DIÁLOGO CON JOSÉ OVEJERO
José Ovejero (Madrid, 1968) acaba de publicar "Las vidas ajenas"(Espasa / Ámbito Cultural), premio Primavera de Novela 2005. Es autor de libros de poemas, relatos, varios novelas y un libro de viajes como China para hipocondriacos" (Ed.B).
-¿Arranca su novela Las vidas ajenas del hallazgo de unas fotografías?
-En cierto modo. Encontré en un rastro de Bruselas una curiosa colección de fotografías sobre la colonización del Congo belga, y luego repasé algunos libros de aquella experiencia. Aquella colonización fue escandalosa.
-¿Por qué?
-La explotación fue brutal en todas partes. El Congo en realidad no pertenecía a Bélgica sino al rey, que había intentado explotarlo lo más rápidamente posible. Había algunos hábitos brutales, como el de cortar las manos a la gente. De vez en cuando la policía colonial daba una batida para castigar severamente a una aldea que se resistía a pagar.
-Pero la novela no va de eso
-No, claro, pero eso está ahí como una historia más, como el punto de partida. Las vidas ajenas narra un chantaje. Ésa es la trama. Una vieja foto encontrada en un cajón de una vivienda que está siendo vaciada por los traperos es el arranque. Pero, claro, ¿a quién va a importarle que su familia o sus antepasados tengan algo que ver con eso o se haya enriquecido así tantos años antes? Eso sólo tiene interés si la historia continúa de alguna manera y por eso hablo de las actividades de empresas belgas en el Congo Belga, de traficantes de armas y madera y diamantes, y en eso está inmerso uno de los protagonistas.
-Lebeaux, ese poderoso empresario, objeto del chantaje
-Sí, el chantaje está hecho por aficionados que ni siquiera son delincuentes habituales. Y en ese proceso participan emigrantes congoleños, traperos Bruselas es una ciudad gris, de funcionarios, pero estas cosas pueden ocurrir.
-¿Quiso escribir una novela de intriga y a la vez coral?
-Es cierto: es una historia de intriga y una historia de muchas personas. Cada una arrastra su peripecia y quiere escapar de ella. Claude y Daniel, los traperos; Chantal, la madre soltera que está cansada de todo y atisba un fragmento de esperanza; Kasongo, el congoleño que ha emigrado a Bruselas. En el fondo, el libro ofrece una mirada a los bajos fondos de la sociedad. Libeaux es el chantajeado porque su empresa trabaja en los límites de la legalidad, y Daniel, quizá el personaje más entrañable, es uno de los chantajistas de medio pelo. Es curioso, no me había planteado la novela como un thriller, tampoco es una novela de suspense al uso, pero hay intriga y psicología de los personajes a la manera de Patricia Highsmith, y en menor medida de Chandler o Hammett.
-¿Qué le atrae de Highsmith, que vivía en una ciudad también de funcionarios como Ginebra?
-Que sus personajes están vivos. La novela negra trabaja con tópicos, con arquetipos: investigador un tanto nihilista que siempre apura un poco de bourbon, seres desengañados y más bien misóginos, mujeres fatales, malos No te los acabas de creer.
-Como en todas las novelas del género, la ciudad ocupa un papel determinante. Es casi la protagonista absoluta
-Tal vez. Bruselas es una ciudad con varios mundos. La población extranjera alcanza el 30% del total. Te metes en un autobús y en un trayecto cortísimo puedes oír hasta ocho lenguas, ocho culturas, ocho historias. ¿Qué pasa entonces? Cuando las vidas se rozan suceden cosas como las de mi novela y se descubren comportamientos nada heroicos.
-Otro componente sustancial es la crítica social.
-A mí no me interesan mucho la novela ideológica. No tengo demasiadas cosas de las que opinar. Me gusta contar historias y crear personajes. Como poeta, aunque haya publicado dos libros, me siento un poco impostor. Pero miro las clases sociales, los excluidos, gente que a lo mejor no ha tenido su sitio y que espera un golpe de suerte, aunque sea a través de un chantaje. El realismo no existe como tal, pero existen sus atmósferas, existe una correspondencia de la ficción con la vida cotidiana, y todo eso está en mi novela.
-En ocasiones, precisamente por ello, la novela también tiene algo de costumbrista.
-¡No me diga! Una vez un crítico dijo: José Ovejero cae en el costumbrismo. ¿Qué queremos decir, volvemos a utilizar el sustantivo como algo peyorativo? Claro que hay rasgos de costumbrismo, entendido éste como que los hechos quieren ser verosímiles, transcurren en un contexto, que incluso los personajes tengan una vida independiente de la trama. En ese sentido, sí me siento costumbrista.
-Como lo son Patricia Highsmith o Georges Simenon. Lleva quince años en Bruselas y se ha confesado un gran lector. ¿Quiénes son los autores que más le interesan?
-Últimamente me he inclinado hacia la literatura en inglés: Ian McEwain, Coetzee, Don de Lillo, Philip Roth o, ya en otra órbita, clásicos como Primo Levi.
-¿Y entre los españoles?
-Me interesan autores como Enrique de Hériz, Ignacio Martínez de Pisón o Nicolás Casariego.
-¿Cómo se viven estas giran de promoción?
-Sabes que es la condición del premio. Recorres catorce ciudades españoles y sobrevives. Y a veces pasan cosas increíbles: en Turón, cerca de Mieres, hay un bibliotecario que ha puesto a leer a todos sus vecinos, ex trabajadores, ex mineros, gente que en ocasiones no tiene ni el Bachillerato. Leen como locos y preguntando parecen catedráticos. Eso sí es estimulante. Y las giras, más cansadas, te permiten en ocasiones acercarte a nuevos lectores.
