RECUERDO DE FLORIÁN REY*
Florián Rey (1894-1962) fue el cineasta más popular de su época. Convirtió a Imperio Argentina en su musa, su estrella y su cantante ideal; juntos hicieron películas de mérito como Nobleza baturra, Morena Clara o Carmen, la de Triana. Florián Rey, autor de otra gran película como La aldea maldita, fue un inadaptado y acabó devorado por el olvido y la crueldad selectiva de la memoria. Pero nadie le puede negar su oficio: su biógrafo Agustín Sánchez Vidal lo considera Nuestro Ernst Lubitsch con cachirulo.
Florián Rey fue capaz de consumar un milagro inesperado: arrebatar al público de las películas del Hollywood dorado mediante una narración fluida, una atmósfera populista y la voz y la fotogenia deslumbrante de una actriz inolvidable: Magdalena del Río, Imperio Argentina. El pasado 25 de enero el mismo día en que Correos sacaba sellos de Segundo de Chomón y de Luis Buñuel- se cumplía el primer centenario de su nacimiento en La Almunia de Doña Godina (Zaragoza). Hace algunos meses, Imperio Argentina advertía del abandono en que había caído el gran cineasta aragonés: Florián Rey debería tener el reconocimiento de Aragón, igual que lo tiene Luis Buñuel. Su biógrafo Agustín Sánchez Vidal, autor de El cine de Florián Rey (CAI: 1991) ratificaba esa necesidad de homenaje y recuerdo y la hacía extensiva a todo el cine español, máxime si tenemos en cuenta que recientemente en una encuesta sobre las diez mejores películas españolas de todos los tiempos aparecían dos títulos de Florián Rey: La aldea maldita y Nobleza baturra, cinta que bien podríamos definir como de Ernest Lubitsch con cachirulo.
Antonio Martínez Castillo, conocido por Florián Rey, nació en el seno de una familia acomodada en La Almunia de Doña Godina, aunque se trasladó a Zaragoza cuando contaba cuatro años. Algunos han querido ver en él a un hombre ignorante y de escasa formación. Sin embargo, vivió en un ambiente un tanto refinado con dos hermanos músicos Guadalupe, conocida pianista y profesora de Luis Galve; Rafael Martínez, violinista precoz y más tarde solista y director de orquesta- y él mismo llegó a matricularse en la Facultad de Derecho. Las leyes no le ofrecían un camino seguro y se decantó por el periodismo y la literatura. Se incorporó como redactor al Diario de Avisos en una época en que sobresalían las personalidades de José García Mercadal y Fernando Castán Palomar. Éste, famoso por libros como Aragoneses contemporáneos, lo describió así: Recuerdo aún a Florián Rey con un traje de pequeños cuadros blancos y negros, y chambergo y bastón.
Muy pronto viajó a Madrid, con su hermano Rafael, donde halló un puesto en Revista Financiera. Las cosas no le iban demasiado bien y a menudo se encontraban con que no tenían ni para un par de zapatos. Antonio hizo el servicio militar en Marruecos, entre 1915 y 1918; a su regreso a Zaragoza, se integró en La crónica de Aragón de García Mercadal y a la vez enviaba crónicas y reportajes a La correspondencia madrileña. Un huelga de tipógrafos selló su sino: se trasladó a Madrid y obtuvo una tarjeta de recomendación del dramaturgo Jacinto Benavente para dedicarse al teatro. Inicialmente fue contratado por Gregorio Martínez Sierra para intervenir en la pieza La maña de la mañica de Carlos Arniches junto a Catalina Bárcena. Apenas tardó en hacer su debut cinematográfico detrás de la cámara: en 1924 adaptó la zarzuela La Revoltosa, cuya mayor virtud fue que constituía una aproximación a lo que luego iba a ser la estética del neorrealismo. Tres años más tarde se encontró con la actriz y cantante Imperio Argentina y junto rodaron La hermana San Sulpicio, una obra que abría la espiral de éxitos de la pareja que pronto iba a iniciar un apasionado romance. Con La aldea maldita (1930), una propuesta más experimental, el realizador se despedía del mundo cine mudo y lo hacía con una pieza que tenía mucho de documento, contenido y sobrio, sobre el drama rural español, reflejado a través de un pálido argumento acerca de la honra y el arrepentimiento. Florencia Bécquer daba vida con encanto y misterio a la protagonista principal. En medio de ambos títulos, rodó en Zaragoza y Madrid una versión humanizada y aun romántica de Agustina de Aragón (1928).
