VICENTE MERINO: 40 AÑOS ALREDEDOR DEL DEPORTE
LA MEMORIA DE UN CABALLERO DE LA RADIO*
Hay hechos en la vida que marcan mucho: nacer en Consuegra, por ejemplo, y ver a diario el castillo en el cerro Calderico donde murió el único hijo del Cid; desplazarse luego a Toledo con un paisaje de molinos de viento en el fondo de la retina. Y repasar esas estampas mentalmente un día tras otro, joven estudiante en el colegio de La Salle, mientras te asfixia la añoranza y la impresión de haber perdido el edén infantil. Hay detalles y gestos de la vida que perfilan una vocación como el hecho de que nada menos que un futuro ganador del Tour, y entonces mecánico, como Federico Martín Bahamontes te pasee en el transportín de su bicicleta, desde su taller hasta el monte Zocodover, o que tu propio padre se convierta en presidente del Alcázar, filial del Toledo. Estaba escrito en algún lugar que Vicente Merino debía dedicarse a la radio para hablar de fútbol, para comentar carreras de ciclismo, para lograr exclusivas increíbles como aquella que logró durante el Mundial de Alemania-74. Se hizo pasar por camarero y accedió a hablar con los finalistas de México-70, los italianos Mazzola, Rivera, Bonisegna, Facchetti y Riva, entre otros, que se marchaban a casa en medio del estupor y el escándalo a las primeras de cambio. Vicente contó alguna vez esta deliciosa anécdota: Conseguí llegar hasta los jugadores que estaban por los pasillos. Me acerqué a Mazzola, que se quedó muy extrañado al verme y le expliqué mi estrategia. Le hizo tanta gracia que empezó a reírse y me contestó a todas las preguntas con gran simpatía, incluso logró que otros jugadores como Luigi Riva se acercasen. Mazzola hablaba castellano estupendamente porque Luis Suárez se lo había enseñado durante los años que habían coincidido en el Inter. También tuvo un arrebato de audacia con George Foreman, que se había coronado campeón mundial de los grandes pesos de boxeo tras fulminar a Joe Frazier, y asistió en Montreal-76 a una pelea del campeón olímpico cubano Teófilo Stevenson. De súbito, con las agallas del tímido y de quien se maneja lo justo en inglés, Vicente le puso un micrófono y lo invitó a hablar. Foreman, que aún no se parecía nada al predicador, cuarentón y apacible, que sería muchos años cuando recuperó su cetro ante Michael Moorer, le explicó el secreto de su pegada y le dijo que estaba a la espera de una revancha con Cassius Clay, ante el cual había perdido su título en aquel ya legendario y accidentado combate en Zaire cuando la muchedumbre rugía en su contra con el grito de Alí, mátalo.
Vicente Merino, tras haber realizado sus primeros pinitos como locutor en Toledo y haber cursado estudios en el Instituto de Radio y Televisión, ingresó en Radio Popular de Zaragoza, en un tiempo en que sólo había otras dos emisoras: Radio Zaragoza y Radio Juventud. Y desde ahí, en el universo del deporte, de todo el deporte, empezaría a desarrollar una labor entusiasta y rigurosa, que tendría su prolongado lapso de gloria tras ganar unas oposiciones para RNE, que fue la emisora de su vida, donde cultivó un lema: La mejor improvisación es la que está escrita. Yo sólo soy un informador. Respaldado por la confianza de Manolo Gil, Joaquín Ramos y Joaquín Díaz Palacios, desplegó una tarea increíble en los equipos de enviados especiales: asistió a varios campeonatos del mundo de fútbol, balonmano y esquí, y a varias olimpiadas. Para aquellos a quienes les guste la exactitud, anotamos: Vicente Merino estuvo en cuatro Campeonatos Mundiales de Fútbol (Alemania-74, Argentina-78, España-82 y México-86), siete Juegos Olímpicos de invierno y de verano, dos Campeonatos del Mundo de Baloncesto (España-86 y Argentina-90), nueve Campeonatos del Mundo de Balonmano, cuatro Campeonatos de Boxeo Amateur (Polonia-75, Alemania Oriental-77, Alemania Federal-79 y Finlandia-81), el Campeonato del Mundo de Gimnasia Artística de Rotterdam-87, una Copa de las Naciones de Tenis en Dusseldorf-79, dos Universiadas Blancas en Jaca, en 1981 y 1995, y además narró la Vuelta Ciclista a Aragón durante treinta años, por lo que no resulta extraño que confiese: El ciclismo es el deporte que más me gusta, y el que yo conocí no se parece nada al de hoy. En los años 50, los ciclistas se marchaban a correr a correr a Valencia o a Bilbao y regresaban en camiones. Llevaban una vida como la de los maletillas de los toreros.