-¿Arranca su novela Las vidas ajenas del hallazgo de unas fotografías?
-En cierto modo. Encontré en un rastro de Bruselas una curiosa colección de fotografías sobre la colonización del Congo belga, y luego repasé algunos libros de aquella experiencia. Aquella colonización fue escandalosa.
-¿Por qué?
-La explotación fue brutal en todas partes. El Congo en realidad no pertenecía a Bélgica sino al rey, que había intentado explotarlo lo más rápidamente posible. Había algunos hábitos brutales, como el de cortar las manos a la gente. De vez en cuando la policía colonial daba una batida para castigar severamente a una aldea que se resistía a pagar.
-Pero la novela no va de eso
-No, claro, pero eso está ahí como una historia más, como el punto de partida. Las vidas ajenas narra un chantaje. Ésa es la trama. Una vieja foto encontrada en un cajón de una vivienda que está siendo vaciada por los traperos es el arranque. Pero, claro, ¿a quién va a importarle que su familia o sus antepasados tengan algo que ver con eso o se haya enriquecido así tantos años antes? Eso sólo tiene interés si la historia continúa de alguna manera y por eso hablo de las actividades de empresas belgas en el Congo Belga, de traficantes de armas y madera y diamantes, y en eso está inmerso uno de los protagonistas.
-Lebeaux, ese poderoso empresario, objeto del chantaje
-Sí, el chantaje está hecho por aficionados que ni siquiera son delincuentes habituales. Y en ese proceso participan emigrantes congoleños, traperos Bruselas es una ciudad gris, de funcionarios, pero estas cosas pueden ocurrir.
-¿Quiso escribir una novela de intriga y a la vez coral?
-Es cierto: es una historia de intriga y una historia de muchas personas. Cada una arrastra su peripecia y quiere escapar de ella. Claude y Daniel, los traperos; Chantal, la madre soltera que está cansada de todo y atisba un fragmento de esperanza; Kasongo, el congoleño que ha emigrado a Bruselas. En el fondo, el libro ofrece una mirada a los bajos fondos de la sociedad. Libeaux es el chantajeado porque su empresa trabaja en los límites de la legalidad, y Daniel, quizá el personaje más entrañable, es uno de los chantajistas de medio pelo. Es curioso, no me había planteado la novela como un thriller, tampoco es una novela de suspense al uso, pero hay intriga y psicología de los personajes a la manera de Patricia Highsmith, y en menor medida de Chandler o Hammett.
-¿Qué le atrae de Highsmith, que vivía en una ciudad también de funcionarios como Ginebra?
-Que sus personajes están vivos. La novela negra trabaja con tópicos, con arquetipos: investigador un tanto nihilista que siempre apura un poco de bourbon, seres desengañados y más bien misóginos, mujeres fatales, malos No te los acabas de creer.
-Como en todas las novelas del género, la ciudad ocupa un papel determinante. Es casi la protagonista absoluta
-Tal vez. Bruselas es una ciudad con varios mundos. La población extranjera alcanza el 30% del total. Te metes en un autobús y en un trayecto cortísimo puedes oír hasta ocho lenguas, ocho culturas, ocho historias. ¿Qué pasa entonces? Cuando las vidas se rozan suceden cosas como las de mi novela y se descubren comportamientos nada heroicos.
-Otro componente sustancial es la crítica social.
-A mí no me interesan mucho la novela ideológica. No tengo demasiadas cosas de las que opinar. Me gusta contar historias y crear personajes. Como poeta, aunque haya publicado dos libros, me siento un poco impostor. Pero miro las clases sociales, los excluidos, gente que a lo mejor no ha tenido su sitio y que espera un golpe de suerte, aunque sea a través de un chantaje. El realismo no existe como tal, pero existen sus atmósferas, existe una correspondencia de la ficción con la vida cotidiana, y todo eso está en mi novela.
-En ocasiones, precisamente por ello, la novela también tiene algo de costumbrista.
-¡No me diga! Una vez un crítico dijo: José Ovejero cae en el costumbrismo. ¿Qué queremos decir, volvemos a utilizar el sustantivo como algo peyorativo? Claro que hay rasgos de costumbrismo, entendido éste como que los hechos quieren ser verosímiles, transcurren en un contexto, que incluso los personajes tengan una vida independiente de la trama. En ese sentido, sí me siento costumbrista.
-Como lo son Patricia Highsmith o Georges Simenon. Lleva quince años en Bruselas y se ha confesado un gran lector. ¿Quiénes son los autores que más le interesan?
-Últimamente me he inclinado hacia la literatura en inglés: Ian McEwain, Coetzee, Don de Lillo, Philip Roth o, ya en otra órbita, clásicos como Primo Levi.
-¿Y entre los españoles?
-Me interesan autores como Enrique de Hériz, Ignacio Martínez de Pisón o Nicolás Casariego.
-¿Cómo se viven estas giran de promoción?
-Sabes que es la condición del premio. Recorres catorce ciudades españoles y sobrevives. Y a veces pasan cosas increíbles: en Turón, cerca de Mieres, hay un bibliotecario que ha puesto a leer a todos sus vecinos, ex trabajadores, ex mineros, gente que en ocasiones no tiene ni el Bachillerato. Leen como locos y preguntando parecen catedráticos. Eso sí es estimulante. Y las giras, más cansadas, te permiten en ocasiones acercarte a nuevos lectores.
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