La carrera de Florián Rey, cada vez más sólida, atravesó una fecunda etapa de exilio y aprendizaje. En los años del Hollywood mítico, cuando reinaban Clara Bow, Gloria Swanson o el propio Rodolfo Valentino, la industria americana quiso extender sus redes hacia Europa mediante la adaptación de diálogos y versiones en lenguas nacionales. La Paramount, que poseía a sucursal en Joinville, en las afueras de París, atrajo a profesionales como los dramaturgos Pedro Muñoz Seca y Gregorio Martínez Sierra (el impostor impecable al que le escribía los textos su esposa María Lejárraga), los actores Rafael Rivelles y María Fernanda Ladrón de Guevara, y al propio Florián Rey. Y por supuesto a Marlene Dietrich: la gran actriz y cantante berlinesa coincidió con Imperio Argentina, encuentro que dio lugar a escabrosas suposiciones de lesbianismo, alimentadas por Donald Spoto (biógrafo de Marlene, Marilyn y Alfred Hitchcock, entre otros) y negadas con rotundidad por Imperio. Florián Rey permaneció allí durante tres años en contacto permanente con el buen cine americano (fue supervisor de diálogos, dirigió doblajes, efectuó labores de montaje), donde aprendió a manejar el ritmo, procedimiento narrativo, etc.
Agustín Sánchez Vidal cree que tras aquel contacto, el cineasta concibió un sueño: La creación de un cine nacional, con sentido comercial, ajeno a cualquier experimentación en la línea de La aldea maldita. Y a eso se aplicó con cintas que alcanzarían una rápida proyección. Pensemos en su impresionante historia sobre los bandoleros en Sierra de Ronda, cargada de dramatismo e intensidad en torno a la evasión de un bandolero (dos realizadores como Forqué y Saura también se interesarían por el género en Amanecer en Puerta Oscura y Llanto por un bandido, respectivamente), o en esa inspirada trilogía republicana configurada por la versión sonora de La hermana San Sulpicio (1934), Nobleza baturra (1935) y Morena Clara (1936), tres cintas que contaron con una protagonista de excepción llamada Magdalena Nile del Río, Imperio Argentina.
Son tres grandes películas que emplean un esquema idéntico: novicia que acabará redimiéndose con un médico, peón que se casa con la hija del dueño y gitana (hija de payo) que se casa con un fiscal de Sevilla. Las tres son un ejemplo de apuestas por una sociedad integradora en ámbitos relacionados con la religión, el racismo y el campo. Florián Rey resolvió conflictos y demostró su sabiduría, basada en un populismo republicano, el manejo de la cámara y la voz y la gracia de Imperio Argentina. Logró desplazar a las películas del Hollywood dorado, algo que sólo ha hecho en menor medida Pedro Almodóvar, señala Sánchez Vidal. El director instauró una etapa de esplendor con una cinematografía caracterizada por el costumbrismo, los mitos populares y un discurso eficaz y subyugante, entroncado siempre con el pintoresquismo y la tradición. Rentabilizó como nadie la idiosincrasia del aragonés. A mediados de los 40 le confesaría a su paisano el gran dibujante y periodista a vuela pluma Manuel del Arco: El cine español tiene la obligación de orientar su público hacia América y darle nuestro cine costumbrista, el folclórico. España es el país que tiene más interés; y si ellos, los extranjeros, tienen la leyenda de España, hay que mantenerla. Sí, señor; mujeres morenas y música española. Si usted va a ver una película húngara, si no le dan zíngaros, le defraudan. He aquí una terca estética que Florián ya venía practicando desde tiempo atrás. La Guerra Civil frustró aquella carrera espectacular. Florián e Imperio Argentina se trasladaron a Berlín, donde fueron recibidos por el propio Adolf Hitler. Realizaron dos cintas, Carmen, la de Triana (1938), una aproximación al mito elaborado por Merimée, y La canción de Aixa (1938), que anticipó el final de la relación entre Florián e Imperio, entre el cineasta y su musa.
Ya en España, Rey rodó La Dolores con Concha Piquer. Con respecto a Florián Rey existe un prejuicio. El cineasta no era franquista, aunque sí conservador, dice Sánchez Vidal. La ya citada La Dolores, Brindis a Manolete y Los cuentos de La Alhambra, basada en los textos homónimos de Washington Irving, fueron sus últimas obras de mérito. No se adaptó al cine del franquismo y se retiró en 1957 porque no puede resignarse a la clase de infracine que le obligan a hacer. De ahí pareció derivarse una tímida actitud rebelde ante el régimen de Francisco Franco. En 1962 sus restos fueron arrojados al polvo del olvido. Casi al mismo lugar de la ingrata memoria donde yacen sus espléndidas películas.
