt, de Sand, de Balzac, que todos por ahí divagando sobre el amor en la pieza Impromptus para Franz Liszt, y merodea el propio Mauricio dando jugosos detalles de sí mismo, o de ese personaje delicioso que crea y que traté con alguna injusticia tal vez el otro día: Los idiotas solemos consolarnos con el recurso de la honradez. Pero, si uno no hubiese sido educado en los principios de la honestidad, podría ser propietario de algo. Por ejemplo, de los bastones de Liszt.
Hace un par de días recibí una bellísima carta de Mauricio Wiesenthal, donde me pedía una sirena. El dibujo de una sirena. Lo cual para un mal amanuense del dibujo como yo es todo un sueño. Pero además, ayer me envió otra carta preciosa que espero que no le moleste que reproduzca aquí:
Querido amigo Antón: Cuando dos músicos callejeros se encuentran en una ciudad lejana y escuchan, en medio de toda la algarabía, una música que les recuerda el camino andado, se muestran primero sorprendidos. Pero luego van dándose los acordes y las disonancias, reconociéndose en este juego de jazz, hasta que acaban compartiendo sus blues y sus réquiems. Espero que el próximo encuentro entre nosotros sea delante de una copa de vino. Yo llevaré mi violín melancólico y espero que tú lleves tu saxofón mágico.
Un abrazo. Mauricio Wiesenthal. He de reconocerlo: soy muy afortunado con los catalanes. He querido con locura a otra catalana como Mercè Rodoreda. Durante algunos años la leí vorazmente, en mi lapso del bingo, intentaba imitarla. Era como un mito muy hondo y propio. Siempre recordaré cuánto me impresionó la novela y la serie de televisión La plaza del Diamante, interpretada por Silvia Munt. Creo que amo a esa mujer desde entonces. Ayer la llamé para invitarla a Albarracín para que viniese a presentar su trabajo sobre Gala, pero no podrá venir (así me lo hecho saber Walter, su amable representante) porque está preparando su primer largometraje de ficción, escrito y dirigido por ella. Acabo con Mercè Rodoreda: la admiré tanto, me impresionaron tanto sus libros, incluso el inacabado La mort i la primavera, que le puse el nombre de una de sus novelas a mi hija Aloma.
Vuelvo mis ojos hacia el libro de Wiesenthal y anoto este pasaje de El ángel de Rilke (el primer libro importante que robé, por voluminoso, maravilloso y agotado, fue el de unas Obras selectas de Rilke, más de mil páginas, que había traducido para Plaza & Janés José María Valverde, en la librería Cervantes de A Coruña): Había soñado con una mujer misteriosa que le esperaba, envuelta en su pañuelo, junto a un puente de Toledo. Quizá tenía una cita con la muerte. Su vida no era un camino de rosas: unos poemas inspirados, una filosofía angustiosa, una infancia perdida, una mujer abandonada y una hija que había traído al mundo con total irresponsabilidad.
Desde hace muchos años, tengo un amigo oculto, invisible, lejano, como un pariente que anda por ahí: Mauricio Wiesenthal. Lo sigo también en sus libros La Belle Epoque del Orient Express - y en sus artículos en distintas revistas, pero sobre todo en La Vanguardia. Anunciaba el otro día que estoy leyendo su Libro de Requiems (Edhasa). Empecé a hacerlo por uno de esos personajes que me han acompañado como una sombra próxima, Alfonsina Storni (me habló de ella Javier Villafañe, la cantaba como nadie Imanol, recordaba su suicidio Mercedes Sosa, Y te vas Alfonsina , leí algo de su historia de amor un poco precipitada con mi maestro Horacio Quiroga, el señor atormentado de Misiones), y sigo viajando con Mauricio por medio mundo a lo largo de la historia. Ayer me dormí con la peripecia de Liszt, de Sand, de Balzac, que todos por ahí divagando sobre el amor en la pieza Impromptus para Franz Liszt, y merodea el propio Mauricio dando jugosos detalles de sí mismo, o de ese personaje delicioso que crea y que traté con alguna injusticia tal vez el otro día: Los idiotas solemos consolarnos con el recurso de la honradez. Pero, si uno no hubiese sido educado en los principios de la honestidad, podría ser propietario de algo. Por ejemplo, de los bastones de Liszt.
Hace un par de días recibí una bellísima carta de Mauricio Wiesenthal, donde me pedía una sirena. El dibujo de una sirena. Lo cual para un mal amanuense del dibujo como yo es todo un sueño. Pero además, ayer me envió otra carta preciosa que espero que no le moleste que reproduzca aquí:
Querido amigo Antón: Cuando dos músicos callejeros se encuentran en una ciudad lejana y escuchan, en medio de toda la algarabía, una música que les recuerda el camino andado, se muestran primero sorprendidos. Pero luego van dándose los acordes y las disonancias, reconociéndose en este juego de jazz, hasta que acaban compartiendo sus blues y sus réquiems. Espero que el próximo encuentro entre nosotros sea delante de una copa de vino. Yo llevaré mi violín melancólico y espero que tú lleves tu saxofón mágico.
