EL GOL DEL SIGLO DE NAYIM
Uno nunca sabe por qué suceden las cosas: por qué te gusta el color de un atardecer, qué te atrapa del paso incesante de un río, qué has encontrado en un cuadro, en un poema o en una película que, de golpe, se convierte en una cifra de tus emociones. El cerebro es el mayor enigma del universo: la carta cifrada que ningún criptógrafo logra nunca esclarecer del todo. Una de mis idolatrías desde joven, cuando el fútbol era una de mis pasiones cotidianas, se llamaba Mohamed Nayim y acababa de debutar en el Barcelona cuando lo dirigía un entrenador que también escribía novelas policíacas con seudónimo: Terry Venables (creo que era él). Años después, lo llamaron del Totenham Hottpurs, que era uno de mis equipos favoritos porque jugaba un medio exquisito llamado Glenn Hoddle, y seguí su evolución. Creo recordar que incluso algún seleccionador, tal vez Clemente, fue a ver cómo jugaba. Poco antes de cambiar de aires, vi por televisión cómo marcaba uno de esos goles al que casi es imposible ponerle palabras, acaso un fragmento de poesía. De repente, Nayim empezó a corretear por el campo de sueños de La Romareda. Mi futbolista favorito, mi ídolo inexplicable, el hombre que sucedía en mi corazón a Pablo García Castany, jugaba en mi misma ciudad. Me encantaba verlo no sólo en los choques, sino en el calentamiento: poseía un raro virtuosismo, su bota y el balón era como una aleación de fantasía, el desafío a las leyes de la gravedad de un alquimista vestido de corto. Y entonces, sucedió aquello: París, la ciudad en la que nunca había estado, iba a ser el escenario de una quimera. El Real Zaragoza había ido tumbando adversarios y se enfrentaba al Arsenal, cantado y glosado por Nick Hornby en Fiebre en las gradas (Ediciones B). Yo vivía entonces en La Iglesuela del Cid, en realidad había llegado pocos meses atrás con la nieve y el frío glacial de la montaña. París volvía a ser una fiesta y el partido de aquel inolvidable diez de mayo de 1995 resultaba magnífico, apoteósico. Rebosaba intensidad, tensión, alternativas: se vivía y se jugaba al filo de lo gloria y el fracaso, al límite de la extenuación. Y entonces, cuando ya sólo parecía que el duelo iba a librarse en el fatal azar de los penaltis, surgió él. Irrumpió, con el calzón semihundido y la testa altiva de ave rapaz que prevé el temblor de su presa, Nayim el elegido y batió a Seaman con un envío que tenía la textura del milagro, el fogonazo ideal del gol del siglo que nos hizo irremediablemente felices. Aquel día, en La Iglesuela del Cid y rodeado de niños, me levanté como si yo también empujase o condujese al balón al fondo de las mallas. Aquel gol dio la medida de la gesta del Real Zaragoza y convirtió a Nayim en un mito contemporáneo entre nosotros, en el futbolista del prodigio.
23 comentarios
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SUPONGO QUE JAMÁS SE LE OLVIDARÁ ESTE GOL.
Andrés -
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vivanayim -
http://goldenayim.acelblog.com/
Cide -
Los zaragocistas hemos vivido algo de lo que no puede presumir casi ningún equipo de Europa. Ganar un título europeo en el último minuto de la prórroga con un gol desde el medio campo. ¿Puede haber algo más épico en el fútbol?
Chorche -