Vicente también siguió al Real Zaragoza y a un puñado decisivo de atletas aragoneses: desde Perico Fernández a Juan Antonio San Epifanio, desde Carmen Valero y Luis María Garriga a Conchita Martínez o los hermanos López Zubero, desde el mítico José Nogués -al que conoció y con el que evocó aquel escandaloso partido ante Mussolini cuando lo batió Giuseppe Meazza en su único choque como cancerbero de la selección nacional, y ya de paso recordaron juntos a Mumo Orsi- hasta Ana Galindo o Sheila Herrero. Sus memorias son de una riqueza que trasciende lo aragonés, pero a la par documentan la proyección universal de algunas gestas aragonesas como el título de campeón del mundo de Perico en Roma, los títulos de Ferias del Real Zaragoza y, sobre todo, la noche mítica que en París se confirmó el deseo de Andoni Cedrún, formulado un año antes en la abarrotada plaza del Pilar: El año que viene os traeremos la Recopa.
Vicente Merino habla en este libro de casi todo. Recuerda los orígenes del fútbol en Inglaterra y en Zaragoza, de la mano de José María Gayarre. Había entonces muchos equipos como la Gimnástica, el Iberia, el España, el Pilar y el Fuenclara. Evoca constantes anécdotas como la de aquel prodigioso delantero José Luis Costa, llamado Costica, que marcó cinco goles en un partido y uno de ellos de un penalti tan potente que perforó literalmente las redes. Se extiende en la prehistoria, el triunfo y el ocaso de Los Cinco Magníficos, bautizo feliz a la delantera de Canario, Santos, Marcelino, Villa y Lapetra que se debe al periodista de Amanecer José Luis Navarro. Vicente Merino frecuentaba entonces al Teatro Principal o al Argensola para ver teatro y revista; acudía a las veladas de boxeo o iba al Oasis; luego recenaba en Casa Bienvenido, por donde aparecían algunos magníficos como Marcelino Martínez Cao, que paralizaba la ciudad y el corazón de las mujeres cuando avanzaba por las calles con su descapotable Volvo rojo. Ya metido en harina, hace recuento de los doce internacionales aragoneses: desde Moreno que formó un ala diabólica con Manchón en el Barcelona de Kubala y César, hasta Belsué o Víctor Muñoz, que jugó 60 veces con la camiseta de la selección y era todo corazón. De Los Cinco Magníficos pasa al combinado de los zaraguayos, con Saturnino Arrúa al frente y un entrenador como Carriega, que decía a sus pupilos: A jugar. Hace lo que sabéis, que no tengo que enseñaros nada. Y de este conjunto, donde brilló también El León de Torrero, José Luis Violeta, pasa al equipo que, gracias al milagroso impulso de la bota de Nayim, el elegido, ganó la Recopa. Suave, hombre de buenas maneras, maestro de la serena dicción, escribe Vicente: La libertad profesional te obliga incluso a estar por encima de afectos y amistades. Y eso explica que cuente algunas desavenencias concretas con el exfutbolista y directivo Paco Santamaría o con un presidente quisquilloso que le concedió la medalla del Real Zaragoza y lo borró de la lista de distinguidos porque no abandonó sus responsabilidades en el seguimiento de una Vuelta Ciclista a Aragón para recogerla.
El Real Zaragoza ocupa muchas páginas; recuerda Vicente que llegó a tener hasta cuatro campeones del mundo en sus filas: Valdano y Trobbiani (ambos por Argentina), Cafú (Brasil) y Brehme (Alemania), también estuvo a punto de serlo Canario, al que al final sustituyó Garrincha en Suecia-58 y en Chile-62, y avanza que el club, por indicaciones de Lucien Müller, barajó el fichaje de Michel Platini, nada menos. Y también le permitió conocer a Pelé, con quien conversó en el Hotel Corona de Aragón en septiembre de 1974, gracias a los buenos oficios de amistad de Canario, y logró en el Mundial de México-86, el mes inolvidable de Diego Armando Maradona, unas declaraciones insólitas. Pelé dijo que el polémico disparo de Míchel frente a Brasil había sido un gol legal. Las protestas de los españoles, como siempre sucede, no sirvieron de nada y la victoria se marchó a Brasil.
