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Antón Castro

UNIÓN MUSICAL GARRAPINILLOS: LA PARTITURA DE DOS DÉCADAS

UNIÓN MUSICAL GARRAPINILLOS: LA PARTITURA DE DOS DÉCADAS ENTREVISTA CON SU DIRECTOR JUAN CARLOS ROLDÁN GRACIA (ZARAGOZA, 1973)

-¿Cómo definiría Garrapinillos?
-Es algo así como una comunidad en la cada uno sigue su camino y que sólo se une en las fiestas, en los problemas y en la música. Somos muy individualistas, pero la música nos vuelve un colectivo. También usaría la palabra tranquilidad. El mejor momento se produce en octubre y noviembre, a partir de las diez de la noche ya no hay nadie por la calle y se crea un silencio ideal que te transporta a otro lugar. Se ve la sombra de la iglesia en todos los sitios.

-Hace veinte años nacía la Unión Musical Garrapinillos. ¿Cómo era?
-Un grupo para tocar en las fiestas. Y de aquella gente, que éramos unos diez o doce, sólo quedamos los más jóvenes de entonces. Había gente mayor y niños. Salíamos a tocar a Fallas a Benicarló y empezamos a vivir la experiencia de pasar alguna noche fuera de casa, que era una auténtica fiesta. Tocábamos mucho “Paquito el Chocolatero” y “Amparito Rosa”.

-Diez años después, en 1995, se produjo un momento de inflexión y de crisis.
-De crisis total. Entendimos que la agrupación no crecía y decidimos cambiar las cosas de una manera más sistemática. En la Navidad de ese año dirigí el primer concierto de la nueva época en la iglesia del barrio que diseñó Ricardo Magdalena. Recuerdo que se hizo una piña y que me eligieron mis compañeros. El presidente y saxo barítono José Ángel Castillo me regaló mi primera batuta.

-¿Recuerda cómo le fue en aquel concierto?
-Creo que no respeté ninguna de las reglas. Para mí la dirección no es dirigir sino escuchar; fui imprudente, y la prudencia es esencial en la expresión musical, no puedes estar siempre en los extremos; hay que buscar un equilibrio que no agote el espectador. Pese a ello, la reacción de la gente fue muy positiva.

-¿Qué pasó luego?
-Teníamos que captar gente, extender el proyecto, y hicimos los primeros “ataques” al Colegio Público. Recuerdo que preparamos un concierto pedagógico y presentamos los instrumentos: hablamos de sentimientos, de emociones, de estados de ánimo que podía provocar la música: miedo, alegría, diversión, sugerir paisajes. Y se apuntaron un montón de chicos que sigue con nosotros. Empezaron a tocar de inmediato y todos saben leer el pentagrama. Pasamos de doce integrantes a 18, y luego a 35, cambiamos el repertorio radicalmente y pasamos de ofrecer de tres o cuatro conciertos a quince al año, y ahora realizamos en torno a veinte.

-¿También mejoró la respuesta del público?
-Desde luego. Empezamos a abarrotar la iglesia, en la que caben alrededor de 600 personas. A veces, se ha quedado gente fuera. Y en estos años se ha dado algo muy bonito: la gente ha aprendido a escuchar, a guardar silencio, sabe cuando hay que aplaudir. El concierto de Navidad es como un ritual, un emblema.

-Desde entonces han hecho muchas cosas: han participado en intercambios con bandas de Mallorca…
-Creo que hemos dado conciertos muy bonitos. Recuerdo uno en Mallorca con la banda de Campo: fue impresionante. Nos decían: “Qué bien habéis tocado”. O una semana que pasamos en Saravillo con otras agrupaciones. Todos recordamos con mucho cariño uno que dimos en una noche perfecta en Plan.

-También se han distinguido por alguna de sus “rarezas”: han dado un concierto en el interior de un globo aerostático, han sorteado un concierto con el repertorio, día y lugar que quisiera el agraciado, han dado todas las horas de un día desde lo alto de la torre…
-Sí, subíamos entre cuatro y diez personas, y hubo gente que resistió catorce horas ininterrumpidas. Pero bueno, son anécdotas. Eso no es precisamente de lo que nos sintamos más orgullosos. A mí me gusta que la Unión Musical Garrapinillos intente ser una escuela de música cotidiana, que labre su futuro día a día, tenemos muchos niños entre 7 y 13 años. El porvenir ya está en el presente. Somos como un parque, un jardín musical en el que puedes ir a pasear por él, cada vez que se da un concierto, cada vez que se ensaya, cada vez que un niño le dice a su padre que quiere entrar en la agrupación, cada vez que toma un instrumento en sus manos y decide hacerlo sonar. Para mí la música es convivencia. Eso es el núcleo todo: somos como una gran familia que trabajamos el viento y la percusión, pero que queremos integrar la cuerda y el piano.

-Ahora celebran sus 20 años. Y tocan en la sala Mozart, elogiada por Zubin Metha, Teresa Berganza o Daniel Barenboim. ¿Qué se siente?
-Es un placer y una responsabilidad, porque si algo intentamos transmitir es que en cada concierto estamos dando algo de nosotros. Nos estamos dando en forma de música. Y el hecho de que te acojan en este espacio es muy importante. Nosotros, desde la modestia, buscamos la calidad y lo hacemos derrochando ganas, voluntad, entusiasmo. Con todo eso intentaremos sonar como una orquesta profesional.

*La ilustración corresponde al pintor Santiago Ríos y está dedicado a la fiesta del 70 cumpleaños de su hermano Josi. Está fechado en 1997.

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