*El Festival de Cine de La Almunia de Doña Godina celebra su primera década con un excelente programa. Recupero, de mi fondo de armario, este texto no aparecido en libro y lo traigo en homenaje al Festival y al gran realizador aragonés.
Florián Rey fue capaz de consumar un milagro inesperado: arrebatar al público de las películas del Hollywood dorado mediante una narración fluida, una atmósfera populista y la voz y la fotogenia deslumbrante de una actriz inolvidable: Magdalena del Río, Imperio Argentina. El pasado 25 de enero el mismo día en que Correos sacaba sellos de Segundo de Chomón y de Luis Buñuel- se cumplía el primer centenario de su nacimiento en La Almunia de Doña Godina (Zaragoza). Hace algunos meses, Imperio Argentina advertía del abandono en que había caído el gran cineasta aragonés: Florián Rey debería tener el reconocimiento de Aragón, igual que lo tiene Luis Buñuel. Su biógrafo Agustín Sánchez Vidal, autor de El cine de Florián Rey (CAI: 1991) ratificaba esa necesidad de homenaje y recuerdo y la hacía extensiva a todo el cine español, máxime si tenemos en cuenta que recientemente en una encuesta sobre las diez mejores películas españolas de todos los tiempos aparecían dos títulos de Florián Rey: La aldea maldita y Nobleza baturra, cinta que bien podríamos definir como de Ernest Lubitsch con cachirulo.
Antonio Martínez Castillo, conocido por Florián Rey, nació en el seno de una familia acomodada en La Almunia de Doña Godina, aunque se trasladó a Zaragoza cuando contaba cuatro años. Algunos han querido ver en él a un hombre ignorante y de escasa formación. Sin embargo, vivió en un ambiente un tanto refinado con dos hermanos músicos Guadalupe, conocida pianista y profesora de Luis Galve; Rafael Martínez, violinista precoz y más tarde solista y director de orquesta- y él mismo llegó a matricularse en la Facultad de Derecho. Las leyes no le ofrecían un camino seguro y se decantó por el periodismo y la literatura. Se incorporó como redactor al Diario de Avisos en una época en que sobresalían las personalidades de José García Mercadal y Fernando Castán Palomar. Éste, famoso por libros como Aragoneses contemporáneos, lo describió así: Recuerdo aún a Florián Rey con un traje de pequeños cuadros blancos y negros, y chambergo y bastón.
Muy pronto viajó a Madrid, con su hermano Rafael, donde halló un puesto en Revista Financiera. Las cosas no le iban demasiado bien y a menudo se encontraban con que no tenían ni para un par de zapatos. Antonio hizo el servicio militar en Marruecos, entre 1915 y 1918; a su regreso a Zaragoza, se integró en La crónica de Aragón de García Mercadal y a la vez enviaba crónicas y reportajes a La correspondencia madrileña. Un huelga de tipógrafos selló su sino: se trasladó a Madrid y obtuvo una tarjeta de recomendación del dramaturgo Jacinto Benavente para dedicarse al teatro. Inicialmente fue contratado por Gregorio Martínez Sierra para intervenir en la pieza La maña de la mañica de Carlos Arniches junto a Catalina Bárcena. Apenas tardó en hacer su debut cinematográfico detrás de la cámara: en 1924 adaptó la zarzuela La Revoltosa, cuya mayor virtud fue que constituía una aproximación a lo que luego iba a ser la estética del neorrealismo. Tres años más tarde se encontró con la actriz y cantante Imperio Argentina y junto rodaron La hermana San Sulpicio, una obra que abría la espiral de éxitos de la pareja que pronto iba a iniciar un apasionado romance. Con La aldea maldita (1930), una propuesta más experimental, el realizador se despedía del mundo cine mudo y lo hacía con una pieza que tenía mucho de documento, contenido y sobrio, sobre el drama rural español, reflejado a través de un pálido argumento acerca de la honra y el arrepentimiento. Florencia Bécquer daba vida con encanto y misterio a la protagonista principal. En medio de ambos títulos, rodó en Zaragoza y Madrid una versión humanizada y aun romántica de Agustina de Aragón (1928).
