EL SEÑOR VENTURA
Conocí a un hombre que había nacido junto al mar: Ventura Amar. Siendo muy joven emprendió la aventura de vivir lejos de la costa y se vino aquí, a Zaragoza, su nueva ciudad del paraíso. Trabajó con los camiones, logró un empleo de conductor municipal y en su 1500 paseó a Camón Aznar, Pilar Lorengar, Grande Covián, y a un puñado de alcaldes: desde Gómez Laguna a Sáinz de Varanda. Mientras esperaba, abrillantaba su coche negro y escribía versos mentalmente. Versos en gallego casi siempre, que luego traducía para sus ediles. Si se lo pedían, les hablaba de los barcos, de las mariscadoras, de un antiguo fotógrafo que retrataba a los marinos. Y les contaba cómo era el horizonte cuando cae la tarde o les explicaba el embrujo de los bosques. Pero la historia que más le gustaba contar era otra: cuando volvía a Galicia cada verano, siempre iba a visitar a un hombre impedido, que fumaba con elegancia y soñaba con retornar al mar por los aires como una gaviota que reconoce sus orillas. Se llamaba Ramón Sampedro y también escribía aforismos sobre la vida y la muerte. Consumían la tarde intercambiándose sueños y recuerdos. Ese un hombre es un genio, decía Ventura. Alguna vez traía un manuscrito suyo, escrito con su boca de fumador tranquilo. Cuando Sampedro decidió irse, Ventura Amar se sintió huérfano. Y culpable, tal vez. Aquel verano, con el amigo ya en Boiro, no había ido a verlo. Aquel lunes de madrugada ya lejano cuando Mar adentro recibió el Oscar, más que en Ramón, en Amenábar y en Javier Bardem, pensé en Ventura Amar, que tampoco pudo paladear ese triunfo. Él le habría dedicado otro poema contra la fatalidad y la sombra, y se habría sentido el hombre más feliz de todas las riberas.
2 comentarios
A. C. -
Cide -
Me he enterado de que Pepe Melero va a ser el pregonero de la feria del libro viejo y antiguo de Zaragoza. Me alegro mucho de la elección.