Atraviesan estas incompletas memorias personajes como el francés Just Fontaine, el máximo goleador de un Mundial con trece goles, los triunfos del CAI de Magee, Allen y los Arcega, doble campeón de la Copa del Rey, y algo que a Vicente le interesó mucho: el proyecto olímpico de los Juegos de Invierno de Jaca, al que le dedicó una monografía. Testigo en primera línea, vivió emociones casi inenarrables como la consecución de la medalla de plata del K-4 que integró José María Esteban Celorrio, y estuvo muy cerca de Nadia Comaneci, Lasse Viren o del también doble campeón olímpico en Montreal-76, Alberto Juantorena, que se acercó a su micrófono para proclamar: Quiero decir a los españoles que soy un producto nato de la revolución castrista.
Vicente Merino es un periodista que pertenece a una brillante generación de informadores del deporte como Paco Ortiz García, Alberto Maestro, Alejandro Lucea, Eduardo González (al que ha definido como su primer anfitrión radiofónico en Zaragoza), Martín de Urrea o José María Doñate, entre otros. Por eso, en un capítulo de inventario de método profesional y de mudanzas del oficio, recuerda aquellos años de desplazamientos y de convivencia más directa con los clubes, antes de que los jugadores se transformasen en distantes figuras mediáticas, aquel ajetreo de trenes y de madrugadas de traqueteo en coche-cama. No está aquí toda la vida de Vicente Merino, no están aquí sus tertulias en distintos Mundiales con entrenadores legendarios como el brasileño Joao Salgado o el balcánico Miljan Miljanic, pero sí son visibles sus emociones, su caballerosidad, su sentido de la pulcritud ante el micrófono, el río de complicidad y de amistad que dejó a su paso, su pasión por todos los deportes que, para este aragonés de Toledo, también fue una manera de confesar a diario su pasión por la vida.
*Este texto es el prólogo del libro de Vicente Merino que se presentó ayer y que cuenta su vida en el deporte. LO ha publicado la Biblioteca Aragonesa de Cultura que dirige Eloy Fernández Clemente.
Hay hechos en la vida que marcan mucho: nacer en Consuegra, por ejemplo, y ver a diario el castillo en el cerro Calderico donde murió el único hijo del Cid; desplazarse luego a Toledo con un paisaje de molinos de viento en el fondo de la retina. Y repasar esas estampas mentalmente un día tras otro, joven estudiante en el colegio de La Salle, mientras te asfixia la añoranza y la impresión de haber perdido el edén infantil. Hay detalles y gestos de la vida que perfilan una vocación como el hecho de que nada menos que un futuro ganador del Tour, y entonces mecánico, como Federico Martín Bahamontes te pasee en el transportín de su bicicleta, desde su taller hasta el monte Zocodover, o que tu propio padre se convierta en presidente del Alcázar, filial del Toledo. Estaba escrito en algún lugar que Vicente Merino debía dedicarse a la radio para hablar de fútbol, para comentar carreras de ciclismo, para lograr exclusivas increíbles como aquella que logró durante el Mundial de Alemania-74. Se hizo pasar por camarero y accedió a hablar con los finalistas de México-70, los italianos Mazzola, Rivera, Bonisegna, Facchetti y Riva, entre otros, que se marchaban a casa en medio del estupor y el escándalo a las primeras de cambio. Vicente contó alguna vez esta deliciosa anécdota: Conseguí llegar hasta los jugadores que estaban por los pasillos. Me acerqué a Mazzola, que se quedó muy extrañado al verme y le expliqué mi estrategia. Le hizo tanta gracia que empezó a reírse y me contestó a todas las preguntas con gran simpatía, incluso logró que otros jugadores como Luigi Riva se acercasen. Mazzola hablaba castellano estupendamente porque Luis Suárez se lo había enseñado durante los años que habían coincidido en el Inter. También tuvo un arrebato de audacia con George Foreman, que se había coronado campeón mundial de los grandes pesos de boxeo tras fulminar a Joe Frazier, y asistió en Montreal-76 a una pelea del campeón olímpico cubano Teófilo Stevenson. De súbito, con las agallas del tímido y de quien se maneja lo justo en inglés, Vicente le puso un micrófono y lo invitó a hablar. Foreman, que aún no se parecía nada al predicador, cuarentón y apacible, que sería muchos años cuando recuperó su cetro ante Michael Moorer, le explicó el secreto de su pegada y le dijo que estaba a la espera de una revancha con Cassius Clay, ante el cual había perdido su título en aquel ya legendario y accidentado combate en Zaire cuando la muchedumbre rugía en su contra con el grito de Alí, mátalo.