La carrera de Florián Rey, cada vez más sólida, atravesó una fecunda etapa de exilio y aprendizaje. En los años del Hollywood mítico, cuando reinaban Clara Bow, Gloria Swanson o el propio Rodolfo Valentino, la industria americana quiso extender sus redes hacia Europa mediante la adaptación de diálogos y versiones en lenguas nacionales. La Paramount, que poseía a sucursal en Joinville, en las afueras de París, atrajo a profesionales como los dramaturgos Pedro Muñoz Seca y Gregorio Martínez Sierra (el impostor impecable al que le escribía los textos su esposa María Lejárraga), los actores Rafael Rivelles y María Fernanda Ladrón de Guevara, y al propio Florián Rey. Y por supuesto a Marlene Dietrich: la gran actriz y cantante berlinesa coincidió con Imperio Argentina, encuentro que dio lugar a escabrosas suposiciones de lesbianismo, alimentadas por Donald Spoto (biógrafo de Marlene, Marilyn y Alfred Hitchcock, entre otros) y negadas con rotundidad por Imperio. Florián Rey permaneció allí durante tres años en contacto permanente con el buen cine americano (fue supervisor de diálogos, dirigió doblajes, efectuó labores de montaje), donde aprendió a manejar el ritmo, procedimiento narrativo, etc.
Agustín Sánchez Vidal cree que tras aquel contacto, el cineasta concibió un sueño: La creación de un cine nacional, con sentido comercial, ajeno a cualquier experimentación en la línea de La aldea maldita. Y a eso se aplicó con cintas que alcanzarían una rápida proyección. Pensemos en su impresionante historia sobre los bandoleros en Sierra de Ronda, cargada de dramatismo e intensidad en torno a la evasión de un bandolero (dos realizadores como Forqué y Saura también se interesarían por el género en Amanecer en Puerta Oscura y Llanto por un bandido, respectivamente), o en esa inspirada trilogía republicana configurada por la versión sonora de La hermana San Sulpicio (1934), Nobleza baturra (1935) y Morena Clara (1936), tres cintas que contaron con una protagonista de excepción llamada Magdalena Nile del Río, Imperio Argentina.
Son tres grandes películas que emplean un esquema idéntico: novicia que acabará redimiéndose con un médico, peón que se casa con la hija del dueño y gitana (hija de payo) que se casa con un fiscal de Sevilla. Las tres son un ejemplo de apuestas por una sociedad integradora en ámbitos relacionados con la religión, el racismo y el campo. Florián Rey resolvió conflictos y demostró su sabiduría, basada en un populismo republicano, el manejo de la cámara y la voz y la gracia de Imperio Argentina. Logró desplazar a las películas del Hollywood dorado, algo que sólo ha hecho en menor medida Pedro Almodóvar, señala Sánchez Vidal. El director instauró una etapa de esplendor con una cinematografía caracterizada por el costumbrismo, los mitos populares y un discurso eficaz y subyugante, entroncado siempre con el pintoresquismo y la tradición. Rentabilizó como nadie la idiosincrasia del aragonés. A mediados de los 40 le confesaría a su paisano el gran dibujante y periodista a vuela pluma Manuel del Arco: El cine español tiene la obligación de orientar su público hacia América y darle nuestro cine costumbrista, el folclórico. España es el país que tiene más interés; y si ellos, los extranjeros, tienen la leyenda de España, hay que mantenerla. Sí, señor; mujeres morenas y música española. Si usted va a ver una película húngara, si no le dan zíngaros, le defraudan. He aquí una terca estética que Florián ya venía practicando desde tiempo atrás. La Guerra Civil frustró aquella carrera espectacular. Florián e Imperio Argentina se trasladaron a Berlín, donde fueron recibidos por el propio Adolf Hitler. Realizaron dos cintas, Carmen, la de Triana (1938), una aproximación al mito elaborado por Merimée, y La canción de Aixa (1938), que anticipó el final de la relación entre Florián e Imperio, entre el cineasta y su musa.
Ya en España, Rey rodó La Dolores con Concha Piquer. Con respecto a Florián Rey existe un prejuicio. El cineasta no era franquista, aunque sí conservador, dice Sánchez Vidal. La ya citada La Dolores, Brindis a Manolete y Los cuentos de La Alhambra, basada en los textos homónimos de Washington Irving, fueron sus últimas obras de mérito. No se adaptó al cine del franquismo y se retiró en 1957 porque no puede resignarse a la clase de infracine que le obligan a hacer. De ahí pareció derivarse una tímida actitud rebelde ante el régimen de Francisco Franco. En 1962 sus restos fueron arrojados al polvo del olvido. Casi al mismo lugar de la ingrata memoria donde yacen sus espléndidas películas.
*El Festival de Cine de La Almunia de Doña Godina celebra su primera década con un excelente programa. Recupero, de mi fondo de armario, este texto no aparecido en libro y lo traigo en homenaje al Festival y al gran realizador aragonés.
9 comentarios
fernando -
Jordan Flight 45 -
Mesenia -
Roberto García -
aa -
Esther -
Pipero -
Nuevaepoka -
gustavo courtade -
es verdad que tuvieron un hijo.