Un abrazo. Mauricio Wiesenthal. He de reconocerlo: soy muy afortunado con los catalanes. He querido con locura a otra catalana como Mercè Rodoreda. Durante algunos años la leí vorazmente, en mi lapso del bingo, intentaba imitarla. Era como un mito muy hondo y propio. Siempre recordaré cuánto me impresionó la novela y la serie de televisión La plaza del Diamante, interpretada por Silvia Munt. Creo que amo a esa mujer desde entonces. Ayer la llamé para invitarla a Albarracín para que viniese a presentar su trabajo sobre Gala, pero no podrá venir (así me lo hecho saber Walter, su amable representante) porque está preparando su primer largometraje de ficción, escrito y dirigido por ella. Acabo con Mercè Rodoreda: la admiré tanto, me impresionaron tanto sus libros, incluso el inacabado La mort i la primavera, que le puse el nombre de una de sus novelas a mi hija Aloma.
Vuelvo mis ojos hacia el libro de Wiesenthal y anoto este pasaje de El ángel de Rilke (el primer libro importante que robé, por voluminoso, maravilloso y agotado, fue el de unas Obras selectas de Rilke, más de mil páginas, que había traducido para Plaza & Janés José María Valverde, en la librería Cervantes de A Coruña): Había soñado con una mujer misteriosa que le esperaba, envuelta en su pañuelo, junto a un puente de Toledo. Quizá tenía una cita con la muerte. Su vida no era un camino de rosas: unos poemas inspirados, una filosofía angustiosa, una infancia perdida, una mujer abandonada y una hija que había traído al mundo con total irresponsabilidad.
7 comentarios
Lourdes Millán -
Lourdes Millán.
julian bluff -
http://www.lacoctelera.com/el_clavadista_solitario/post/2008/01/30/el-snobismo-los-snobistas
Espero que lo que descubran sea de su agrado. Julian Bluff
Anónimo -
Cide -
Por otro lado, y ya que Gaspar Torrente lo ha desvelado, matando un poco el encanto del artículo, diré que en el ameno escrito que hay en http://www.unizar.es/cce/vjuan/zaragoza_pepemelero.htm puede comprobarse que los ídolos de Pepe Melero son Violeta y Labordeta. Aunque siempre podría desmentirlo él mismo.
Salud a todos y ¡Aupa Zaragoza!
Rojinegro -
Ya ves Antón que bueno es que haya chicos para echarles la culpa. Ahora resulta que el responsable de tales cambios de chaqueta eres tú, que andas por ahí otorgándote "licencias".
Por otra parte, Sr. Torrente, el primer presidente de Aragón fue Joaquín Ascaso, un anarcosindicalista, como los ascendientes del anónimo comunicante, de los que algo le ha llegado. Y resulta que los ácratas entienden que su "país" es el mundo, incluída Cataluña.
En Montemolín, se conocía la historia de la Rodoreda y Nin. Una historia que refleja en casi todas sus novelas. Especialmente en la gran "Espejo roto" (tan grande como mínimo como "La plaza del diamante")En fin, Sr. Torrente, no se ponga pedante que no le va nada.
Me alegra que me aclare que Di stefano no estaba entre las preferencias del Sr. Melero, aunque por lo que veo con el tiempo nunca se sabe.
De todas formas, si llega a ocurrir, yo también se lo sabré perdonar.
Y dejemos aquí este "pique" que estamos en casa del "Castany" de Arteixo y le vamos a aburrir tanto como a sus lectores.
Gaspar Torrente -
Anónimo -
No me extraña tu amor por la señora Rodoreda. Mercè Rodoreda es, sin duda, la mejor novelista nacida nunca en este país.
En cuanto a D. José Luis Melero ¡Qué decepción! Tu texto confirma su descrédito como zaragocista. Tener por ídolo a Pelé, pudiendo haber tenido a es monstruo llamado Yarza,o a Carlos Lapetra, o a José Luis Violeta Lajusticia, Saturnino Arrúa, Planas, Juan Señor, Gustavo Poyet, etc, etc. da muestra de que ha perdido el rumbo futbolístico. Ya sólo le falta confesar que era admirador de Di stefano. Si no fuera por Jorge Melero...
En fin, besos desde Montemolín para el "Fran" de Garrapinillos. Fiel a sus querencias, no como otros.