Vicente Merino, tras haber realizado sus primeros pinitos como locutor en Toledo y haber cursado estudios en el Instituto de Radio y Televisión, ingresó en Radio Popular de Zaragoza, en un tiempo en que sólo había otras dos emisoras: Radio Zaragoza y Radio Juventud. Y desde ahí, en el universo del deporte, de todo el deporte, empezaría a desarrollar una labor entusiasta y rigurosa, que tendría su prolongado lapso de gloria tras ganar unas oposiciones para RNE, que fue la emisora de su vida, donde cultivó un lema: La mejor improvisación es la que está escrita. Yo sólo soy un informador. Respaldado por la confianza de Manolo Gil, Joaquín Ramos y Joaquín Díaz Palacios, desplegó una tarea increíble en los equipos de enviados especiales: asistió a varios campeonatos del mundo de fútbol, balonmano y esquí, y a varias olimpiadas. Para aquellos a quienes les guste la exactitud, anotamos: Vicente Merino estuvo en cuatro Campeonatos Mundiales de Fútbol (Alemania-74, Argentina-78, España-82 y México-86), siete Juegos Olímpicos de invierno y de verano, dos Campeonatos del Mundo de Baloncesto (España-86 y Argentina-90), nueve Campeonatos del Mundo de Balonmano, cuatro Campeonatos de Boxeo Amateur (Polonia-75, Alemania Oriental-77, Alemania Federal-79 y Finlandia-81), el Campeonato del Mundo de Gimnasia Artística de Rotterdam-87, una Copa de las Naciones de Tenis en Dusseldorf-79, dos Universiadas Blancas en Jaca, en 1981 y 1995, y además narró la Vuelta Ciclista a Aragón durante treinta años, por lo que no resulta extraño que confiese: El ciclismo es el deporte que más me gusta, y el que yo conocí no se parece nada al de hoy. En los años 50, los ciclistas se marchaban a correr a correr a Valencia o a Bilbao y regresaban en camiones. Llevaban una vida como la de los maletillas de los toreros.
Vicente también siguió al Real Zaragoza y a un puñado decisivo de atletas aragoneses: desde Perico Fernández a Juan Antonio San Epifanio, desde Carmen Valero y Luis María Garriga a Conchita Martínez o los hermanos López Zubero, desde el mítico José Nogués -al que conoció y con el que evocó aquel escandaloso partido ante Mussolini cuando lo batió Giuseppe Meazza en su único choque como cancerbero de la selección nacional, y ya de paso recordaron juntos a Mumo Orsi- hasta Ana Galindo o Sheila Herrero. Sus memorias son de una riqueza que trasciende lo aragonés, pero a la par documentan la proyección universal de algunas gestas aragonesas como el título de campeón del mundo de Perico en Roma, los títulos de Ferias del Real Zaragoza y, sobre todo, la noche mítica que en París se confirmó el deseo de Andoni Cedrún, formulado un año antes en la abarrotada plaza del Pilar: El año que viene os traeremos la Recopa.
Vicente Merino habla en este libro de casi todo. Recuerda los orígenes del fútbol en Inglaterra y en Zaragoza, de la mano de José María Gayarre. Había entonces muchos equipos como la Gimnástica, el Iberia, el España, el Pilar y el Fuenclara. Evoca constantes anécdotas como la de aquel prodigioso delantero José Luis Costa, llamado Costica, que marcó cinco goles en un partido y uno de ellos de un penalti tan potente que perforó literalmente las redes. Se extiende en la prehistoria, el triunfo y el ocaso de Los Cinco Magníficos, bautizo feliz a la delantera de Canario, Santos, Marcelino, Villa y Lapetra que se debe al periodista de Amanecer José Luis Navarro. Vicente Merino frecuentaba entonces al Teatro Principal o al Argensola para ver teatro y revista; acudía a las veladas de boxeo o iba al Oasis; luego recenaba en Casa Bienvenido, por donde aparecían algunos magníficos como Marcelino Martínez Cao, que paralizaba la ciudad y el corazón de las mujeres cuando avanzaba por las calles con su descapotable Volvo rojo. Ya metido en harina, hace recuento de los doce internacionales aragoneses: desde Moreno que formó un ala diabólica con Manchón en el Barcelona de Kubala y César, hasta Belsué o Víctor Muñoz, que jugó 60 veces con la camiseta de la selección y era todo corazón. De Los Cinco Magníficos pasa al combinado de los zaraguayos, con Saturnino Arrúa al frente y un entrenador como Carriega, que decía a sus pupilos: A jugar. Hace lo que sabéis, que no tengo que enseñaros nada. Y de este conjunto, donde brilló también El León de Torrero, José Luis Violeta, pasa al equipo que, gracias al milagroso impulso de la bota de Nayim, el elegido, ganó la Recopa. Suave, hombre de buenas maneras, maestro de la serena dicción, escribe Vicente: La libertad profesional te obliga incluso a estar por encima de afectos y amistades. Y eso explica que cuente algunas desavenencias concretas con el exfutbolista y directivo Paco Santamaría o con un presidente quisquilloso que le concedió la medalla del Real Zaragoza y lo borró de la lista de distinguidos porque no abandonó sus responsabilidades en el seguimiento de una Vuelta Ciclista a Aragón para recogerla.
