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Antón Castro

HISTORIAS DE JORGE Y DIEGO

HISTORIAS DE JORGE Y DIEGO A veces decimos en casa que Jorge, nuestro zurdo bajito del San Gregorio, exhibe unas inmensas lágrimas de cocodrilo. Es de una fragilidad casi conmovedora, casi teatral, ante las críticas o lo que él considera un amago de incomprensión. Este año había pugnado por obtener todo sobresalientes y casi lo logra. En vísperas de un examen no duerme, se pone nerviosísimo, repasa una y otra vez, intranquiliza hasta a Pepi, nuestra asistenta valenciana conmovida por su vulnerabilidad real, por sus continuas enfermedades de vértigo. El profesor de música le bajó la nota del ocho que le había puesto a un seis final, alegó falta de interés y otros desórdenes, y la profesora de Educación Física no tuvo en cuenta que ha sido el mejor de Gimnasia de largo, su rendimiento en el test de Cooper es espléndido, empezó muy fuerte y mantuvo su ritmo y aún lo mejoró como exige la prueba. Incluso se atrevió a correr con el esternón fastidiado, tras una caída de la bicicleta. A pesar de ser menudo, es el más resistente de su curso y uno de los más rápidos. La profesora, explica Jorge, con desolación, le reprochó, entre otras cosas, que había sido muy activo… Y a él le deja perplejo que un compañero haya cosechado un 4, 5 y un 9 en cada trimestre, y con eso se obtenga sobresaliente (“me alegra porque es mi amigo”), cuando sus notas siempre fueron más altas y constantes. Con lágrimas en los ojos, le dijo en vano a su profe, que “era profunda injusta y que ella lo sabía”. A veces, tiene esos gestos de pundonor y dignidad.

Jorge se consuela pintando un retrato al óleo. Ha puesto la casa perdida, ha llenado los cepillos de dientes de aguarrás (ha habido que comprar otros) y está haciendo un retrato de un joven con el cabello alborotado. Anoche, a la una y media de la mañana seguía pintando. Y mirando libros de Durero, Van Gogh. Le traje un precioso regalo: una edición de Carlo Collodi de Pinocho, que ha publicado Kalandraka de Pontevedra, y que ha ilustrado con una belleza increíble, fastuosa y precisa, rebosante de imaginación, Roberto Innocenti. Además, está escribiendo una historia imaginaria de un ganador del Tour; tiene varios de libros de cabecera, pero hay uno que define su obsesión por el ciclismo: “Locos por el tour”. Jorge a veces se monta en la bicicleta estática –también en la otra, claro-, se pone el casco y las gafas de sol y se pone a pedalear, pero lo que le gusta es imaginarse cada etapa y contarla como si fuera Chico Pérez. Se sabe todos los puertos de montaña y sus porcentajes de inclinación. Yo hacía de adolescente lo mismo, y cantaba las gestas de Eddy Merckx, Gibi Baronchelli, Fuente y José Luis Abilleira. Mi padre, que me reveló el lunes para mi disgusto que llevaba unos años votando a Fraga (nunca se lo había preguntado y me arrepiento de haberlo hecho), jamás quiso comprarme una bicicleta. Sin embargo, los gemelos Dubra me dejaban la suya por el Campo de los bosques, donde entrenaba el Deportivo de Arsenio (aquel de Joanet; Belló, Luis, Cholo; Sertucha, Domínguez; Cortés, Loureda, Chapela, Cervera y Martínez) y yo era el niño más feliz de la tierra. Mi padre y el suyo eran emigrantes en Suiza. Nunca pude entender cómo había hombres tan distintos.

A Diego en cambio no le han hecho este año el feo que le hicieron el curso pasado. Sacó sobresalientes en todas las asignaturas, salvo en gimnasia, donde el profesor le calificó con un notable alto. Su rendimiento en gimnasia es estupendo: le apasiona el atletismo, el fútbol, el ciclismo (ha sorprendido con un excepcional rendimiento en varias pruebas cronometradas y en línea en Utebo) y llamaba la atención que su expediente tuviese ese leve borrón. Recuerdo su cabreo, él que rara vez rompe un plato; es como el hombre tranquilo de la casa que prefiere “Uno de los nuestros” a “El hombre tranquilo” o “Centauros del desierto”, tal como le ocurre a Jorge, fanático de John Ford y enconado crítico de Woody Allen; ante su hermano Daniel sostiene que Allen y Ford no admiten comparación, el genio es el irlandés. Este año, sin llamar la atención, Diego ha redondeado su expediente con todo sobresalientes y ha prometido leer el Quijote por entero. Ya está bien tanto oír hablar de él en casa y por ahí y no conocerlo, ha sugerido. Y a pesar de todo, pasa inadvertido en clase. Parece el niño invisible –el adolescente ya: le está cambiando la voz y gallea como aquel Bob Dylan del recuerdo- que no hace ostentación ni de su sombra.

4 comentarios

Aloma -

Le llevaré a Jorge un libro de Van Gogh para que se olvide de su profesora y haremos carreras en bici ahora que soy cicclista en París.

Javier -

Totalmente de acuerdo con Jorge. Su profesora de gimnasia ha sido profundamente injusta con él. ¿Le molesta que sea "activo"? ¿Debe ser más "paradito" para que le den el sobresaliente en gimnasia? Enhorabuena a Jorge y Diego por sus brillantes calificaciones. No son cubos que se llenan de conocimientos y se vacían en los exámenes, sino que asimilan una sabiduría que permanecerá en ellos toda la vida. ¡Felicidades!

Angel -

Espero, amigo Antón, que el libro de Van Gogh que mira tu hijo sea el catálogo de la Exposición del Centenario, que te preste hace años y que nunca me devolviste. Las manos de Jorge son buenas manos para ese libro y, aunque tiene cierto valor sentimental para mí, no puede estar en otras mejores. Un abrazo

NOA -

¡VIVA JORGE!