EL PAPA, GARCÍA-BADELL Y UN POEMA
Muere el Papa, tras un padecimiento largo que nos ha hecho recordar La muerte en directo de Bernard Tavernier (siempre te amaremos Romy Schneider, frágil y doliente corazón de seda, falsa dureza de alondra), algo que también me ha recordado Javier Delgado, que pugna con su lastimada voz mientras espera la edición de Zaragoza marina, que ya ha visto y le ha henchido el corazón de entusiasmo. Javier, tan cariñoso, tan atento siempre, sólo me llama para ofrecerme pequeños obsequios.
He estado pensando si podía escribir algo del Papa, el único protagonista de hoy. No sé qué decir: confieso que no tengo una especial sensibilidad hacia su persona ni siquiera soy capaz de calibrar la trascendencia de su pontificado ni de su adiós. Los Papas dejaron de interesarme con José Ángel Roncalli y volvieron a interesarme mucho con Benedicto XIII, que es mi Papa preferido. Es conmovedora la biografía de Karol Woytila: su orfandad, su obstinación, la construcción de sí mismo, paso a paso, su carisma, la convivencia con el peligro evidente de las balas, su autoritarismo, su vocación espiritual al margen de la curia, su condición de poeta, pero también asusta mucho su intransigencia en algunos extremos.Es cierto que fue un buen diplomático o embajador, que concilió las diferencias con muchos países y que condenó la guerra de Irak. Espero que no nos fatiguen estos nueve días de funeral y este trasvase de su cuerpo a tres féretros: hay que reconocer que a nuestra posmodernidad le fascina el espectáculo medieval, el ritual del oropel incesante, como si hubiera una incapacidad intrínseca de avanzar o de celebrar la vida. Incluso en los periódicos parece más importante uno cuando se va que mientras estuvo y podía hablar y contar sus cosas, y expresar su sensibilidad.
En realidad, mientras pensaba que podía decir de él, me vino a la cabeza una novela de Gabriel García-Badell, que publicó en Libertarias, donde narraba una de las visitas del Papa a Zaragoza. Ocurría algo inesperado y de repente había que buscarle un doble. Ya se trataba de este hombre que nos deja y del cual me decía ayer Pepe Cerdá: Me arrepiento de no haberlo retratado- que apenas llevaba un lustro en su cargo. García-Badell, al que hace poco recordaba Juan Bolea en un extenso artículo para Rolde, que tampoco puedo encontrar ahora, aprovechaba para hablar de la impostura y para hacer una topografía de su Zaragoza. (Por cierto, mientras escribo esto suena en mi ordenador Amor constante más allá de la muerte de Quevedo en la voz de Imanol, de su disco Ausencia (El Europeo, 2000). Leí ese libro cuando se publicó, lo reseñé, pero no logro recordar bien los extremos de su argumento. Me encanta sí recordar a Gabriel García-Badell; poco después de su muerte, visité la casa donde vivía con su mujer Edith, y allí estaban, amontonados o incrustados en una especie de ladrillos de hendidura redonda, muchos de los folios con los que armaba sus novelas. Y vi su mundo de escritor cristiano (u obsesionado por Dios) y metafísico tan perturbador como apasionado, tan intenso como un clavo que arde en el corazón y nunca sabes si se aplacará o se cauterizará esa quemazón.
UN POEMA DE "EN EL MAR DE ÁNFORAS"
César Antonio Molina me envía su nuevo libro: "En el país de las Ánforas", publicado por Pre-Textos, poesía de estilización expresiva, llena de sugerencias marinas. Me gusta especialmente este poemas, que tal vez se adecue muy bien a una noche como la de hoy.
EL QUE NADA QUIERE
entrado en la tiniebla
se rasgó la señal
quedó mi alma más triste
que la muerte
alaridos
voces
azufre
la sentina de las lágrimas
hierbas amargas
vermes de conciencia
entrado
en la tiniebla
allí estaba
tiene todos los nombres
no los tiene
es mudo
todo
nada
todo se le da
y nada quiere
He estado pensando si podía escribir algo del Papa, el único protagonista de hoy. No sé qué decir: confieso que no tengo una especial sensibilidad hacia su persona ni siquiera soy capaz de calibrar la trascendencia de su pontificado ni de su adiós. Los Papas dejaron de interesarme con José Ángel Roncalli y volvieron a interesarme mucho con Benedicto XIII, que es mi Papa preferido. Es conmovedora la biografía de Karol Woytila: su orfandad, su obstinación, la construcción de sí mismo, paso a paso, su carisma, la convivencia con el peligro evidente de las balas, su autoritarismo, su vocación espiritual al margen de la curia, su condición de poeta, pero también asusta mucho su intransigencia en algunos extremos.Es cierto que fue un buen diplomático o embajador, que concilió las diferencias con muchos países y que condenó la guerra de Irak. Espero que no nos fatiguen estos nueve días de funeral y este trasvase de su cuerpo a tres féretros: hay que reconocer que a nuestra posmodernidad le fascina el espectáculo medieval, el ritual del oropel incesante, como si hubiera una incapacidad intrínseca de avanzar o de celebrar la vida. Incluso en los periódicos parece más importante uno cuando se va que mientras estuvo y podía hablar y contar sus cosas, y expresar su sensibilidad.
En realidad, mientras pensaba que podía decir de él, me vino a la cabeza una novela de Gabriel García-Badell, que publicó en Libertarias, donde narraba una de las visitas del Papa a Zaragoza. Ocurría algo inesperado y de repente había que buscarle un doble. Ya se trataba de este hombre que nos deja y del cual me decía ayer Pepe Cerdá: Me arrepiento de no haberlo retratado- que apenas llevaba un lustro en su cargo. García-Badell, al que hace poco recordaba Juan Bolea en un extenso artículo para Rolde, que tampoco puedo encontrar ahora, aprovechaba para hablar de la impostura y para hacer una topografía de su Zaragoza. (Por cierto, mientras escribo esto suena en mi ordenador Amor constante más allá de la muerte de Quevedo en la voz de Imanol, de su disco Ausencia (El Europeo, 2000). Leí ese libro cuando se publicó, lo reseñé, pero no logro recordar bien los extremos de su argumento. Me encanta sí recordar a Gabriel García-Badell; poco después de su muerte, visité la casa donde vivía con su mujer Edith, y allí estaban, amontonados o incrustados en una especie de ladrillos de hendidura redonda, muchos de los folios con los que armaba sus novelas. Y vi su mundo de escritor cristiano (u obsesionado por Dios) y metafísico tan perturbador como apasionado, tan intenso como un clavo que arde en el corazón y nunca sabes si se aplacará o se cauterizará esa quemazón.
UN POEMA DE "EN EL MAR DE ÁNFORAS"
César Antonio Molina me envía su nuevo libro: "En el país de las Ánforas", publicado por Pre-Textos, poesía de estilización expresiva, llena de sugerencias marinas. Me gusta especialmente este poemas, que tal vez se adecue muy bien a una noche como la de hoy.
EL QUE NADA QUIERE
entrado en la tiniebla
se rasgó la señal
quedó mi alma más triste
que la muerte
alaridos
voces
azufre
la sentina de las lágrimas
hierbas amargas
vermes de conciencia
entrado
en la tiniebla
allí estaba
tiene todos los nombres
no los tiene
es mudo
todo
nada
todo se le da
y nada quiere
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somaya -