El Real Zaragoza ocupa muchas páginas; recuerda Vicente que llegó a tener hasta cuatro campeones del mundo en sus filas: Valdano y Trobbiani (ambos por Argentina), Cafú (Brasil) y Brehme (Alemania), también estuvo a punto de serlo Canario, al que al final sustituyó Garrincha en Suecia-58 y en Chile-62, y avanza que el club, por indicaciones de Lucien Müller, barajó el fichaje de Michel Platini, nada menos. Y también le permitió conocer a Pelé, con quien conversó en el Hotel Corona de Aragón en septiembre de 1974, gracias a los buenos oficios de amistad de Canario, y logró en el Mundial de México-86, el mes inolvidable de Diego Armando Maradona, unas declaraciones insólitas. Pelé dijo que el polémico disparo de Míchel frente a Brasil había sido un gol legal. Las protestas de los españoles, como siempre sucede, no sirvieron de nada y la victoria se marchó a Brasil.
Atraviesan estas incompletas memorias personajes como el francés Just Fontaine, el máximo goleador de un Mundial con trece goles, los triunfos del CAI de Magee, Allen y los Arcega, doble campeón de la Copa del Rey, y algo que a Vicente le interesó mucho: el proyecto olímpico de los Juegos de Invierno de Jaca, al que le dedicó una monografía. Testigo en primera línea, vivió emociones casi inenarrables como la consecución de la medalla de plata del K-4 que integró José María Esteban Celorrio, y estuvo muy cerca de Nadia Comaneci, Lasse Viren o del también doble campeón olímpico en Montreal-76, Alberto Juantorena, que se acercó a su micrófono para proclamar: Quiero decir a los españoles que soy un producto nato de la revolución castrista.
Vicente Merino es un periodista que pertenece a una brillante generación de informadores del deporte como Paco Ortiz García, Alberto Maestro, Alejandro Lucea, Eduardo González (al que ha definido como su primer anfitrión radiofónico en Zaragoza), Martín de Urrea o José María Doñate, entre otros. Por eso, en un capítulo de inventario de método profesional y de mudanzas del oficio, recuerda aquellos años de desplazamientos y de convivencia más directa con los clubes, antes de que los jugadores se transformasen en distantes figuras mediáticas, aquel ajetreo de trenes y de madrugadas de traqueteo en coche-cama. No está aquí toda la vida de Vicente Merino, no están aquí sus tertulias en distintos Mundiales con entrenadores legendarios como el brasileño Joao Salgado o el balcánico Miljan Miljanic, pero sí son visibles sus emociones, su caballerosidad, su sentido de la pulcritud ante el micrófono, el río de complicidad y de amistad que dejó a su paso, su pasión por todos los deportes que, para este aragonés de Toledo, también fue una manera de confesar a diario su pasión por la vida.
*Este texto es el prólogo del libro de Vicente Merino que se presentó ayer y que cuenta su vida en el deporte. LO ha publicado la Biblioteca Aragonesa de Cultura que dirige Eloy Fernández Clemente.
1 comentario
Cide -
En música también los tenemos grandes, por ejemplo Javier Losilla, del que Gabriel Sopeña dice que es una de las mejores plumas musicales del país. Y por supuesto Matías Uribe del que algún día me gustaría que nos hablases. Su "Polvo, niebla, viento y rock" es un libro completísimo donde conocer la música aragonesa desde los roqueros de la base americana hasta Amaral o Carmen París.
Creo que una vez más me he ido del tema. Pero es que hay tanto de lo que hablar...
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De Víctor Muñoz, más que decir que era todo corazón, yo habría dicho que era todo pulmón. Un fuera de serie, como Vicente Merino.